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¿Para qué sirve una Biblioteca Nacional?

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Para empezar, conviene tener presente que las bibliotecas nacionales y municipales no son lo mismo, no tienen la misma función ni los mismos objetivos. Mientras las primeras tienen el encargo –con objetivos patrimoniales– de conservar el conjunto de lo producido en cuanto a cultura letrada en el país, las bibliotecas municipales tienen un compromiso directo con la construcción y la promoción de hábitos lectores. Esto puede resumirse planteando que patrimonio e investigación son los dos ejes sobre los que se construye el encargo social de una Biblioteca Nacional (BN), y la construcción de audiencias lectoras locales es el objetivo central de las municipales.

El propósito de una BN es albergar la memoria documental de un país. De acuerdo al Glosario ALA de Bibliotecología y Ciencias de la Información, de la Asociación Americana de Bibliotecas, una BN tiene la función de recopilar toda la producción impresa del país, conservar la bibliografía nacional y recopilar las publicaciones internacionales de valor para los estudiosos. Esta formulación restringe el rol de una BN a la conservación y el cuidado patrimonial y a la accesibilidad de su acervo para la investigación. Y de hecho esa noción de biblioteca no contiene ninguna obligación para la construcción de lectores, tarea propia de las bibliotecas municipales.

Pero, claramente –a partir del siglo XX y de la noción de derechos culturales, del papel asignado a los centros culturales e incluso a la luz de la experiencia de otras bibliotecas nacionales–, se ha producido un cambio del encargo social previsto para ellas: a partir de los nuevos modos de leer y de las nuevas demandas tanto lectoras como ciudadanas, no es posible pensar una BN sin sumar a los mencionados ejes –patrimonio e investigación– al menos cuatro adicionales que podríamos denominar “debates”, “edición”, “públicos” y “territorialidad”.

Por “patrimonio” entendemos el encargo de conservar, cuidar y hacer disponible la memoria editada del país. Esto es posible a partir de que la BN es beneficiaria del depósito legal, obligatorio en nuestro país. También es parte del eje de patrimonio la función de archivo literario, ser la depositaria documental y de bibliotecas de los autores que han sido de referencia para el país. El eje de investigación, mientras tanto, implica mínimamente que todo el acervo bibliográfico y documental de la BN permanezca accesible para la investigación.

Luego, en el eje de debates incluimos el papel de la BN en promover diálogos, seminarios, reflexiones acerca de la cosa pública en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales inicialmente, pero no exclusivamente en ellas. También aquí debería pensarse la BN como el principal escenario para los autores nacionales (así como el Solís o la Adela Reta lo son para las artes escénicas), con énfasis en que no sea sólo una plataforma para los autores montevideanos.

En cuanto a edición, si bien la BN edita su revista –sólo en formato digital– y participa en la colección de Clásicos Uruguayos –sostenida desde 1953–, no tiene un programa editorial transparentado mediante convocatorias públicas o un comité editorial que haga públicos los criterios para la edición, además de que estas, cuando han existido, han sido discontinuas y con distribución al menos invisible. En un país precario en cuanto a espacios editoriales, la BN debería asumir el rol de reeditar autores de décadas pasadas que habiendo sido centrales para la construcción del país lector no están en circulación.

Con relación al eje de públicos, su inclusión como tal responde a la necesidad de pensar una BN que precisamente no se conforme con eventuales 25 o 30 lectores y que asuma un rol proactivo en eso que llamamos genéricamente “construcción de audiencias lectoras”. Sería ocioso abundar a propósito de que, en escenarios de consumo rápido y cliqueo incesante, el lector de libros está en riesgo, y con ello el papel para la construcción cultural del libro y la lectura. Ir a la búsqueda y la conquista del lector es una responsabilidad de las bibliotecas, de todas ellas, y no limitarse a abrir las puertas y esperar que quien lo desee se agende. Una BN financiada con dineros públicos no puede darse el lujo de no pensarse como recurso cultural para todos y todas, y plantearse estrategias para llegar a quienes hoy no la consideran parte de su menú de opciones de consumo cultural.

Finalmente, el eje de territorialidad alude a la necesidad de que todas las acciones tengan en cuenta el carácter nacional de la BN. Esto implica pensar estrategias de patrimonialización abierta a todo el territorio y no sólo a expresiones de la cultura montevideano-céntricas. Y también la puesta a disposición, por medios digitales, expositivos y otros, del patrimonio de la institución en todo el país. También implica, por ejemplo, que en la construcción de públicos las acciones no se piensen limitadas a los centros educativos del centro de Montevideo.

En la experiencia de nuestra BN, patrimonio e investigación son los dos ejes que, aun con dificultades, se han visto contemplados a lo largo de las sucesivas gestiones. La biblioteca efectivamente conserva buena parte de la producción édita del país, algunos de los archivos asociados y las bibliotecas particulares de varios de los nombres referenciales de la cultura uruguaya. También ha permanecido abierta a la investigación, cuenta con un grupo propio de ellos y edita una revista, etcétera. La colección de Clásicos Uruguayos puede entenderse como parte de esa labor, así como el sostener junto con otras instituciones el portal Anáforas, la digitalización de prensa, entre otras acciones reseñables.

En los cuatro restantes ejes, de debates, edición, públicos y territorialidad, es donde la trayectoria de los últimos 20 años (por tomar un lapso generoso y multipartidario) hace agua. No es que no hayan existido acciones hacia ninguna de esas áreas, pero coincidirá el lector informado en que han sido a fuerza de iniciativas individuales, parciales, faltas de continuidad y en ningún caso expresión de un concepto de BN y objetivos y mapa de ruta previamente definidos, comunicados y adecuadamente formulados.

Es que, a diferencia de los dos primeros ejes –una suerte de ABC de las bibliotecas nacionales–, estos cuatro no están naturalizados en la agenda pública y, por lo tanto, no se penaliza social o políticamente a ningún director o directora de la BN por no impulsar una agenda de seminarios o presentaciones, o por no alentar proyectos editoriales diversos y adecuadamente distribuidos, o por no pensar alternativas de museificación y puesta en valor del espacio locativo, o por no plantearse iniciativas de territorialización. Todas las estrategias de público se limitan a recibir escolares –cosa que está muy bien– a salones sin mayor atractivo y sin espacios cuidados, sin una agenda de exposiciones del propio patrimonio de la biblioteca.

Y en cuanto a territorialidad, más allá de que la BN está instalada en el centro de Montevideo y eso es así desde 1816 –y las bibliotecas nacionales suelen ser únicas y estar emplazadas en las capitales–, se podrían impulsar, además de la digitalización y la disponibilización de la prensa del interior, que también está muy bien, acciones de mayor envergadura, por ejemplo, en la construcción de un acervo que realmente sea de todo el país y no sólo de la capital (archivos de autores locales, puesta en valor de esos archivos, muestras orientadas a acercar el patrimonio de la BN a públicos distantes geográficamente).

Según Paulina Szafrán, uno de los problemas es que el imaginario de las bibliotecas se mantiene “como templo del saber”, lo que sostiene así “una representación tradicional que hace que se aplace su potencial y se reduzcan sus potencialidades a mínimas posibilidades”.1 Como consecuencia, hay un desconocimiento por parte de la ciudadanía sobre las funciones y los servicios que deberían desarrollar las bibliotecas y acerca de los cuales podrían demandar.

La Biblioteca Nacional no tiene entonces ninguna crisis de sentido, salvo que se entienda por ello y por “cambio de giro” el transformarla en lo que no es.

En este contexto, plantear que la BN debe cerrarse al público no especializado para repensarse, y hacerlo sin la existencia de un plan de gestión previsto e informado y elaborado con una mesa de trabajo compartida con los demás actores del libro y la lectura, parece desacertado. Máxime cuando se justifica porque sólo venían a la BN los mencionados 25 o 30 lectores.

Como se dijo antes, el rol de la BN no es atender a lectores no profesionales, aunque siempre lo haya hecho y eso no sea un problema, sino una fortaleza. Sí debe cumplir con su ABC y asumir acciones en los restantes ejes arriba señalados, que, como veremos, impactan en los nuevos encargos sociales para los centros culturales.

Mi amiga Raquel Diana, en diversas conversaciones respecto a esto, acostumbra decir que así como el carnaval no se agota en quienes van al Teatro de Verano, o el fútbol en quienes van al estadio Centenario, la BN no se explica sólo a partir de los lectores que asisten a ella. Sería ocioso decirlo, pero una institución que fue fundada por próceres de la patria y antes de la propia República, que además resguarda lo sustantivo del patrimonio letrado del país, es mucho más, en términos identitarios y como capital simbólico, que esos 25 o 30 lectores diarios.

En el marco del cierre parcial se han usado las expresiones “crisis de sentido” y “proyecto superador” para referirse al cierre. Se ha dicho que es necesario “buscarle un giro distinto” e “ir por el lado de la innovación, la ciencia o la cultura”.

En cuanto a lo de proyecto superador o cambiarle de “giro”, no se entiende de qué se trata, y menos cuando en la historia de la propia BN ha habido esfuerzos por repensarla: en 2011, durante la gestión de Carlos Liscano fue convocado el simposio “La Biblioteca Nacional de Uruguay en el siglo XXI, actividades y desafíos”. Entre los ejes temáticos puestos en debate, estuvo el de cometidos y servicios de la BN, un taller acerca de bibliotecas públicas y otro sobre experiencia comparada entre bibliotecas nacionales. La actividad fue organizada en conjunto con la entonces Escuela Universitaria de Bibliotecología y Ciencias Afines y la Asociación de Bibliotecólogos del Uruguay. En varios artículos, recogidos por la Revista de la Biblioteca Nacional, el propio Liscano y otros autores abundan sobre el papel de la institución y su trayectoria.

En ese sentido, las declaraciones tremendistas que hablan de una crisis de las bibliotecas o de dotarlas de un nuevo sentido desconocen lo acumulado en el mundo y en la región en cuanto a experiencias de otras bibliotecas nacionales, distritales o provinciales, que ante el cambio de modalidad de las formas de leer han optado por sumar a ellas otras plataformas y proponer un catálogo de servicios abierto, diverso y con estrategias orientadas a la creación de nuevos públicos. Sólo cruzando el Río de la Plata, la BN de Argentina muestra al visitante exposiciones permanentes y una agenda convocante y diversa, además de alojar talleres y un nutrido proyecto editorial. La misma diversidad de oferta puede ver el lector en la BN de Chile.

Más allá de que cada administración aludió a problemas reiterados de infraestructura o de personal, todas ellas, al menos desde Tomás de Mattos para acá (con un antecedente valioso en la gestión del poeta Enrique Fierro en 1985), se han preocupado por dar respuesta a todos los encargos sociales planteados para ella. Acciones como la apertura de nuevas salas (gestión Liscano) y la digitalización de la prensa del interior (gestión Trujillo) son buenos antecedentes.

La BN no tiene entonces ninguna crisis de sentido, salvo que se entienda por ello y por “cambio de giro” el transformarla en lo que no es. Para cumplir con sus encargos sociales –eso sí– tiene que, imprescindiblemente, tener respaldo presupuestal y un proyecto de gestión cultural que desarrolle mínimamente los seis ejes de trabajo antes indicados.

Lo anterior implica dotarla de equipos de dirección y gestión que cuenten con diversos saberes: no es cuestión de si bibliotecólogos o escritores. Bibliotecología, archivología y gestión cultural son algunas de las trayectorias formativas necesarias, además de, esencialmente, una mirada política que pueda poner el rumbo en la dirección necesaria. Y una gestión dialogada y participativa con los actores culturales del sector, investigadores, escritores, la Universidad, etcétera.

Una biblioteca apoyada sólo en su rol patrimonial y de investigación ya es una buena noticia, por lo tanto, lo primero es dotarla de los recursos para ello. Allí, la pregunta de cuánta gente va a leer en su sala general a diario resulta secundaria. Pero, como centro cultural de referencia, propiedad de toda la ciudadanía y depositaria de las identidades que construyen la República, sí que debe asumir tareas que van más allá de su ABC. A modo de ejemplo:

  • Propiciar el debate, la reflexión y el intercambio acerca de los asuntos públicos de la comunidad, elaborando pensamiento crítico y otorgando espacio para las diversas miradas.
  • Desarrollar las líneas editoriales existentes, ampliando el alcance en cuanto a contenidos y difusión de las existentes y agregando otras, entre ellas, creación literaria, historia, patrimonios, que contribuyan a fortalecer el mapa de la producción artística e intelectual del país.
  • Fortalecer el aspecto museístico de la BN mediante propuestas expositivas en el propio local y fuera de él, optimizando la experiencia de las visitas, las escolares y del público en general, que tienen derecho a encontrarse con algo más que una descripción del edificio.
  • Avanzar en la digitalización del patrimonio cultural y continuar con la digitalización de los acervos de prensa del interior; asegurar sinergias entre la BN y las bibliotecas departamentales y municipales promoviendo muestras compartidas, exposiciones itinerantes, puesta en valor de los acervos de autores del interior existentes en la biblioteca, entre otras acciones.

En el siglo XXI, y dada la ya señalada modificación de las formas de leer, entendiendo que los derechos culturales son precisamente eso, derechos, y que las políticas culturales formuladas desde el Estado son políticas públicas, que demandan planificación y evaluación como cualquier política pública, no es posible pensar una BN cerrada a las experiencias de otras en el mundo y la región. Y en condiciones de asumir su papel que, además de los fines patrimoniales, consiste en ser un centro cultural de referencia para la producción intelectual del país.

Luis Pereira Severo es magíster en Políticas Culturales y especialista en Gestión Cultural.


  1. Szafrán, P (2022). Políticas culturales en bibliotecas públicas, un diálogo posible: encuentros y desencuentros del caso uruguayo a partir del gobierno del Frente Amplio. Escuela Latinoamericana de Postgrado, Universidad ARCIS, tesis de doctorado. 

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