Violencia vicaria es el nombre técnico que recibe una de las formas más crueles de violencia de la que son víctimas las mujeres y las infancias en nuestro país. El concepto, que fue planteado por primera vez por la psicóloga argentina Sonia Vaccaro, refiere a una forma de violencia que es ejercida sobre terceros, generalmente los hijos o hijas, como forma de dañar a la mujer. Una modalidad de violencia de género que utiliza a las hijas e hijos como objeto para continuar el maltrato y la violencia sobre la mujer, con el cometido de dañarla, golpeándola donde más duele.
Este tipo de violencia forma parte de un modus operandi extendido en la región y a nivel mundial, que se enmarca en las estrategias del movimiento global contra la “ideología de género” sostenidas en los discursos antifeministas. Una modalidad que, a pesar de su gravedad y su evidente aumento, está bastante invisibilizada y olvidada por la agenda pública.
Quienes trabajamos con infancias nos encontramos, cada vez con más frecuencia, ante situaciones de violencia vicaria. Niños y niñas que son usados como objeto para perpetuar la violencia hacia las mujeres, infancias que ofician como territorio de manifestación del poder patriarcal. No estamos hablando de desacuerdos parentales, ni de diferencias en las modalidades de la crianza, ni de los padres comprometidos con su rol. Estamos hablando de varones violentos. Varones que han ejercido violencia sobre sus parejas y que después de la separación parental perpetúan la violencia a través de sus hijos e hijas.
Según el último el informe de gestión del Sistema Integral de Protección a la Infancia y a la Adolescencia contra la Violencia (Sipiav) de 2024, la violencia vicaria puede tener diversas manifestaciones, oficiando como una forma de dominación y control hacia la pareja o expareja, que en su presentación más extrema implica el infanticidio. El informe señala que, entre las formas de presentación más comunes, se encuentran las amenazas hacia la madre de llevarse a los niños y niñas, quitarle la tenencia o incluso matarlos, insultar a la madre, hablar mal de ella o humillarla delante de los hijos e hijas e interrumpir los tratamientos farmacológicos que se han indicado a los menores. En los casos más extremos se encuentra el asesinato de los hijos e hijas como forma de causar un dolor de por vida a las mujeres. Durante 2024 el Sipiav registró cuatro infanticidios ocurridos en contexto de violencia vicaria en Uruguay.
Una forma típica que ha ganado terreno en el último tiempo es la judicialización permanente de las situaciones, lo que genera un importante desgaste emocional y económico a las mujeres y expone a los niños y niñas a un periplo agotador.
Los avatares del sistema judicial y el manual de todo lo que no hay que hacer
Un sistema judicial carente de perspectiva de género que resuelve los casos de manera administrativa. Abogados defensores que no se toman el trabajo de escuchar a las infancias o, cuando lo hacen, no creen en su palabra. La utilización, aunque sea en forma solapada, del inexistente síndrome de alienación parental. Los mencionados son ejemplos de la iatrogenia del sistema de justicia a la hora de abordar las situaciones de violencia de género, en particular cuando se trata de violencia vicaria.
El llamado síndrome de alienación parental merece una columna aparte. Pero, a modo de síntesis, es un concepto inventado por el médico estadounidense Richard Gardner, que ha sido ampliamente rechazado por la comunidad científica a nivel mundial, debido a que no presenta validez de ningún tipo. Refiere a la existencia de una especie de “lavado de cerebro” –adornado con el nombre de alienación parental– que ejerce uno de los progenitores, generalmente la madre, implantando memorias de recuerdos inexistentes e ideas falsas en sus hijos e hijas, como mecanismo para perjudicar y devaluar la figura del otro progenitor.
En Uruguay, varias instituciones se han manifestado en contra de la utilización de este concepto, dada su falta de validez y de rigurosidad científica. Entre ellas se encuentran la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) y la Fiscalía General de la Nación. A nivel mundial también ha sido rechazado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), además de que no ha sido incluido en ningún manual de psiquiatría.
Quienes trabajamos con infancias nos encontramos, cada vez con más frecuencia, ante situaciones de violencia vicaria. Niños y niñas que son usados como objeto para perpetuar la violencia hacia las mujeres.
Sin embargo, y a pesar de las advertencias, en los últimos años hemos asistido a actuaciones judiciales que solapadamente se sustentan en este concepto. Jueces que han otorgado la tenencia de los menores a padres denunciados por violencia sustentando esta decisión en que la madre está operando como un obstáculo, inventando situaciones o incluso convenciendo a sus hijos e hijas de vivencias que no han sido tales. Una madre que se ha visto separada de sus hijos e incomunicada durante un largo período porque una abogada defensora argumentó que dicha madre obstruye el vínculo, habiendo mantenido una entrevista con cada uno de los progenitores y sin escuchar el relato del menor. Niños y niñas que han sido arrancados de su madre con intervención de la Policía –sí, acá, en Uruguay– y que lloran porque sufren, porque los han separado de su principal figura de apego. Estamos hablando, incluso, de casos de lactantes que vieron interrumpido ese vínculo de la noche a la mañana. Parece un relato de la Edad Media, pero no lo es. El sistema de justicia, que debería oficiar como protector y garante de los derechos de las infancias, termina operando –en muchas situaciones– como parte de la maquinaria que reproduce los mecanismos de poder patriarcales y la violencia misógina. Niños y niñas invisibilizados y desoídos, que sostienen, sobre sus pequeños cuerpos, la violencia institucional y el desamparo de un sistema que los ha abandonado.
El impacto que este tipo de situaciones genera en el desarrollo afectivo es devastador e irreparable. Los impactos en el psiquismo son comparables con los trastornos traumáticos que producen las guerras y las catástrofes naturales. Por ejemplo, niños y niñas muy pequeños que presentan sintomatología grave como trastornos del sueño, crisis de angustia, estados de ansiedad, crisis de excitación psicomotriz, enuresis, comportamientos desadaptativos, apatía, desgano, tristeza o depresión.
Es imperioso que las instituciones responsables de garantizar los derechos de las infancias tomen cartas en el asunto. Que el sistema de salud cree las condiciones para que los profesionales puedan detectar e intervenir oportunamente frente a estas situaciones. Que el sistema de justicia se comprometa, generando condiciones adecuadas y cuidadosas en los procesos en los que estén involucrados niños y niñas, actuando con operadores judiciales con conocimiento sobre la temática de la violencia y con habilidades adecuadas para intervenir en estas situaciones.
Es imperioso el compromiso nacional con las infancias, y eso se expresa determinando la prioridad en la agenda política y asignando presupuesto para llevar a cabo las acciones necesarias.
“Quiero que me escuchen”, las palabras que titulan esta columna, fueron expresadas hace pocos días por un niño de tres años a los profesionales intervinientes en su caso. Que no lleguemos más tarde de lo que ya estamos llegando.
Malena Delgado Gallo es licenciada en Psicología por la Universidad de la República, con formación en género y violencia. Trabaja con infancias y adolescencias. Es militante política y social.