Fernanda Kosak no quería que se armara un escándalo cuando habló de lo que pasa en Gaza, pero igual se armó, en diferido. Ahora, si evitamos las simplificaciones y el sensacionalismo, tenemos una oportunidad para reflexionar sobre varias cuestiones importantes.
Datos
Kosak es una periodista de 30 años que ya tiene tras de sí una considerable trayectoria en prensa, televisión abierta, radio y streaming. En este último terreno es cofundadora del canal Dopamina, y allí consideró necesario, el 22 de mayo, explicar por qué se había abstenido hasta ese momento de opinar sobre los conflictos en Oriente Medio.
Emocionada, dijo que hay amenazas a la supervivencia de Israel y condenó los ataques terroristas de Hamas, pero también afirmó que la ofensiva del gobierno de Benjamin Netanyahu en Gaza “no tiene justificación”, que a su entender se trata de un genocidio y que ella siempre ha estado a favor de una solución con dos estados. Después de insultar a Netanyahu, a Hamas y a Donald Trump, sostuvo que esa ofensiva va a “quedar del lado equivocado de la historia” y que no quería arrepentirse de haber callado.
La periodista pidió que su editorial no se replicara en redes sociales, sabedora de que se podía usar con propósitos contrarios a la defensa de la paz. Pasó lo que temía y envió un mensaje por Whatsapp a personas de la colectividad judía, que integra: dijo que su intención había sido visibilizar que no es unánime el respaldo a las acciones del actual gobierno israelí.
Desde el verano del año pasado, Kosak venía participando como panelista, dos veces por semana, en el programa Buscadores, que se emite por Canal 5, VTV y Youtube. El propietario de ese programa, Sergio Gorzy, dejó de convocarla después del editorial sobre Gaza, y cuando ella le preguntó por qué, él le dijo que consideraba necesario apartarla por un tiempo de ese espacio. Pasadas algunas semanas, la periodista asumió que el vínculo se había interrumpido y no quiso difundir por qué.
Luego varios medios informaron sobre lo que había ocurrido y plantearon que la decisión de Gorzy, quien fue presidente del Comité Central Israelita, se había debido a la calificación de genocidio. El propietario de Buscadores negó esto y alegó que la forma en que Kosak se había expresado en Dopamina le chocó al público de su programa, que “es de otra generación”, la alejó del perfil que él prefiere para sus panelistas y lo llevó a interrumpir su participación.
Kosak se refirió al asunto el jueves de la semana pasada, comentó que Gorzy tiene derecho a decidir quién participa en su programa y reiteró el deseo de que lo sucedido no azuce el antisemitismo. El Centro de Archivos y Acceso a la Información Pública expresó su preocupación por “un hecho de censura que afecta el ejercicio profesional, vulnera el derecho a la libertad de expresión, debilita el debate público y puede generar autocensura entre periodistas por temor a represalias similares”, además de señalar “la gravedad de que el programa Buscadores se emita en un canal público, bajo un régimen de coproducción”. La presidenta del Servicio de Comunicación Audiovisual Nacional, Erika Hoffman, le pidió a un abogado de ese organismo que hablara con Gorzy para que este le diera su versión de los hechos.
Hasta aquí los datos, que ubican el episodio en una encrucijada de por lo menos seis fronteras.
Significados
Es discutible, en términos de derecho internacional, si lo de Israel en Gaza es un genocidio, va camino de serlo, se encuadra mejor en otras tipificaciones criminales o constituye un acto legítimo de defensa. Sin embargo, el uso de la palabra “genocidio” se ha convertido para muchas personas en un parteaguas crucial entre la denuncia y la complicidad.
Que Kosak haya dicho “genocidio” la convirtió en heroína para unos y en traidora para otros, pero quizá su acto más valioso y valiente fue expresar un pensamiento que no se alinea con ninguno de los dos bandos más enfrentados. En ambos, por distintos motivos, ella pasó a ser vista como una persona que no merece ser considerada judía, y esto implica un estereotipo racista.
El streaming se puede usar para contenidos tradicionales, pero para gran parte de la población más joven implica un pacto entre comunicadores y receptores muy distinto del de otros formatos. En este caso, la diferencia de códigos causó un cortocircuito.
La palabra “censura” se puede usar para acciones estatales o privadas que (como en el caso del terrorismo) son muy distintas. De todos modos, el dueño de un programa puede elegir a quiénes les da participación, y nadie tiene derechos irrevocables a ocupar un espacio de opinión. Los despidos y la docilidad ante presiones pueden ser totalmente legales, aunque nos parezcan graves y dañinos para la democracia.
La coproducción de programas entre el Estado y el sector privado crea una zona gris. Es delicado establecer hasta dónde llega el derecho de las autoridades a regular contenidos y prácticas de sus asociados.
En todo caso, Kosak no habló de Gaza en Buscadores, sino en su propio programa y su propio medio. La decisión de Gorzy se basó en un criterio propio de la “cultura de la cancelación”: que los actos o los dichos de una persona en cualquier ámbito justifican su exclusión en cualquier otro. La aplicación generalizada de este criterio sólo puede acentuar la fragmentación cultural y la polarización belicosa, que socavan la convivencia social. Y más aún si no sólo se cancela por contenidos, sino también por formas.