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¿Qué nos dicen las elecciones internas sobre nuestros partidos políticos?

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Es una afirmación corriente y aceptada que un gobierno representativo no puede funcionar sin partidos políticos, y que una democracia parlamentaria se apoya en una democracia de partidos. Es válido entonces reflexionar sobre el estado actual de los partidos en Uruguay, luego de las elecciones internas de este año.

La realidad actual de los partidos políticos plantea muchas interrogantes en todos los países, y es un área privilegiada de estudios de ciencia política. Incluso hay investigadores que plantean que se están convirtiendo en actores cada vez más irrelevantes al no dar respuestas a los problemas políticos, y que muchas de sus funciones están siendo sustituidas por otros tipos de actores (movimientos sociales, internet, democracia directa).1

Creados como consecuencia de la participación ciudadana, su forma evolucionó históricamente. Fueron las escuelas griegas, los patricios y plebeyos romanos, los girondinos, jacobinos o los iguales franceses, las facciones cortesanas españolas, hasta ser los partidos en los siglos XIX y XX. Su funcionamiento actual es objeto de estudio en todas las latitudes. Montero y Gunther2 afirman que desde 1945 hay 11.500 libros, monografías y artículos referidos a los partidos políticos en todo el mundo occidental.

La presentación a las elecciones internas de nuestros partidos, incluyendo la aparición de nuevos candidatos, la integración de las listas, las especulaciones, los cambios de agrupamientos, y los resultados de las internas muestran que nuestros partidos históricos distan mucho actualmente de ser las colectividades caracterizadas por sus identidades y sus programas, por sus principios originales, por su democracia interna o por el cumplimiento de sus cartas orgánicas.

Su posicionamiento en relación con la violación de las libertades individuales en los últimos 50 años, la dictadura cívico-militar, los fenómenos de corrupción o la pléyade de acomodos, violaciones a las normas que rigen el ordenamiento jurídico, la moral administrativa y la ética pública marca un proceso de profundo declive, que explica el proceso de pérdida de confianza de la población. No hay otra explicación para el hecho de que colectividades que fueron creadoras de la institucionalidad gubernamental y política de nuestro país cuenten hoy con bastante menos de un tercio de apoyo ciudadano. Algo profundo está crujiendo.

Se va consolidando en su seno una visión de que los individuos son determinantes en detrimento del funcionamiento político colectivo. Aparecen outsiders que se jactan de serlo, con fundamentos de sus antecedentes en el mundo de los negocios privados, o con un look atractivo individual, o con pertenencia a instituciones religiosas, todos ellos con fuentes de financiamiento poco claras en el marco de los brutales costos de las campañas electorales.

Basta ver el enojo de los militantes de sus partidos, que los hay a todos los niveles, que van quedando de lado en las candidaturas, la comunicación o los puestos más apetitosos. De ello se deriva una concepción de la política como disputa entre candidatos y no entre proyectos de país, al tiempo que el mercado económico o del show pasan a ser el mercado político.

Hoy hay un nuevo electorado que tiene nuevas demandas económicas y sociales. El aumento de la clase media y la generación del acceso a la educación hacen que se vean con más claridad los problemas actuales. Disminuir las desigualdades en la sociedad, responder a los derechos de las mujeres y los jóvenes, tener en cuenta que hay más información y no son necesarios los políticos “informados” y charlatanes que todo lo saben, alcanzar crecimiento económico inclusivo, mejorar salarios y pasividades, disminuir los niveles inhumanos de pobreza son asuntos que requieren respuestas que los partidos históricos no dan ni pueden dar.

Se fueron destiñendo y mezclando los colores de nuestras divisas históricas, a medida que nuestra sociedad comenzó a tener problemas. El intento de sustituir nuestra democracia política por un ordenamiento creado en los oscuros pasillos de la dictadura fue rechazado por las mayorías nacionales, que optó por volver a nuestro régimen democrático que tiene en el centro a los partidos políticos como articuladores del sistema.

Va creciendo una vertiente de la política para fines privados en detrimento de la discusión pública sobre orientaciones políticas para conducir los destinos del país.

En nuestras condiciones, los cambios en la sociedad no llevaron a amenazar la existencia de los partidos, sino a la aparición de nuevas formas en la política. Ello explica el proceso de formación y organización de la actual “fuerza política” Frente Amplio, más cerca de las organizaciones sociales, que sin perder las organizaciones políticas supo tejer una estructura de capilaridad en la sociedad. Construido como consecuencia y en respuesta a la crisis política de los años 60, ha obligado a nuestros partidos fundacionales a sumar sus caudales electorales en retroceso, en un proceso de fragmentación política, con la oferta de nuevos candidatos sin antecedentes, sin programa de principios ni programa de gobierno común, en el intento de mantener electores y mantener su existencia. Sus esfuerzos actuales son no ser derrotados, más que conseguir adeptos con un programa político. Es la denominada acumulación por la negativa, como explícitamente lo expresan algunos de sus dirigentes en entrevistas de prensa. No los guía un plan positivo para el país, sino evitar que el Frente Amplio los supere electoralmente.

Los partidos políticos en nuestro país están cambiando en un proceso que no es lineal, pero que muestra características nuevas que merecen ser analizadas. La competencia de las elecciones internas muestra que aparecen políticos guiados por intereses económicos, individuos sin formación en las estructuras partidarias y con exhibición de prestigio personal, junto a militantes partidarios reconocidos. Pero va creciendo una vertiente de la política para fines privados en detrimento de la discusión pública sobre orientaciones políticas para conducir los destinos del país. Y es un riesgo muy grande la eliminación de la política de la competencia política.

Es muy importante estudiar los partidos, su origen, su evolución, y el papel que desempeñan en la democracia, pues como afirman muchos investigadores, los partidos han estado siempre como parte de las instituciones cuya actividad es esencial para el funcionamiento apropiado de la democracia representativa. Es impensable un sistema democrático sin ellos, y a su vez es evidente que la evolución de los contextos, tanto en el país como en la región o en el mundo, afecta las orientaciones y el desempeño de las direcciones de los partidos políticos.

En los trabajos de investigación sobre los partidos políticos hay, por un lado, visiones un tanto catastróficas que predicen su desaparición gradual y su reemplazo paulatino por nuevas estructuras políticas más adecuadas a las realidades económicas y tecnológicas de la política del siglo XXI. Y por otro hay quienes, aceptando la realidad de que a comienzos del siglo XXI los partidos se enfrentan a una serie de nuevos desafíos, piensan que es clave su importancia para las democracias. Es frecuente que en los estados con una historia relativamente reciente de construcción institucional, con independencias políticas posteriores al descubrimiento de sus territorios por las grandes potencias, muchas veces los partidos tienen que cumplir funciones que van más allá de las típicas de las democracias consolidadas, y que además de la formación y elección de gobernantes, de movilización del electorado, la construcción de agendas de la política, y de formación de gobierno, también deben ser actores claves en la consolidación del régimen democrático. Y además, viabilizarse ellos mismos como organizaciones partidistas viables.

Esta relación entre el desarrollo institucional de los estados y las formas que adquieren las organizaciones de la política nos conduce a analizar en qué lugar estamos en nuestro país.

La consolidación política del Frente Amplio en nuestro país es un dato que llama la atención de muchos analistas de dentro y fuera de fronteras. Una “fuerza política” plural, integrada por varios partidos, movimientos, asambleas, corrientes de izquierda, con mayor cercanía a las organizaciones sociales, con integración acorde a ello, con la demostración empírica de los resultados de su desempeño en el gobierno en los resultados objetivos de sus políticas en todos los órdenes, es una respuesta a las incertidumbres a las que están expuestas las estructuras políticas de los siglos XIX y XX.

Y esto se va dando en un proceso en el que los partidos históricos de Uruguay toman decisiones con priorización de sus intereses particulares e individuales en su desempeño político que se traducen en un alejamiento creciente de las necesidades concretas de la población.

Todo está cambiando rápidamente en este tiempo, y el desarrollo de las elecciones internas muestra signos que veremos si las etapas posteriores de la política nacional los confirman.

Ernesto Agazzi fue ministro y senador del Movimiento de Participación Popular, Frente Amplio.


  1. La bibliografía sobre el declive de los partidos es abundante, con autores como Coleman, JJ, Party Decline in America (1996). Hay muchos más. 

  2. Montero, JR y R Gunther. Los estudios sobre los partidos políticos (2004). 

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