Durante la campaña presidencial y en su discurso de investidura, Lula declaró que América Latina volvería a ser una prioridad en la política exterior brasileña, de acuerdo con el precepto constitucional que establece como uno de los principios de las relaciones internacionales de Brasil la búsqueda de la integración y la formación de una comunidad latinoamericana de naciones. La presencia de un gran número de presidentes de la región en la toma de posesión demostró el apoyo al liderazgo brasileño y la fuerza del regreso de Brasil a la arena internacional.
Recientemente, los presidentes Lula y Fernández relanzaron la asociación estratégica entre Brasil y Argentina y destacaron, en una carta pública, la relevancia de la región en términos de producción de alimentos y recursos minerales estratégicos. Se mencionaron varias cuestiones económicas: la necesidad de reindustrialización, la atracción de inversiones, la integración energética, la inversión en infraestructuras y el impulso del comercio internacional.
“Queremos que el Mercosur constituya una plataforma para nuestra integración efectiva en el mundo, a través de la negociación conjunta de acuerdos comerciales equilibrados que respondan a nuestros objetivos estratégicos de desarrollo”. Además, en el documento firmado, los presidentes “se comprometieron a iniciar un proceso de diálogo a nivel presidencial con los países de la región para el relanzamiento de la Unasur”. Se está dando el impulso y hay elementos coyunturales favorables.
Ejemplos globales
A nivel sistémico, el regionalismo se ha convertido en un elemento fundamental de la política internacional. Además de la integración económica, centrada en los mercados, el regionalismo se refiere al fenómeno de articulación y coordinación de las políticas regionales en un intento de optimizar sus resultados.
En este contexto, las grandes potencias mundiales adoptan políticas regionales asertivas como proyectos de Estado. En el caso de Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) (rebautizado Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá –USMCA, por su sigla en inglés–) es un eje central de su acción exterior y parte importante de su actual modelo económico. En Europa las políticas comunitarias, además de haber construido la paz, sustentan todos los ámbitos de la acción política regional.
En Asia, la zona económicamente más dinámica del mundo en este siglo, las relaciones regionales han sido fundamentales para el establecimiento de modelos virtuosos de desarrollo, como los que generaron el auge de los tigres asiáticos. Los lazos económicos asiáticos se han estrechado en las últimas décadas y las buenas relaciones con los vecinos son una prioridad de la política exterior china. Además, fenómenos recientes, como la pandemia de covid-19, han evidenciado la importancia de las cadenas de suministro regionales y reforzado la tendencia al nearshoring (externalización de negocios cercana).
A nivel regional, también hay elementos favorables a la integración. Las afinidades entre gobiernos de centroizquierda son una de las facetas más visibles, así como un cierto acercamiento en cuestiones identitarias y culturales. Retos similares –como la lucha contra la pobreza y la desigualdad– son elementos de convergencia. En el proceso de construcción de la Unasur, por ejemplo, hubo acuerdo sobre la definición de una nueva agenda de desarrollo socioeconómico (tras el fracaso de las recetas neoliberales); el establecimiento de una agenda positiva con incentivos para los mecanismos de cooperación Sur-Sur; y el enfoque en los cuellos de botella de la región en materia de infraestructuras.
Integración en el proyecto brasileño
En Brasil, el acercamiento y la integración con sus vecinos representa un proyecto de Estado, con origen en los gobiernos militares y mantenido por todos los gobiernos democráticos desde José Sarney a Michel Temer, con la excepción de Jair Bolsonaro. Ciertamente, hubo diferencias en el diseño y los objetivos integracionistas según el momento histórico, pero es notoria la resiliencia de instituciones como el Mercosur, que incluso sobrevivió al último gobierno.
Pese a los elementos contextuales favorables, existen muchos retos. La integración es un fenómeno complejo y, a lo largo de nuestra historia, el avance hacia la unión se ha visto obstaculizado por dificultades económicas y cuestiones estructurales, así como por obstáculos políticos y un menor interés de los líderes regionales. Las cuestiones ideológicas y las políticas gubernamentales discontinuas (no consolidadas como políticas estatales) afectaron directamente el rendimiento de las instituciones. La alineación con potencias externas fue también un conocido elemento de desintegración.
Las redes de articulación de la extrema derecha, tanto en Europa como en las Américas, son críticas con los procesos de articulación sociopolítica regional y, en su ideología racista, los/as latinos/as son tratados de forma peyorativa. En el caso del gobierno de Bolsonaro, se ha privilegiado el alineamiento directo con Estados Unidos, y las relaciones de Brasil con América Latina, además de no ser una prioridad, han sido relegadas a una cuestión ideológica y utilizadas para aumentar la polarización del país. Se trata de una acción anacrónica, propia del período de la Guerra Fría, que muestra una visión equivocada del escenario internacional contemporáneo, así como un desconocimiento de las ventajas que la cooperación regional puede aportar al país. Con la pandemia, por ejemplo, quedó en claro la falta que hizo el Consejo de Salud de la Unasur para definir una respuesta más rápida y eficaz a los retos planteados.
Desafíos
La integración vive un nuevo momento favorable y queda mucho por hacer. El liderazgo brasileño, entendido aquí como proactivo, proponiendo políticas construidas junto con los socios, va acompañado de responsabilidades.
Se requiere un arduo trabajo de coordinación y búsqueda de la convergencia. El camino hacia el fortalecimiento regional requiere el establecimiento de un consenso y una definición precisa de los objetivos a alcanzar. Cuanto más amplios y difusos sean los fines, más difícil será alcanzarlos. Uno de los mayores retos, por tanto, es definir acciones que puedan ponerse en marcha en los próximos años, así como reforzar las instituciones para que sobrevivan a los cambios políticos, porque nuestras dificultades similares requieren, de hecho, acciones coordinadas.
A nivel social, es esencial refutar las fake news de la extrema derecha, aclarar los puntos confusos y deconstruir las falsedades difundidas. Es necesario ampliar el diálogo social, profundizar las instancias de cooperación y participación, consolidar las instituciones y establecer una burocracia regional más sólida, estimular la educación y la cultura democrática y ciudadana, fortalecer la identidad sudamericana y el sentido de pertenencia, así como desarrollar mecanismos regulares para dar a conocer los resultados alcanzados por las políticas e instituciones regionales. A medio plazo, el reto de la identidad es quizá un elemento clave. Es necesario fomentar la identidad sudamericana y el conocimiento mutuo e ir más allá.
No hay opciones sencillas en términos de políticas de desarrollo internacional. Sin embargo, el momento histórico es muy favorable y ha llegado la hora de impulsar el regionalismo sudamericano. Lo que está en juego es la inversión o la profundización del proceso de periferización de la región en el escenario internacional.
Aline Contti es profesora adjunta del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Paraíba. Este artículo se publicó originalmente en latinoamerica21.com.