El “caso Cairo” es, sin lugar a duda, un hecho político que sacudió tempranamente al gobierno liderado por el presidente Yamandú Orsi. De hecho, es el primer suceso político que incomoda al gobierno del Frente Amplio, que, con mucha cautela, había centrado sus apariciones en discutir con los resultados de la administración de Luis Lacalle Pou. Mucho se ha escrito del caso en sí y, por lo tanto, no es objeto de estos párrafos detenerse en las causas que llevaron a semejante desatención e impericia del elenco gobernante. Si bien podría discutirse, y mucho, sobre cuánta responsabilidad le cabe a quien designa jerarcas de gobierno sobre sus aptitudes políticas, técnicas, morales o éticas para desempeñar un cargo de semejante envergadura, aquí intentaremos problematizar algunas consecuencias de lo sucedido. Sobre todo, pondremos foco en las posibles incidencias políticas del hecho en la ciudadanía.
En muchas oportunidades, la rapidez de los acontecimientos políticos y sobre todo la velocidad de los ataques de la oposición hacen que se construyan respuestas basadas en el amateurismo o la falta de profesionalismo político desde el oficialismo. Al Frente Amplio eso ya le pasó en las administraciones anteriores. En este, uno de los hechos más evidentes en este sentido fue la conferencia de prensa improvisada de la exministra en el terreno de su casa donde se mezclaron argumentos asentados en peripecias personales para justificar una omisión pública. Como una de las personas más importantes de la fracción más grande del partido gobernante, el Movimiento de Participación Popular (MPP), habría esperado más de Cairo y de sus asesores. Básicamente porque el MPP sabe hacer política, o al menos eso muestran los resultados electorales de octubre de 2024. Probablemente el cálculo de los líderes del MPP haya sido otro: dada la rápida ofensiva que la oposición realizó, se desplegó una estrategia que llevó a que muchas intervenciones públicas fueran, como mínimo, destempladas y desatinadas. La conferencia de prensa improvisada es sólo una de ellas. Aquí me detendré en dos. En primer lugar, en la defensa acérrima que hicieron los principales líderes del MPP durante las primeras horas sobre la figura de Cecilia Cairo en sus redes sociales e intervenciones públicas en distintos medios de comunicación, y en el posteo oficial que se hizo desde ese sector una vez conocida la noticia de la renuncia de Cairo el viernes 18 de abril por la mañana.
Vamos por partes. Una vez conocida la noticia de la falta en la que había incurrido Cairo, buena parte de los legisladores y referentes del MPP y el presidente del Frente Amplio (a título personal) salieron a defenderla y se basaron en sus reconocidas capacidades de militante barrial y conocedora de la temática de la vivienda en Uruguay. Hicieron énfasis en su condición de mujer trabajadora y en sus capacidades como política al frente de distintos organismos vinculados a la materia y su experiencia como legisladora. Es decir, apelaron a sus cualidades personales y a su trayectoria como política profesional. Ambos recursos son válidos para los partidos políticos que quieren defender a sus cuadros políticos, y más a un cuadro que tenía, o tiene, proyección política. ¿Dónde radica el problema de esta defensa? En que en algunas expresiones vertidas para respaldar a la exministra cayeron en algo bastante peligroso e incontrolable: para defenderse de sus errores, se señalaron los del adversario1. Lejos de poner una vara moral impoluta en la dinámica política, me pregunto: ¿qué clase de debate político se está proponiendo? ¿Es atinado, para un país que se precia de sus virtudes cívicas y capacidades retóricas, que sus políticos profesionales construyan ese tipo de intercambio? Obviamente que la pregunta es capciosa y la respuesta es: no. No es adecuado, atinado ni esperable. Mucho menos del sector más importante del partido político más relevante del país. Los votos, además de conseguirlos, hay que retenerlos. De eso se encargan los políticos profesionales.
El segundo hecho es, desde mi punto de vista, bastante más preocupante. Se trata del posteo oficial que hizo el MPP una vez procesado el alejamiento de Cairo de la cartera ministerial. El contundente mensaje señalaba lo siguiente: “Cecilia seguirá militando, como siempre, por transformar la vida de las y los más jodidos de este país. A su lado, bien de cerca, con los pies en el barro, poniendo el cuerpo, ayudando a mujeres solteras a levantar sus techos. Porque los cargos son circunstanciales y esta organización se integra de trabajadores que militan donde la organización lo decida. Porque no creemos en la clase política y somos parte del pueblo representando al pueblo”.
No suena bien que el sector más votado, del partido más votado, apele a un discurso que desacredita las virtudes de la política profesional. Sólo tiende a aumentar la confusión de los ciudadanos.
La primera parte del mensaje no tiene inconvenientes. Está destinada a su base militante, a quienes conocen la trayectoria de Cairo y a quienes la están conociendo ahora. Su perfil territorial. El problema, bastante complejo, radica en la segunda parte del mensaje. En tres sentidos. En primer lugar, porque los cargos no son circunstanciales, dependen de la cantidad de votos obtenidos; por esa razón los partidos y los sectores políticos quieren tener más votos. Más votos son más cargos. Así funciona la política profesional. A eso se dedican los políticos profesionales que destinan buena parte de su vida a la cosa pública. En segundo lugar, resulta llamativo que el MPP, más allá de su condición movimientista, no crea en la clase política y en las dinámicas políticas que de ella se derivan. La serie de alianzas electorales que hizo en los distintos departamentos del país para las elecciones nacionales de 2024, así como la incorporación de figuras mediáticas con ascendencia nacional, son sólo una muestra de que al menos, un poco, creen en la clase política. Porque forman parte de ella cada vez que van a buscar votos y cada vez que pugnan por cargos. De eso se trata la política profesional2. Por último, el posteo incurre en una falsa oposición: o se cree en la clase política o se es parte del pueblo, representándolo. Ese tipo de afirmaciones no conducen a intercambios políticos sobre la dinámica política actual constructivos. Es cierto que la política en general y las instituciones democráticas en particular atraviesan una profunda crisis de representación. Por ello el remate del mensaje está fuera de timing: no suena bien que el sector más votado, del partido más votado, apele a un discurso que desacredita las virtudes de la política profesional. Sólo tiende a aumentar la confusión de los ciudadanos y los conmina a alejarse, paulatinamente, de la política. Y cuando esto suceda, no habrá militantes de a pie que despojados de cargos convenzan a ciudadanos descreídos y hastiados de creer en la política como herramienta transformadora.
Camila Zeballos Lereté es politóloga.
-
Daniel Caggiani, senador del MPP y coordinador de la bancada del Frente Amplio en la Cámara de Senadores, indicó en X que Cairo “es una mujer solidaria y transparente como pocas (...) Cecilia se equivocó y lo reconoce. No pone excusas. No les cargamos los problemas a otros, no rompemos documentos públicos, no montamos tramas investigando ilegalmente a víctimas ni nos organizamos para mentirle al Parlamento (...)”. ↩
-
Dos apuntes. Sobre la política como profesión recomiendo la lectura de La política como vocación de Max Weber (1919) y Tiempos nihilistas de Wendy Brown (2023). Sobre la distinción entre políticos que viven para la política y aquellos que viven de la política considero oportuno tomar en cuenta que la distinción refiere a los protagonistas de los partidos políticos de masas y a los de notables, respectivamente. A propósito, recomiendo consultar el manual de Luis Aznar y Miguel de Luca (coords.) Política. Cuestiones y problemas (2010). ↩