Hace pocos días empecé a leer el libro de Gabriel Delacoste El misterio de Alberto Methol Ferré, y desde las primeras páginas me volví a sorprender por la densidad de su pensamiento y la vigencia de sus preocupaciones.
Methol no es un nombre que suene en todos los debates actuales, pero su vida y su obra siguen ofreciendo cierta perspectiva para comprender la historia política y social de Uruguay y la región.
Mi acercamiento a Methol comenzó también con la lectura de sus textos fundamentales, El Uruguay como problema, La izquierda nacional en la Argentina y La crisis del Uruguay y el Imperio británico, entre otros. Cada uno revela distintos aspectos de su pensamiento: la articulación de la nación con la historia regional, el antiimperialismo y la integración continental. Leerlo hoy es, en cierto sentido, una invitación a pensar la nación, la integración regional y la relación entre política y religión desde otra perspectiva.
Delacoste logra mostrar a Methol no sólo como pensador, sino como operador político, capaz de moverse en los pliegues del Frente Amplio, la Iglesia y el peronismo. La reconstrucción de sus diálogos con figuras como Carlos Quijano, Vivian Trías y Jorge Abelardo Ramos, o incluso con el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, permite ver cómo Methol funcionaba como un nodo (o nexo) entre Uruguay, Argentina y la Iglesia latinoamericana. Entre el marxismo, la religión y el nacionalismo federalista.
Nacido en Montevideo en 1929, formado en filosofía, historia y derecho, Methol transitó desde joven por espacios políticos diversos: fue cercano a Luis Alberto de Herrera, al ruralismo de Nardone, a la Unión Popular con Enrique Erro y el Partido Socialista, y a la fundación del Frente Amplio con Liber Seregni. Ese pragmatismo nunca lo desvió de su idea principal: pensar a Uruguay en clave regional y continental.
En el año del bicentenario de la independencia uruguaya, el rescate de El Uruguay como problema como texto fundante de su pensamiento obliga a revisitarlo desde la perspectiva de la integración regional. El libro, sin embargo, mantiene una distancia académica que a veces diluye la dimensión nacional-popular de Methol, ya que el mismo autor no viene de ese campo de pensamiento.
Presentar su “misterio” como algo casi exótico corre el riesgo de reducir la complejidad histórica de su obra en una etiqueta teórica. La noción de “verticalismo latinoamericano”, central en sus trabajos, ilustra esta tensión: conecta sus influencias europeas y católicas con su militancia en América Latina, pero puede percibirse más como una categoría académica que como un hilo conductor real del pensamiento social y político de la región.
Desde la perspectiva de la izquierda nacional, Methol no es un misterio: representa una época en la que el antiimperialismo, el peronismo, el revisionismo histórico y el catolicismo buscaban articularse. Sus decisiones –como su crítica al indigenismo o su defensa de la continuidad hispánica y católica– son opciones políticas claras que permiten comprender los dilemas de su tiempo y la complejidad de sus estrategias.
Desde la perspectiva de la izquierda nacional, Methol no es un misterio: representa una época en la que el antiimperialismo, el peronismo, el revisionismo histórico y el catolicismo buscaban articularse.
Su visión geopolítica se expresó con fuerza en ideas como los “estados continentales”, donde sostenía que América Latina debía superar la fragmentación heredada de las independencias para constituirse en un bloque capaz de enfrentar a los imperios. Para Methol, la integración no era un deseo retórico, sino una necesidad vital. En esa línea defendió la alianza argentino-brasileña, siguiendo la idea de Juan Domingo Perón y la propuesta ABC (Argentina, Brasil y Chile) como eje articulador de América del Sur.
Veía en la unión de Argentina y Brasil el núcleo indispensable para que Uruguay, y el resto de la región, no quedaran reducidos a meras periferias dependientes. Su lectura del peronismo como fenómeno nacional y popular con proyección continental fue central para articular su pensamiento.
Unió lo geopolítico con lo religioso. Desde su conversión al catolicismo, desarrolló un fuerte vínculo con la Iglesia latinoamericana y fue protagonista en el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), en Medellín y Puebla. Allí defendió la “teología del pueblo”, que luego marcaría la visión pastoral de Jorge Bergoglio –hoy una figura importante tras su paso por el papado–, lo que permite ver cómo, para Methol, la Iglesia era también un actor clave en la construcción y defensa de la soberanía y en la defensa de la unidad latinoamericana.
Tensiones clave en su pensamiento –nacionalismo y socialismo, religión y política, revolución y orden– no quedaron ancladas en su tiempo. Methol las navegó con audacia, combinando tradición y cambio, teoría y acción. Pero lo que hace necesario volver a él hoy es que esas mismas tensiones siguen abiertas en América Latina: los debates sobre democracia liberal, populismos, integración regional o el papel de la religión en la esfera pública continúan siendo discusiones centrales.
En ese sentido, releer a Methol Ferré en clave presente no es un ejercicio de arqueología intelectual, sino un modo de observar problemas actuales desde las huellas que dejó un pensador capaz de ver la región como proyecto común.
Su capacidad de moverse entre ideas y acción política lo convirtió, según Delacoste, en un operador singular: no sólo escribía, sino que influía en discursos y decisiones de distintos actores políticos y religiosos de la región, de variado espectro político. Y si bien esas tensiones marcaron su tiempo, siguen presentes en la política regional actual: los debates sobre qué es la democracia liberal, los populismos, la religión o la integración regional.
Sacar a Methol del mural y ponerlo en discusión
Su pensamiento, su capacidad de síntesis y su visión sobre la integración regional merecen ser conocidos y debatidos, no simplemente recordados. No sólo como una figura de mural detrás de la sede del Mercosur.
Como dice Delacoste, Methol fue “la potencia de un compañero que no terminó de emerger”. Releerlo hoy, en clave presente, es reconocer sus ideas sobre América Latina, la nación y la Iglesia, que siguen resonando. Desde la esfera intelectual hasta la mirada de Francisco, que en su visión sobre la región reflejaba alguna de esas preocupaciones sobre la unidad y la soberanía de América Latina. Es también reconocer la importancia del revisionismo histórico y la búsqueda de denominadores comunes para esa unidad.
Sin embargo, surgen interrogantes inevitables: si Methol reivindica la continuidad hispánica, ¿qué significa hoy volver a España? ¿Qué diferencia hay entre pensar en Hispanoamérica, Latinoamérica, Indoamérica o Abya Yala? ¿Es lo mismo un nacionalismo popular que uno oligárquico? ¿Cómo dialoga el nacionalismo de patria chica con el de patria grande? ¿La balcanización del continente fue sólo producto de factores externos o también de fracturas internas?
Disciplinas como la antropología o la sociología cuestionan hoy esa idea de homogeneidad de la Patria grande y nos invitan a preguntarnos si debemos pensar la religión no únicamente como heredera de España, o como un espacio de múltiples herencias: indígenas, africanas, asiáticas.
Estas tensiones, lejos de invalidar a Methol, muestran hasta qué punto sigue siendo necesario releerlo y comprender que en su momento fue un puntapié interesante para escapar de la visión de que la historia está sólo en determinada región de Europa. Desmontar esa visión de que la Historia Universal es exclusivamente europea. Releerlo es también vernos como protagonistas de la historia y no como meros espectadores. Como diría Joaquín Torres García: “Nuestro norte es el Sur”.
Joaquín Andrade Irisity es estudiante de Historia en el Instituto de Profesores Artigas.