Este artículo tiene el propósito de analizar la realidad de las enfermeras profesionales1 en Uruguay, no para quedarnos allí, sino para tomar impulso y pegar un salto trascendente en un momento en el que se abrió una ventana de oportunidad que nos da aire fresco y luz. Necesitamos que la sociedad en su conjunto comprenda y nos acompañe, porque los beneficios serán mutuos. Nadie más que las propias enfermeras podemos hacer fluir ese aire y liderar ese avance.
Las enfermeras profesionales somos parte de un colectivo preocupado por ser muy pocas, lo que lleva a que con mucha frecuencia nos veamos apremiadas por las urgencias de cada día, sin poder abordar en profundidad los problemas de fondo del ejercicio profesional y sus consecuencias.
En general, gestionamos equipos con recursos humanos insuficientes, con formación muy heterogénea que no facilita la comprensión de todos los problemas que se presentan ni cuenta con herramientas para solucionarlos.
Es una profesión altamente feminizada, con todos los problemas de género en su máxima expresión: mujeres, profesionales, trabajadoras a las que la sociedad valoriza escasamente su tarea y no las apoya efectivamente para su ejercicio, con un gran número de mujeres jefas de familia, con salarios que no son acordes al rol y las funciones que desempeñan, con alto porcentaje de doble empleo, con una imagen social de abnegación y sumisión marcada por conceptos patriarcales, que con frecuencia escuchan un discurso de elogio y valor que no se refleja cabalmente con las remuneraciones ni con el lugar que ocupan como profesionales en la toma de decisiones en los espacios que habitan y donde ejercen su profesión.
La interseccionalidad se expresa en su máxima potencia en este colectivo, porque en su mayoría las enfermeras están atravesadas por otras vulnerabilidades, un gran número procede de un contexto sociocultural con dificultades, que impacta fuertemente en la profesión y su desarrollo, y la gran mayoría es primera generación de universitarios en sus familias.
Si no analizamos la profesión desde el enfoque de género, considerando la interseccionalidad (étnico-racial, socioeconómica, cultural), difícilmente logremos avanzar en el desarrollo de la profesión y, por lo tanto, en el cuidado de las personas y las poblaciones. Cuidar a los que cuidan hace que quienes cuidan logren hacerlo mejor, con más formación académica, con más reflexión personal y profesional, investigando, encontrando mejores soluciones a problemas complejos cotidianos, intercambiando y articulando con otros profesionales y organizaciones. Lograr mejor calidad de vida en el trabajo de las enfermeras requiere tiempos y espacios de escucha y avanzar en la generación de conocimientos.
No es posible aplicar aquello de “cuando entramos al hospital debemos dejar los problemas afuera”. Las situaciones cotidianas nos interpelan y nos impactan personalmente y a los equipos con quienes trabajamos. ¿Podemos pensar que un día de descanso es suficiente después de cuatro o cinco días de doble turno? ¿Podemos andar tranquilas en la calle saliendo de la guardia a las diez de la noche o entrando a las seis de la mañana cuando varios compañeros ya han sufrido atentados, robos o les ha costado la vida hacerlo?
Por estas cuestiones y muchas más que podemos considerar es que las condiciones de trabajo, los salarios, la formación, el tiempo libre para recuperar las energías que insume estar en contacto directo con el dolor, la muerte, incluso el nacimiento todos los días, impactan fuertemente en la calidad del cuidado que brindan a quienes tienen que cuidar. Cuidar requiere disposición personal, requiere empatía que consume recursos personales, emociones, preocupaciones. Tampoco nadie se va a casa del trabajo sintiéndose bien después de un día complicado o “donde las cosas no salieron bien”, el hospital tampoco queda fuera de la casa de los enfermeros.
Sin pretender mostrar una imagen victimizada de las enfermeras, porque la mayoría estamos sumamente orgullosas de serlo, tampoco somos ángeles ni héroes sin capa. Somos parte de la sociedad en la que vivimos, y la sociedad necesita cuidados profesionales que brindamos las enfermeras, los necesitan los que tienen problemas de salud que temporal o permanentemente requieren ser cuidados y tienen derecho a recibir un cuidado de calidad. También lo requieren los ancianos, los niños y los adolescentes, y cada uno de nosotros en algún momento de nuestras vidas.
Tal como dice Teresa Camps, estamos viviendo “tiempos de cuidados”, las enfermeras tenemos el deber ético de brindarlo. Se han hecho múltiples análisis y desarrollado teorías al respecto, y el concepto ha adquirido dimensiones multidisciplinarias con reflexiones muy profundas. El cuidado ha salido del ámbito privado individual y familiar hacia el ámbito externo, requiriendo intervenciones profesionales, organización y soporte público, porque significan una opción de progreso de la sociedad y sus componentes. La forma en que se procesa el cuidado en el ámbito individual, personal o familiar impacta fuertemente en el ámbito económico, social, en la justicia social y mejora la democracia (Camps, 2021). Y en esto las enfermeras somos sujetos receptores de cuidado y proveedores calificados de este.
Desde otra mirada, la formación de las enfermeras requiere atención.
Las necesidades de la población de nuestro país requieren un cuidado cada vez más calificado y profesional para abordar a una población envejecida.
En un país donde la educación secundaria es obligatoria, la formación de enfermeros tiene espacios de formación terciaria con acceso irrestricto a la universidad pública, pero que no cuenta siempre con los recursos necesarios. Sin embargo, el presupuesto destinado a salud es similar al de varios países en los que las enfermeras han logrado mejor desarrollo, por lo que se debe disponer de políticas focalizadas para mejorar la situación específica del colectivo.
En todo caso, se requiere una redistribución o una inyección de recursos que permita la solución de algunos de los problemas planteados con medidas concretas que ya están propuestas por el propio colectivo.
Sin dejar de lado a nadie, avanzar hacia una formación universitaria básica para todo el colectivo en los plazos necesarios sería un gran avance para el país, pero cualquier definición debe hacerse sin demoras.
Las necesidades de la población de nuestro país requieren un cuidado cada vez más calificado y profesional para abordar a una población envejecida, con aumento de la pobreza infantil, con problemas de salud mental serios, con un sistema de salud que requiere avanzar en su cambio de modelo de atención y cuidado de la salud, entre otros. Se requieren políticas públicas en todas sus dimensiones, pero que reconozcan las potencialidades y capacidades existentes en la sociedad, con la valorización y el reconocimiento del cuidado como derecho y el fortalecimiento de la integración de las mujeres en el desarrollo de la sociedad.
Si bien no todos los cuidados deben ser brindados por profesionales ni son del ámbito estrictamente sanitario, si existe una disciplina que ha estudiado el cuidado, la sociedad debe incluirla en sus políticas y valorizar su rol en los ámbitos donde, con un enfoque preventivo, de promoción de salud, considerando los determinantes sociales de la salud, con un enfoque integral centrado en las personas, puedan impactar en la calidad del cuidado de todos los integrantes de la sociedad.
La necesidad de cuidados es inherente al ser humano, y logramos avanzar a partir de la forma en que nos cuidamos. Margaret Mead consideró que el signo más significativo del desarrollo de la civilización humana ocurrió el día en que un hombre no murió porque alguien lo cuidó cuando sufrió una fractura.
Argumentos sobran, análisis también. Llegó la hora de actuar y avanzar en ese camino. Aquí es donde empieza a jugar la necesidad de que trabajemos para que las enfermeras hagamos conocer nuestra voz y tome relevancia nuestra palabra, así como la necesidad de desarrollar competencias políticas para avanzar en las estrategias para procesarlo. Porque cuidar no es sólo estar al lado de una persona enferma.
Las enfermeras lo entendemos muy bien, pero nos enfrentamos al enorme desafío de transitar hacia un nuevo paradigma centrado en las personas, mediante el trabajo interprofesional, en equipo, aportando nuestra mirada. Entendemos que es la forma de abordarlo, con enfoque preventivo y de promoción de salud, incluyendo el cuidado del medioambiente.
En este contexto, el desafío es inmenso, requiere mucho tiempo y quizás muchas generaciones, mucha creatividad, desarrollar nuevas ideas (incluso estéticas) de lo que es ser enfermero y el potencial que puede desarrollar y brindar a la sociedad.
Implica disminuir esa gran brecha entre lo que la sociedad cree, espera y siente acerca de lo que es el cuidado y el lugar que ocupan las enfermeras al respecto, lo que las enfermeras pueden brindar y lo que necesitan para hacerlo.
Para demostrarlo tenemos la evidencia de que en pocos días las y los colegas han invadido muchos espacios en el ámbito político, en el Parlamento, en las direcciones departamentales, en las direcciones hospitalarias, en las direcciones centrales ministeriales, en los equipos de gestión, en las instituciones académicas. Desde los lugares donde se toman decisiones y se generan políticas públicas, trabajando con todos los que cada día ponen el cuerpo y el alma en los cuidados directos, seguiremos avanzando para brindar el mejor cuidado. Nuestro país se lo merece, nuestros ciudadanos lo necesitan.
Mercedes Pérez es licenciada en Enfermería, especialista en gestión de servicios de salud y en enfermería materno-infantil. Fue profesora titular del Departamento Materno Infantil de la Facultad de Enfermería (1998-2023) y decana de la Facultad de Enfermería (2013-2022).
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Se recurre al término enfermera porque el colectivo es altamente feminizado y el rol de cuidado está transversalizado por el género, determinando las características de la profesión. ↩