Opinión Ingresá
Opinión

¿Cuál es la responsabilidad del Partido Colorado en el golpe de Estado y la dictadura?

3 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Aclaración para los “tontos” que hay en todos lados: Enfocarse en las culpas de algunos no es sinónimo de eximir las de otros.

Pocos años atrás, Ope Pasquet osó decir en el Parlamento que el Partido Colorado (PC) tenía responsabilidades en el último golpe de Estado. En medio de un ataque de nervios, inmediatamente el expresidente Jorge Batlle salió a los medios a desmentirlo recurriendo a tradicionales distorsiones y negaciones. Jorge Batlle estaba equivocado en lo que, con una postura ética impecable, el doctor Pasquet acertaba. Sin embargo, el razonamiento de Pasquet estaba inacabado.

Por supuesto que el PC como tal ni dio el golpe de Estado ni participó en la dictadura. No es posible hablar del PC en general y menos orgánicamente en ese sentido. El punto es que lo contrario tampoco es verdad. Lo que se ha hecho es un uso indiscriminado del término partido, haciendo referencia a él como si fuera un todo o a algunos de sus componentes, según conviniera. Hace unos días, en el aniversario del golpe de Estado, los pronunciamientos al respecto del Ejecutivo colorado daban la impresión de que estuvieran refiriéndose a hechos de los que el PC habría sido ajeno.

Al repasar la historia queda en evidencia algo perogrullesco: hubo colorados que fueron contrarios al golpe y colorados que lo apoyaron; hubo colorados que se opusieron a la dictadura y hubo colorados que fueron parte constitutiva de ella; hubo colorados que trabajaron contra la reforma constitucional autoritaria en 1980 y colorados que trataron de que se aprobara. Así, en cada acontecimiento encontraremos colorados sosteniendo actitudes ideológica, política y moralmente opuestas hasta de forma irreductible. No es válido decir “el PC tal cosa” al recordar al digno Amílcar Vasconcellos y pretender no hacer lo mismo cuando se menciona –si es que se lo hace– a Jorge Pacheco Areco y su apoyo a la dictadura. En ambos casos son el mismo PC.

En realidad, para referirse a las conductas coloradas en aquel período de la historia (en rigor, en cualquier otro) no correspondería recurrir al término “partido” de otra forma que no fuera sino entendiéndolo como espacio, colectivo o quehacer partidario, y remitir a aquellas conductas necesariamente a sus grupos más o menos organizados, es decir, fracciones, agrupaciones, movimientos, o a personas, aludiendo así a liderazgos, dirigentes o personalidades de diversa índole pertenecientes, vinculadas o identitariamente asociadas de una forma u otra al coloradismo. En ese sentido, lo más apropiado es decir que el coloradismo estuvo tanto del lado de los que fraguaron, respaldaron y colaboraron con la dictadura como del lado de los que la combatieron. La cuestión es por qué.

No se entiende el caso de Juan María Bordaberry sin enmarcarlo en el ecosistema que interrelacionó y combinó de diversos modos a las corrientes conservadoras y autoritarias blanca y colorada.

En diversos acontecimientos históricos encontramos dos de las grandes corrientes ideológicas fundamentales que fluyen por lo profundo del coloradismo histórico: la democrática y la autoritaria. Estas corrientes, con concepciones distintas sobre democracia, libertad y orden, y superpuestas ni lineal ni completamente con otras polaridades dentro de la colectividad colorada,1 constituyen, en definitiva, dos distintas matrices ideológicas que permean –no una o la otra, ambas– el coloradismo. Estas se expresaron a través de discursos y prácticas en contrapunto y, especialmente, demostraron su gravitación en momentos cruciales. Por momentos, corporizaron más definidamente en ciertas expresiones sectoriales, movimientos de índole diversa o liderazgos. Sin embargo, esencialmente sus flujos discurren por los entresijos del coloradismo, articulándose sus engranajes de diversas formas y a varios niveles –un tema pendiente de investigación– y adoptando múltiples manifestaciones según las circunstancias.

En el proceso que llevó al quiebre institucional de 1973 y en la última dictadura cívico-militar, así como en otros períodos históricos en nuestro país y, en términos generales, en todo el derrotero partidario, las corrientes coloradas democrática y autoritaria jugaron su partido –valga el doble sentido– en la dirección que sus cosmovisiones político sociales podían hacerlo. De este modo, la responsabilidad colorada se comienza a explicar desde lo basal o no se la puede entender, menos asumir.

¿Qué es entonces, antes que cualquier otra cosa, lo que a los colorados les cuesta reconocer?2 Que así como los demócratas colorados son un producto genuino del coloradismo, también lo es el golpe de Estado y la dictadura.

Bordaberry: ¿colorado, blanco, una rareza?

Como forma de intentar desvincularse, los colorados han puesto en duda la condición colorada del dictador Juan María Bordaberry. Hasta algún despistado llegó a decir que era blanco. Cuentan su pertenencia al Ruralismo3 y el haber sido, antes que presidente de la República por el PC, senador por el Partido Nacional. Cierta parte de la academia lo tildó de un caso raro. El punto de vista necesario es otro. No se entiende el caso de Juan María Bordaberry sin enmarcarlo en el ecosistema que interrelacionó y combinó de diversos modos a las corrientes conservadoras y autoritarias blanca y colorada; a esta última perteneció, indudablemente. El fenómeno ruralista, por el que accedió en realidad a la banca de senador por un acuerdo con el Herrerismo, con sus singularidades, otros aportes sociopolíticos y sus recorridos particulares, es también una de las emanaciones de ese ecosistema. Juan María Bordaberry se inscribe claramente en las trayectorias coloradas que le antecedieron y le siguieron después, de confluencia con el nacionalismo conservador.

Carlos Fedele es politólogo. Fue integrante del Partido Colorado hasta 2018, año en el que se desafilió.


  1. Como, por ejemplo, la más clásica de reformismo-conservadurismo o la de republicanismo solidarista-liberalismo conservador, profundamente estudiada por Gerardo Caetano. 

  2. Cabría un “nos” en el sentido de que sigo identificándome como colorado batllista. Para otro momento las disquisiciones al respecto. 

  3. Movimiento político-gremial fundado por Benito Nardone. 

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan las opiniones?
None
Suscribite
¿Te interesan las opiniones?
Recibí la newsletter de Opinión en tu email todos los sábados.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura