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Democracia ¿siempre y cuándo?

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El lunes 21 de julio de 2025 se celebró el encuentro denominado Democracia Siempre en Santiago de Chile. En el evento participaron los presidentes de Chile, Brasil, Colombia, España y Uruguay (Gabriel Boric, Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro, Pedro Sánchez y Yamandú Orsi, respectivamente). El encuentro tuvo algunos temas estructurantes de relevancia regional como el “fortalecimiento de la democracia y el multilateralismo, la reducción de las desigualdades, la lucha contra la desinformación y la regulación de tecnologías emergentes”, según informó Presidencia. La cumbre, o retiro de presidentes “progresistas”, tenía el objetivo de avanzar hacia un posicionamiento compartido en favor de la democracia y la cooperación global basada en la justicia social con la finalidad de presentar las propuestas que de allí surgieran en el marco del 80° período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, previsto para setiembre de 2025 en Nueva York.

El evento de julio procuró dar continuidad a una primera reunión celebrada en setiembre de 2024 (“En defensa de la democracia: luchando contra el extremismo”1), que también se enmarcó en las actividades organizadas como antesala al 79° período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Tanto el encuentro de setiembre de 2024 como el de julio de 2025 fueron pensados como “espacio de reflexión y acción frente a los desafíos contemporáneos de nuestras democracias” y contaron con coberturas mediáticas que, además de insistir en las consignas vertidas, publicitaron las agendas e intervenciones de cada uno de los presidentes participantes. Como ya sabemos, los jerarcas que asistieron a Santiago, además de compartir encuentros con intelectuales, representantes de organizaciones internacionales, centros de pensamiento y organizaciones de la sociedad, realizaron una declaración conjunta. Muy difundida y, por definición, poco incómoda.

Muchos de los conceptos y frases que aparecen en los párrafos precedentes pueden ser discutidos (¿qué significa “progresismo” hoy?, ¿es viable el “multilateralismo”?, ¿qué es un intelectual?); aquí nos concentraremos en discutir algunos conceptos vertidos en la declaración conjunta de los mandatarios.

La declaración comienza así: “Tras la Reunión de Alto Nivel Democracia Siempre, realizada en Santiago de Chile el 21 de julio de 2025, los Jefes de Estado y de Gobierno aquí reunidos reafirmamos nuestro compromiso con la defensa de la democracia, el multilateralismo y el trabajo conjunto para abordar las causas profundas y estructurales que socavan nuestras instituciones democráticas, sus valores y legitimidad. (...) Somos plenamente conscientes de que el mundo atraviesa un período de profunda incertidumbre, en el que los valores democráticos son desafiados de forma permanente. Frente a ellos, creemos que es un imperativo ético y político impulsar una estrategia común para enfrentar fenómenos globales como la creciente desigualdad, la desinformación, los desafíos que plantean las tecnologías digitales y la inteligencia artificial”.

Son dos párrafos que realizan un diagnóstico ya conocido, pero no por ello irrelevante, del presente: el régimen político democrático está atravesando mares turbulentos. Sí. Lo sabemos. Sus instituciones principales en muchos países asisten al vaciamiento de la confianza ciudadana. Los congresos, los partidos políticos y la Justicia son cada vez más cuestionados.2 Además, dos problemas adicionales: la díada indivisible (ciudadano-democracia) está puesta en jaque en la medida en que los ciudadanos son conscientes de las debilidades estructurales del régimen democrático, de su impotencia política y de la impericia, siendo benevolente, de muchos de los políticos profesionales para resolver sus problemas cotidianos que a muchos sectores de América Latina aquejan hace años. Así, el nihilismo y el cinismo aparecen como puertas de salida para ciudadanos fatigados, descreídos y desmotivados.

¿Por qué si el presidente uruguayo firmó una declaración señalando la necesidad de mitigar la desigualdad en una agenda externa, a la interna sostiene que no hay margen ni siquiera para discutir el sistema tributario del país?

Los progresismos ya prometieron aspectos similares a los expresados en esta cumbre. Ya nos dijeron que iban a “intentar” resolver y/o mitigar los problemas más dramáticos y estructurales de la democracia latinoamericana (y causa de sus innumerables quiebres): la desigualdad. ¿Por qué deberíamos creerle ahora? ¿Por qué depositar expectativas en estas promesas? ¿Por qué si el presidente uruguayo firmó una declaración señalando la necesidad de mitigar la desigualdad en una agenda externa, a la interna sostiene que no hay margen ni siquiera para discutir el sistema tributario del país? ¿Hay cierta esquizofrenia o un gusto por el progresismo pour la galerie? En cualquier caso, las señales no parecen claras. A los grandes eslóganes hay que darles sustento político. A las promesas hay que comprometerse a cumplirlas con políticas públicas que tengan asidero en la vida cotidiana de las personas.

En la teoría de la acción de Hannah Arendt (1995), hay un concepto revelador: la promesa. Esta es una manifestación puntual del fundamento de la política, esto es, de la libertad. Libertad entendida como aquella capacidad, propia de la naturaleza humana, para comenzar algo enteramente nuevo, es decir, para formar parte de la nueva acción. De esta manera, la promesa, y su concomitante compromiso a cumplirla, son formas de mantener y contribuir con la libertad, en la medida en que nos comprometemos a comenzar nuevas acciones. Arendt lo dice de una forma más bella: “Sin estar atados al cumplimiento de las promesas, no seríamos capaces de lograr el grado de identidad y continuidad que conjuntamente producen en la persona; acerca de la cual se puede contar una historia; cada uno de nosotros estaría condenado a errar desamparado, sin dirección, en la oscuridad de nuestro solitario corazón, atrapado en sus humores, contradicciones y equívocos”.

La política y la democracia viven de promesas. Son aspectos sustantivos para creer que hay un futuro construible, que depende de nosotros. Ahora bien, este es un tiempo de ciudadanos ajados, descreídos, nos han fallado en el cumplimiento de las promesas y nuestro tiempo es cada vez más finito. Si las promesas se quedan en mitigar fakes news y se renuncia a innovaciones estructurales (por ejemplo, a mejorar los servicios públicos a través del dualismo, descreme y/o fragmentación o a contener la creciente informalidad laboral con medidas de política pública asertivas) podrán sucederse una o mil cumbres, pero la democracia se va a cuestionar, siempre. Si otra vez percibimos que nos han incumplido, porque los problemas identificados se profundizan en nuestra vida cotidiana, la confianza se traduce en frustración, enojo y hastío. Entonces, democracia siempre. Siempre que se cumplan las promesas.

Por último, la política y los políticos profesionales, como lo son los presidentes de los países, tienen la obligación de movilizar a los ciudadanos, de llenar de contenidos los debates y de comprometerse a cumplir las promesas. Alejarse de las consignas vacías e inocuas sería un primer paso deseable.

Camila Zeballos es politóloga.


  1. Por invitación del presidente de la República de Brasil y del presidente del gobierno de España, los líderes y representantes de Barbados, Cabo Verde, Canadá, Chile, Colombia, Francia, Kenia, México, Noruega, Senegal, Timor Oriental y Estados Unidos, así como el presidente del Consejo Europeo Charles Michel y el secretario general adjunto de las Naciones Unidas. 

  2. Recomiendo leer el último informe del Latinobarómetro: A su magnitud, esto también sucede en Uruguay

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