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Semillas de esperanza: árboles en vez de cercas eléctricas

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Pedro de Alarcón es una de esas emblemáticas calles de Montevideo que deja entrever el devenir histórico de la ciudad al transitarla. Si bien está ubicada a unas pocas cuadras del Obelisco y del Estadio Centenario, en pleno barrio Parque Batlle, bien podría ser una calle de una tranquila ciudad de otro departamento de Uruguay; de Mercedes, Paysandú o Salto, por ejemplo. Su extensión es de unos trescientos metros, nada más, desde la Avenida Américo Ricaldoni hasta la Avenida Rivera, pero estos son bien variados puesto que no sólo albergan cuadras con manzanas anchas y estrechas, sino también un pintoresco pasaje que pudo querer asemejarse a las callecitas de Montmartre.

Cuenta una vecina que hace más de setenta años que vive en Alarcón que esta zona del barrio era conocida como el Castelar o el barrio de los españoles, pues muchos migrantes de la península Ibérica residían allí. En los tiempos en que sus calles eran empedradas también se referían a la zona como Estación Pocitos, porque el tranvía paraba muy cerca, en el cruce de las avenidas Rivera y Soca. Francisco Piria poseía varios de los terrenos y aún se puede visitar la casa que albergaba la caballeriza para quienes iban a caballo a la pulpería que quedaba en Alarcón, casi sobre la Avenida Rivera. Hasta hace unos años, junto a los cánticos y gritos de gol del estadio, el barullo de niñas y niños jugando a la pelota en la calle era parte del paisaje sonoro del barrio. Hoy el aumento del tránsito ya no permite el juego en la calle, pero los vecinos siguen charlando, reuniéndose y proponiendo actividades conjuntas. Los avances tecnológicos en telefonía permitieron que la mensajería instantánea a través de los celulares se tornara una herramienta de comunicación muy eficaz; así, crearon el grupo Vecinos en Red, para poder conversar e intercambiar ideas sobre diferentes cuestiones del barrio. Es una alegría cuando algún vecino o vecina comenta que tiene cerezas o nísperos para compartir, o cuando se corrobora que no hubo un cortocircuito en la casa de un vecino porque el apagón es general.

Las rejas, alambres de púa y cercas eléctricas también han ganado espacios y se han tornado parte del paisaje de Alarcón, como en el resto de la ciudad. “¿Hay algún problema social? ¿Están en algún tipo de guerra?”, comentó al respecto una turista italiana un día mientras paseaba por la rambla a la altura de la Colonia de Vacaciones de ANEP. Según Gorelik,1 si bien existe gran diversidad entre las diferentes ciudades de Latinoamérica, entre las que ubica a Montevideo, estas ciudades paulatinamente comenzaron a caracterizarse por la aparición de problemas en cuanto a la “pobreza y marginalidad, fragmentación y violencia, tugurización de los centros históricos, urbanización descontrolada del campo y desequilibrios regionales”. El síntoma de esto podría ser la gradual aparición y expansión de enrejados, alambres de púa, cercados eléctricos y distintos dispositivos de seguridad. Poco a poco pareciera que cierta preocupación colectiva por la estética de la ciudad fuera dejándose de lado en pos de los dispositivos de seguridad individual. Este cambio simbólico afecta a la vecindad pues no es lo mismo encontrarse a charlar o tomar unos mates bajo la sombra de un árbol –o delante de un colorido y florido jardín– que frente a una cerca eléctrica.

En este panorama los vecinos de Alarcón, por iniciativa de tres vecinas –Moriana Moreira, Carmen Antúnez y Analía Sandleris, esta última artista plástica y técnica en jardinería–, analizaron qué árboles eran ideales para este tipo de calle, juntaron las firmas y fondos necesarios y pidieron los permisos y colaboración a la Intendencia de Montevideo (IM) para plantar los árboles a lo largo de toda la parte estrecha de la calle. La respuesta, desde una intendencia que promueve una ciudad más verde, fue afirmativa, y el ingeniero agrónomo Rodolfo Falkenstein analizó la viabilidad de la acción y marcó el lugar donde se plantarían los nuevos árboles. El 12 de setiembre se concretó el proyecto colectivo: 27 espumillas rosadas fueron plantadas a lo largo de Alarcón.

Ojalá cada vez haya menos alambres de púa y colectivamente podamos construir un Montevideo que no se parezca a una trinchera de guerra, sino a una ciudad llena de esperanza, color y vida.

Como comentaban el día de la plantación Julián Gago, técnico en áreas verdes de la IM, y Analía Sandleris, la elección del árbol, la planificación y el cuidado posterior es fundamental para que los árboles traigan beneficios para el barrio. Se eligió la espumilla rosada (lagerstroemia Indica), también conocida como árbol de Júpiter, debido a que es un arbusto pequeño, sin raíces agresivas y de hoja caduca que se le puede dar forma de sombrilla en verano; y en invierno, al quedar sin hojas, no deja que se pierda el calor del sol. Según Sandleris, “cuando los arbolitos crezcan y armen una sombrilla vamos a tener, por lo menos, seis grados menos en nuestras veredas, lo cual es un beneficio para el que camina, también es un beneficio para el pavimento –para sus contracciones y dilataciones– y también generan una especie de corredor vegetal y animal. O sea, esos arbolitos van a crear un corredor para aves que vengan desde el parque o vayan hacia el parque”.

A su vez, Gago comentó que Montevideo es reconocida en las guías turísticas por su parque botánico y por el arbolado de la ciudad. Señaló que si bien a veces existen problemas dado que el cuidado de los árboles es muy complejo, los beneficios son mucho mayores que los eventuales perjuicios. Mencionó que incluso el Hospital Maciel, recientemente reformado, revitalizó sus jardines dado que existen estudios que muestran una mejor y más rápida recuperación de los pacientes cuando están en contacto con plantas.

Es una iniciativa que no sólo da color, sombra y una nueva visual al barrio, sino que también promueve la creación de ciudades verdes, sustentables y la importancia de la estética de la ciudad. No es lo mismo vivir entre cercas eléctricas que entre árboles; los segundos son más trabajosos y requieren más cuidado, pero ojalá cada vez haya menos alambres de púa y colectivamente podamos construir una Montevideo que no se parezca a una trinchera de guerra, sino a una ciudad llena de esperanza, color y vida; que tenga más árboles, más aves, y que sea más segura para todos y todas.

Patricia Carabelli es docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.


  1. Gorelik, A. (2022). La ciudad latinoamericana. Una figura de la imaginación social del siglo XX. Buenos Aires: Siglo Veintiuno. 

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