“La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos”. Julio Cortázar
Cada fin de año las personas compartimos la misma certeza: sabemos que el día siguiente será más o menos igual al último día del año anterior. Sabemos que nuestras vidas habrán cambiado poco o nada y, de todas formas, esto no impide que disfrutemos de la oportunidad de desearnos felicidad colectiva, de abrazarnos con cercanos y distantes, de hacer la pausa para la reflexión, intentar el análisis, el balance y, sobre todo, soñar y proyectar. A esto mismo nos invitan los 300 años de Montevideo.
Los festejos por el inicio del proceso de su fundación pasaron por la ciudad como un excelente –y muy bien organizado– torbellino de calidad, arte, cultura y mucha alegría y amor por nuestro territorio. Pero también dejaron un tendal de discusiones y reflexiones, algunas de las cuales vale la pena no dejar morir en el atolladero de las rutinas mediáticas veraniegas.
Es cierto que la acumulación de desafíos permanentes y cotidianos que presentan las ciudades para las rutinas de vida de las familias –sin contar las agendas electorales– condicionan mucho la elección de la discusión pública. Entonces, la profundidad de los temas, el largo plazo y las transformaciones sistémicas apenas son formuladas o discutidas de forma tangencial tanto por los medios de prensa como por los propios ejecutores de las políticas. En las próximas líneas intentaré esbozar –a cuenta de más– algunas de esas discusiones con clave en el futuro.
Montevideo cuenta con buenos instrumentos de planificación, pero que ya tienen tiempo, que fueron muy potentes y han logrado sus transformaciones importantes (los planes Casavalle, Pantanoso, Miguelete, Siete Manzanas, entre tantos). Pero no se puede estar hoy, y menos en el futuro, ajeno a las rápidas dinámicas de cambio urbano y habitacional, de modificación demográfica y territorial, que han tenido las ciudades a la hora de pensar y generar herramientas novedosas en la órbita departamental y, sobre todo, en órbitas contiguas, en alianzas multinivel y en acuerdos estratégicos para obtener y ejecutar mecanismos y recursos de diversa procedencia institucional.
Por ejemplo, no será posible avanzar en un sistema de transporte público, multimodal, eficiente, rápido, interconectado, limpio y sustentable sin una perspectiva de trabajo a 20 años, con mirada e institucionalidad metropolitana, que incorpore un proceso de transformaciones acordadas como políticas de Estado (departamentales y nacionales) donde las apuestas específicas en decisiones concretas de la gestión diaria de muchas áreas de gobierno, y en varias escalas, tienen que ser conducentes, coherentes y coordinadas. Ni que hablar de la institucionalidad y de los recursos necesarios. Tampoco podrá hacerse a espaldas de una prospectiva demográfica, de los cambios y transformaciones en el mundo del trabajo y las preferencias en el modo de vida de las familias. Esto también requiere mucho estudio, mucha estadística, pero, sobre todo, mucha transversalidad.
El dilema “de la basura” ha dado lugar –por suerte, hace rato– a la discusión de la agenda ambiental. De los residuos como desafío y oportunidad, del ambiente como recurso finito y primario. Y no parece lógico –al igual que con el transporte– que el área metropolitana no tome decisiones estratégicas conjuntas en este sentido. No suena coherente que un país del tamaño de Uruguay carezca de una política ambiental y un manejo de sus residuos único, adaptado a las diversas realidades de los territorios, con lógicas comunes que dialoguen.
Hoy Montevideo y los festejos por el inicio del proceso que nos vio nacer nos permitieron discusiones interesantes. Reflexiones que salieron de la caja de zapatos de la historiografía para hacerse colectivas.
La convivencia como centro y eje sustancial de la mejora de la vida de las familias en la ciudad, como articuladora y estrategia central contra la “inseguridad”, no puede tener discusión. Y eso nos deberá llevar directamente a la generación de nuevos enfoques urbanos con los barrios como centralidades, con peatonalizaciones con eje en los centros educativos, con alumbrados masivos y bidireccionales –calle y veredas– en toda la ciudad, con apuestas jugadas a planes específicos de vivienda para coartar procesos de gentrificación y para repoblar y ocupar viviendas vacías en zonas centrales. Una decidida apuesta a retomar el valor público de nuevos parques verdes con una mirada y perspectiva humana y vanguardista tal como la que supieron tener, siglo atrás, quienes planificaron el parque Rodó, el parque Prado o el parque Batlle. No hay transformación posible de la convivencia sin la permanente participación de la cultura y del deporte, sin esos agentes dinamizadores del ser colectivo de la sociedad que nos permiten encontrarnos, reconocernos y superarnos.
El Montevideo de los próximos 300 años no deberá encontrarse tampoco con personas sin techo durmiendo en todas sus esquinas, ni con hogares sin casas. El esfuerzo inmenso en realojos y regularizaciones lleva décadas y mucho trabajo, pero no alcanza. La intendencia sola no puede; el problema es sistémico y así hay que encararlo, con seriedad y abiertos a posibles nuevas soluciones colectivas y comunitarias, sin dejar de ser capaces de probar en lo jurídico y en lo arquitectónico.
Todo esto requiere infraestructura, recursos, políticas, pero, antes que nada, niveles de acuerdo importantes. Porque todas estas políticas, necesarias y de largo aliento, sólo son posibles con la construcción de acuerdos potentes. Porque ser capaces de construir la política pública y de instrumentar los mecanismos administrativos es la tarea menor; la gran tarea es anterior, es acordar desde la política los objetivos de largo plazo.
Los largos plazos se construyen, se deciden, se buscan y se acuerdan. Pero también se facilitan cuando se apuesta a procesos políticos con protagonistas que vivan como suyos y propios los desafíos, las revoluciones y encrucijadas del mundo que tienen que resolver. Y esto, en una fuerza política de izquierda, con afán y obligación de renovación y superación, es, en los próximos años, casi un mandato.
Ojalá los procesos políticos progresistas que se avecinan en Montevideo nos permitan tener durante cinco o diez años el ojo y la mirada puestos exclusivamente en la ciudad, el departamento y su gente, y podamos hacerlo además con los sobrados equipos jóvenes y renovados que el Frente Amplio posee. Con mucha capacidad, con perspectiva y prospectiva.
Hoy Montevideo y los festejos por el inicio del proceso que nos vio nacer nos permitieron discusiones interesantes, reflexiones que salieron de la caja de zapatos de la historiografía para hacerse colectivas y públicas, y esto hay que celebrarlo. Pero ante todo nos permitieron valorar y poner el acento en los procesos. En comprender colectivamente que no siempre hay inicios ni finales claros, que la fiesta no termina, que las ciudades y sus poblaciones no tienen un final escrito en ningún lugar, que somos sólo una parte pequeña de un engranaje histórico que rueda sin fin. Y que, en todo caso, es nuestro deber, como ciudadanía responsable y soñadora, ser capaces de imaginarnos siempre nuevos procesos, cargados de utopías y posibilidades.
Sabemos que el camino es de quien camina y que Montevideo siempre va a estar ahí, al alcance del salto que nos atrevamos a dar.
Christian Di Candia fue intendente de Montevideo.