Como “profesional del palo”, soy un consumidor ávido de cuanto artículo y declaración periodística caiga en mis manos sobre el Plan de Riego. Y es en función de eso que acompaño mi artículo con una caricatura de Peloduro, porque, y más allá de la estereotipación ideológica sobre el terrateniente y su interés de clase, para mí, y en mi experiencia en el rubro, ella bien le cabe al funcionario/tecnócrata que aislado de la realidad y montado en la soberbia de los textos y los modelos teóricos presenta, y no pocas veces, propuestas voluntaristas, dogmáticas o sin bases reales, que luego, ante la realidad de los hechos, están destinadas al fracaso.
¿Por qué dentro del grupo que trabaja este tema no están los intendentes (el Congreso de Intendentes)? Cuando leo que, además de los lógicos ministerios (Economía y Finanzas; Ganadería, Agricultura y Pesca; Ambiente), hasta el Ministerio de Industria, Energía y Minería lo integra, la pregunta que surge en mi cabeza es casi que natural.
¿Cómo es posible siquiera pensar en implementar planes de riego en el interior rural sin la participación de los intendentes? Disculpen, pero sin ellos esto suena a que la cosa viene en clave de “verticalazos” desde cabezas economicistas y por y para satisfacer planteamientos corporativistas.
Parece un plan más dirigido hacia la incentivación de los medianos y grandes productores que al desarrollo de los medianos y pequeños productores rurales de a pie. Parece que en el Frente Amplio alguien se contagió del plan del Partido Nacional y ya olvidó aquellas declaraciones del exministro Enzo Benech respecto de la ley de riego: “Hace años y años que estamos manteniendo un sistema de riego que no se usa. Peor inversión que esa no conozco”.1
No es lo mismo basar un plan en la inauguración, como se hizo en diciembre de una subestación eléctrica en Villa Sacachispas (a un costo de tres millones de dólares), bajo la supuesta lógica de que el beneficio para los productores será tan grande y evidente que eso incentivará su inversión en implantar sistemas de riego, que basar un plan en reforzar y fortalecer redes de sistemas productivos ya existentes, o hacer productivas tierras estériles o de baja productividad a productores que manejan y viven en predios pequeños, para así no sólo implementar el riego sino intensificar la producción (además de otras actividades complementarias como ser tambos, avicultura, industrializar la producción, etcétera).
A no ser que se trate de “levantar grandes volúmenes de agua”, como sucede en el rubro arrocero (riego por inundación) o cañero (riego por surco), en el riego presurizado los volúmenes de agua para regar son con relación a aquellos pequeños y manejables mediante el uso de motobombas y generadores, y sólo durante su uso (1.800 de las 8.800 horas que tiene el año).
Cuidado, entonces, con limitar y ejecutar un plan de riego sólo al son de los cantos de sirenas corporativistas que buscan “convertir crisis en oportunidades”, o cuidado con tomar tanto el arroz y la caña como ejemplos, cuando en el primero el agua es condición indispensable de producción y en el segundo es condición indispensable de rentabilidad. La producción de granos y pasturas se mueve por andariveles totalmente diferentes a aquellos dos.
En Uruguay, cuando hablamos de implantar el riego, tenemos que entender que en los productores, todavía, está arraigada la costumbre de que para aumentar la producción o expandirse es más conveniente recurrir a los arriendos temporarios de campos que arriesgar capital realizando inversiones para mejorar la productividad en los propios.
Salvo las honrosas excepciones de siempre, desde la masa de productores de granos y pecuaristas no se ve que exista en el mercado una alta demanda real por producir bajo riego ni siquiera entre los que explotan campos linderos a grandes cursos de agua (Uruguay, Negro, De la Plata) que teniendo todas las posibilidades a mano para hacerlo por sí mismos no lo hacen.
Entonces, si la inversión significa aumento en los lucros, ¿por qué quienes poseen la comodidad, oportunidad y la capacidad financiera de hacerlo no ven conveniente hacerlo? ¿Qué otro “incentivo” necesitan?
Nunca escucharon hablar de “A indústria da seca”, como la llamaba Fernando Henrique Cardoso cuando fue ministro de Economía de Brasil, comentando el rechazo de los productores a su oferta de implementar soluciones definitivas a las sequías y en su lugar obtener el reclamo para recibir beneficios fiscales y así paliar las pérdidas ocasionadas por la sequía (o cualquier otro desastre natural), algo que, en Uruguay, las gremiales y federaciones agrarias tan bien saben hacer.
Cuidado, entonces, con presuponer desde los despachos que si le doy A a quienes presionan, recibiré AA y no un -A .
Cuidado con aquellos planes que a imagen y semejanza (y consejo) de organismos multinacionales promueven o financian (más allá de todo lo bienintencionados que sean) soluciones “novedosas” ajenas a la idiosincrasia del productor local.
Para hacer nuevos planes, mejor busquen ejemplos en casa. “Porque de corregir los errores de propios se aprende más que de copiar buenos ejemplos de los ajenos”.
Y errores uruguayos de donde aprender no faltan. Por ejemplo, allá por 1944, el entonces titular de la Dirección de Hidrografía (Ing. Buzetti) informaba al público sobre la presupuestación y puesta en marcha del Plan Hidráulico de Riego y Energía con un “curioso” subtítulo: “Iniciación de la reforma agraria”. Se trata de un, hoy olvidado, ambicioso, hermoso y completísimo proyecto que calza con la expresión de moda, “multipredial”, pero ubicando a las personas como eje del proyecto. Estuvo destinado a modernizar y darles a aquellos colonos las condiciones de vida para expandir e intensificar la producción agropecuaria hacia nuevas culturas y territorios donde la producción había “prácticamente quedado estancada en la estancia cimarrona”.
Como bien lo expuso Buzzeti en los 40, la implementación de un Plan de Riego, más allá de ser tan sólo una herramienta de desarrollo económico y productivo, significaba estar implementando una reforma agraria en un rubro en el que “tu modo de producir es tu manera de vivir, y por lo tanto modificar tu modo de producir significa modificar tu manera de vivir”. ¿En qué o dónde falló que no se continuó?
¿Qué podemos aprender de los fracasos de Calnu y Calagua? ¿Qué correcciones deberíamos hacerles a aquellos fracasados proyectos de ayer en Bella Unión, para poder “sacarle el jugo” a ese desierto verde que dejó el cierre de El Espinillar?
Allí ya existe todo un sistema de riego hoy en parte subutilizado, en parte abandonado, con capacidad para fácilmente abastecer agua para el riego presurizado a unas 12.000 o tal vez 15.000 hectáreas.
¿Por qué no nos sentamos con los actuales propietarios de esas tierras que actualmente están produciendo por debajo de su potencial y les planteamos reconstruir eso juntos, basados en un Programa de Reorganización productiva que no caiga en los errores de Bella Unión?
Me despido insistiendo
Un Plan de Riego Nacional con espíritu frenteamplista –una reforma agraria– no puede meramente focalizarse en hacer eficiente la producción nacional, porque el “interés” siempre es un concepto engañoso y dura lo que la “conveniencia”.
Su eje principal tiene que ser llevar al productor a su conclusión y convencimiento de que el plan es “de su interés”, para que culturalmente lo adopte. Esa labor no es algo que se pueda hacer desde escritorios y despachos sin la participación de las intendencias, municipios y alcaldías e ignorando a los productores (cooperativas locales).
La primera acción del Grupo Tarea del Plan de Riego debería estar libre de prejuicios dogmáticos y estar ya siendo implantada, trabajando en vencer las naturales resistencias al cambio en su modo de producción (y de vida) que traerá el plan de riego.
Sin ese trabajo previo, los sujetos del cambio resistirán las propuestas que vendrán “desde arriba” ya que, a ese nivel, los cambios sólo tendrán éxito si son adoptados por convencimiento social y no por conveniencia económica, como ocurre entre el empresariado (al que siempre le gusta, como a todos, recibir de arriba).
Porque serán los que viven entre esos vecinos quienes pondrán lo mejor de sí para que los proyectos se implementen y se mantengan para el beneficio de sus sociedades y la economía local.
Ricardo Weisz es consultor en tratamiento de agua. Fue durante 30 años representante técnico-comercial de empresas israelíes de solución de filtración de agua para industrias y riego.
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la diaria, octubre de 2018. ↩