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Ilustración: Federico Murro

Devaluación de las elecciones internas

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Álvaro Delgado ganó pero perdió. Hace poco más de tres semanas resultó electo para presidir el Directorio del Partido Nacional (PN), en una dura competencia con Javier García, pero luego estuvo bajo presión para que se dedicara por completo a esa tarea y finalmente ayer anunció la decisión de renunciar a su banca en el Senado. Quedará, por lo tanto, fuera de un escenario muy importante para las relaciones de los nacionalistas y del conjunto de la oposición con el oficialismo.

Con 56 años, no se puede decir que carezca de futuro político, pero sí que la derrota del año pasado lo desgastó y que le están cobrando una factura excesiva. La ofensiva para que dejara de ser legislador incluyó argumentos muy poco fraternos: entre ellos, que no le correspondía recibir una remuneración como senador y otra como presidente del directorio, sin evidencia de que fuera esa su intención. La exigencia de full time en su nuevo cargo no es un requisito estatutario y, de hecho, en el nacionalismo hay más de un antecedente de personas que presidieron el organismo de conducción partidario mientras actuaban en el Parlamento sin que nadie se quejara, como lo hace hoy Andrés Ojeda en el Partido Colorado (PC).

Quizá incidió el hecho de que en el PN existe desde hace un tiempo la convicción de que su fuerza política “necesita un Fernando Pereira”, y los planes de Delgado como presidente del directorio tienen varias semejanzas con las tareas que realizó el Frente Amplio (FA) en los últimos años: recorridas por el país, contacto con la militancia y con fuerzas sociales para comprender mejor los motivos de la derrota e impulso a tareas de reorganización interna.

De todos modos, es obvio que también pesó la voluntad de que Delgado no acaparara el protagonismo, en un contexto sin cuestionamientos al liderazgo de Luis Lacalle Pou, pero con fiera disputa por la subjefatura. Es interesante que esta situación se haya instalado, hace pocos meses, entre las internas y la primera vuelta de las nacionales, al igual que en el PC, sólo que en el primer caso la favoreció una acentuada desigualdad de fuerzas internas y en el segundo un cuadro de gran fragmentación.

Lo que va de junio a octubre

En las internas del año pasado, García respaldó la precandidatura de Delgado, que logró una amplísima mayoría cercana al 75%: más que suficiente para repartir entre dos sectores. Luego articuló alianzas con Mejor País (el “grupo de los intendentes”) y con grupos menores, además de incorporar a Laura Raffo, derrotada en las internas y no incluida en la fórmula del PN.

Con esta base, la lista 40 fue la más votada del PN en octubre, aprovechando en buena medida los descontentos con la campaña de Delgado. El nuevo sector, llamado Alianza País, quedó segundo en cantidad de intendentes este año y peleó la presidencia del directorio con un discurso de oposición más dura al gobierno frenteamplista (aunque, hasta ahora, esto no ha significado diferencias en la práctica).

En las internas coloradas Ojeda ganó con cerca del 40%, seguido por Robert Silva con cerca del 22%, Gabriel Gurméndez con cerca del 20% y Tabaré Viera con el 18%. Pedro Bordaberry no se presentó, y para las elecciones nacionales irrumpió sumando los apoyos de Gurméndez, Viera y parte de los seguidores de Silva, que le permitieron a su lista 10 ser la más votada del PC. Hizo lo que había intentado hacer en 2019, sin que se lo aceptaran los principales líderes de aquel momento en su partido, Ernesto Talvi y Julio María Sanguinetti: se ahorró los costos de la campaña para junio y cosechó en octubre, cambiando el mapa sectorial.

En los últimos años, las identidades sectoriales tienden a ser más difusas, con realineamientos que agrupan a dirigentes de distintos orígenes, pero, en grandes líneas, se puede decir que dentro del PN perdieron peso las posiciones identificadas como “wilsonistas” y se expandió mucho el poder de las que provienen del viejo tronco herrerista, en fuerte polarización con el FA. Entre los colorados, tras el descalabro de 2002, el ascenso de Bordaberry desplazó al partido hacia posiciones más conservadoras, y luego la fugaz irrupción de Talvi alentó esperanzas de crecimiento con un perfil moderno. Hoy, la frontera más relevante está planteada entre el “coalicionismo” de Ojeda, muy cercano a las posiciones programáticas y el estilo provocador de Lacalle Pou, y un Bordaberry que, por su reivindicación de la autonomía colorada y sus modales opositores más civilizados, por momentos hasta puede parecer progresista.

Lo que va quedando claro es que, por lo menos en los lemas llamados “tradicionales”, las internas cada vez son menos relevantes para consolidar orientaciones comunes, y han pasado a dibujar un esquema transitorio de alianzas, detrás de personas en competencia por la postulación presidencial. Esto no contribuye a fortalecer el sistema de partidos y, en cambio, puede facilitar a la larga el surgimiento de nuevas formaciones como las que complican la convivencia política en otros países de la región.

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