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Pobreza infantil: cultura y equidad en Uruguay

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En Uruguay, la pobreza infantil forja identidades culturales paradójicas: mientras que limita el acceso a recursos y materializa exclusiones, también impulsa una creatividad adaptativa. Las infancias vulneradas negocian su lugar en el mundo a través de prácticas culturales singulares, híbridas y resistentes. Superar esta tensión demanda políticas que, más allá de garantizar derechos básicos, reconozcan a estas infancias como sujetos culturales activos, capaces de redefinir su identidad y trascender los márgenes impuestos por el sistema.

Pobreza infantil: La negación del derecho cultural

Uruguay, a pesar de su rica cultura, enfrenta una paradoja: el acceso cultural no es equitativo, lo que refleja una clara desigualdad. Las poblaciones vulneradas carecen de medios tanto para expresar su creatividad como para acceder a teatros, museos y talleres, que permanecen ajenos a su vida. Esta brecha se agudiza drásticamente en la pobreza infantil, limitando las oportunidades actuales y el futuro desarrollo de las infancias y las adolescencias.

La creciente conectividad global impone un desafío adicional: el consumo cultural digital parametrizado amenaza con empobrecer su pensamiento crítico y su sensibilidad. Es necesario, entonces, que las políticas públicas prioricen un diseño que asegure no solo la accesibilidad, sino también la diversidad cultural, transformando la cultura de un bien de consumo inalcanzable a un derecho fundamental. Es tarea nacional que los obstáculos económicos, geográficos y simbólicos no conviertan lo que es un derecho en un privilegio.

La cultura: ¿un bien de consumo o un derecho fundamental de las infancias?

En nuestro país la cultura se ha mercantilizado, convirtiéndose en un bien de consumo accesible solo mediante pago (suscripciones, entradas, talleres). Esta lógica de mercado exacerbada por las redes sociales, además de excluir a poblaciones en situación de vulnerabilidad socioeconómica, fomenta artificialmente el consumismo infantil, alejando a niñas y niños del concepto de que la cultura es un derecho fundamental.

Para las familias vulneradas, el costo de un espectáculo infantil o un taller artístico es inalcanzable. Gastos adicionales como transporte o vestimenta fuerzan una elección dramática entre cultura y necesidades básicas (comida, salud, etcétera), limitando severamente su derecho a la cultura, y los margina de un circuito de consumo omnipresente, coartando posibilidades y reforzando su exclusión social. A esto se suman las barreras geográficas y territoriales: la centralización cultural en el país es ya inexcusable. Las comunidades rurales y los barrios periféricos carecen de infraestructura y programación regular, y los altos costos de traslado impiden el acceso a la oferta cultural existente, incluso si es abierta.

Finalmente, las barreras educativas y simbólicas son significativas. La falta de información sobre la oferta cultural gratuita o de bajo costo es común, agravada a menudo por la brecha digital. Además, una menor familiaridad con ciertos códigos artísticos (el "capital cultural") genera sensación de ajenidad o intimidación, lo que perpetúa la idea de que la cultura es elitista y un consumo exclusivo de pocos.

Es necesario, para cumplir con los derechos culturales de las infancias, que el Estado intervenga salvaguardando el acceso democrático a los bienes culturales que el mercado no puede garantizar, como han señalado incluso economistas liberales como Bruno Frey. En su Economía del arte, Frey sostiene que donde el "valor de existencia" de bienes o servicios culturales esté en riesgo, el Estado debe intervenir para salvaguardar aquello que el mercado, por su propia lógica, no puede garantizar.

La pobreza infantil: Un desafío crítico para el pleno ejercicio del derecho a la cultura

La pobreza infantil en Uruguay trasciende la mera carencia de recursos económicos; se manifiesta como una privación multidimensional que cercena directamente el acceso a los derechos fundamentales, entre ellos, el cultural. Un niño, niña o adolescente que crece en la pobreza experimenta una restricción severa de oportunidades trascendentes para su desarrollo integral: cognitivo, emocional y social. Para ellos, la cultura no es siquiera un bien de consumo, sino un derecho directamente negado.

La pobreza conlleva la desnutrición cultural desde la primera infancia, privando del acceso a libros, espectáculos, juguetes educativos o visitas a museos, frenando la curiosidad, la creatividad y el pensamiento crítico, vitales para el aprendizaje futuro. Esto impacta en el rendimiento escolar, ya que la cultura fomenta habilidades clave como la comprensión lectora y la resolución de problemas. Sin estas experiencias llegan a la escuela claramente en desventaja. Además, la falta de una nutrición cultural de calidad restringe el sentido de pertenencia e identidad, agudiza la exclusión social y quebranta la autoestima. Cuando la cultura propia es reemplazada por ofertas globalizadoras, se agrava esta pérdida.

Finalmente, y lo más grave, la privación cultural en la infancia perpetúa ciclos de pobreza; sin la oportunidad de expandir horizontes y desarrollar su potencial, las futuras oportunidades de movilidad social se ven seriamente comprometidas.

Puentes de inclusión: De la cultura como consumo a la cultura como derecho pleno y diverso

Por fortuna, históricamente Uruguay ha transitado experiencias exitosas ante estos desafíos. Deberían ser el cimiento para un consenso político que dé cauce a un dinámico ecosistema de iniciativas que ayuden a derribar estas barreras, demostrando que el acceso a la cultura no solo es posible, sino que es una herramienta poderosa para la transformación social, que impacta significativamente en la infancia y la juventud.

Ejemplos históricos como las Misiones Socio-Pedagógicas de Julio Castro y las experiencias de Jesualdo Sosa se unen a fenómenos contemporáneos como Murga Joven, que promueve la expresión y la cohesión social. O programas estatales clave como: Arte y Juventud (MEC), Orquestas Juveniles y el Programa Nuestros Niños, Plan CAIF, que integra la cultura en el desarrollo de la primera infancia. Hay también iniciativas de la Intendencia de Montevideo como "Esquinas de la cultura", que promueve el arte en los barrios, y proyectos integrales como "Comunabanda" en Canelones o el centro Sacude en Casavalle, que transforman comunidades a través del acceso cultural y deportivo. Finalmente, la incansable labor de diversas organizaciones de la sociedad civil (como el TUMP, El Abrojo o el Taller Barradas) y grupos artísticos autogestionados complementan estos esfuerzos.

Las políticas públicas son fundamentales. Programas tanto para ejercer los lenguajes artísticos como el acceso a museos, bibliotecas, a la cultura digital de calidad, a espectáculos al aire libre y a ferias culturales deben profundizarse sistemáticamente en todo el país. Para ello es necesaria la creación del Sistema Nacional de Cultura, como Gonzalo Carámbula propuso hace décadas, idea que el sistema político sigue ignorando.

La pobreza conlleva a la desnutrición cultural desde la primera infancia, privando del acceso a libros, espectáculos, juguetes educativos o visitas a museos, frenando la curiosidad, la creatividad y el pensamiento crítico.

La descentralización cultural que empodere la oferta artística a los barrios y al interior es clave para la salud democrática. Asimismo, es trascendental el impulso a la creación cultural local, apoyando a artistas, gestores y activistas en los diversos territorios para generar contenidos relevantes e identitarios. Estas políticas deben tener un fuerte componente de acceso para la infancia, buscando empoderar a las familias y las comunidades en los lenguajes artísticos y fortalecer así la trama social.

En la era digital es necesario impulsar un paradigma de diversidad cultural en el diseño de políticas para las infancias, que cuestionen el consumo cultural propuesto por las grandes plataformas digitales, que, como decíamos, a menudo diluyen la identidad local. El desafío es fomentar la creación y la difusión de contenidos digitales también desde la pluralidad cultural uruguaya en diálogo dialéctico con lo global, promoviendo la interculturalidad y el pensamiento crítico, en lugar de la pasividad y la sumisión ante la oferta dominante.

Estas iniciativas para construir la cultura como un derecho inalienable deben ser potenciadas a nivel presupuestal con criterios que estimulen un ecosistema cultural diverso, ética y estéticamente saludable. En ese sentido, el estado uruguayo -adultocéntrico por excelencia- tiene una deuda histórica con sus infancias y adolescencias. El Estado debe cumplir su parte potenciando sinérgicamente las improntas culturales de todas las vertientes que conviven en los territorios.

El rol articulador de la cultura en el empoderamiento del contexto de las mujeres jóvenes y las infancias

Es necesario diseñar propuestas para apoyar a mujeres jóvenes que abordan la maternidad y el cuidado infantil de forma integral como un claro ejemplo de cómo la cultura es una herramienta de empoderamiento y de ruptura de los ciclos de pobreza que benefician a las participantes y a la niñez a su cargo:

  1. Acceso y familiarización: Facilitan la participación en espacios culturales, rompiendo barreras económicas y simbólicas. Esto genera experiencias compartidas que reafirman el derecho al disfrute y al protagonismo cultural.

  2. Creación y expresión artística: Talleres de empoderamiento en los lenguajes artísticos como teatro, danza, música o escritura son plataformas seguras para la expresión de identidades y la reflexión sobre realidades. Las jóvenes descubren su voz, y niñas y niños ejercen su derecho a la expresión artística desde pequeños.

  3. Fortalecimiento de la identidad y el tejido social: A través del arte, se explora la herencia cultural, se construye un sentido de pertenencia y se forjan redes de apoyo. Esto genera entornos familiares y contextos más estimulantes, donde los niños ven en sus madres modelos de participación y creatividad.

  4. Generación de oportunidades: Capacitar en gestión cultural o producción artesanal para abrir puertas a la inserción laboral y la independencia económica de las mujeres, que impacten directamente en el bienestar y las oportunidades culturales de sus hijos.

Es importante dejar claro que si bien la realidad a menudo señala a las mujeres como las principales cuidadoras y criadoras, esta responsabilidad no es solo suya. Para fortalecer el tejido social y ofrecer un apoyo integral a las infancias, es imprescindible incluir a otros actores: varones, jóvenes de ambos sexos, referentes adultos y la comunidad en su conjunto. Poner un énfasis exclusivo en las madres no solo confirma una realidad injusta, sino que las aísla y, en última instancia, refuerza estructuras patriarcales. Las actividades culturales y de producción pueden ser también una vía de inclusión indirecta y atractiva para los varones, que activen su involucramiento y corresponsabilidad en el desarrollo y la crianza. Al hacerlo, construimos una comunidad más equitativa y solidaria para todas las partes.

Una cultura diversa como derecho inalienable para todas las infancias

Superar las barreras de acceso y de creación cultural en Uruguay es clave para combatir la pobreza infantil. La cultura es un derecho humano inalienable que nutre el bienestar y fortalece la cohesión social; su privación en la infancia tiene efectos devastadores.

Debemos resolver la dicotomía entre cultura como consumo y cultura como derecho a favor de este último. Es fundamental integrar la diversidad cultural en las políticas infantiles, cuestionando especialmente la hegemonía del consumo digital unidireccional de las plataformas con contenidos que reflejen la pluralidad de las identidades uruguayas en diálogo con lo global como forma de afirmación cultural.

La pobreza infantil en Uruguay socava la autoestima no sólo por carencias económicas, sino por la colonización simbólica de la identidad en un mundo que exalta el consumo, la violencia y el éxito individual. La meta debe ser "sacar la pobreza de las infancias" y no solo "sacar a las infancias de la pobreza". Esto significa ir más allá de las carencias materiales, construyendo una autoestima sólida basada en su potencial y no en lo que poseen. Es crucial evitar estigmatizar la "pobreza cultural" como exclusiva de la niñez empobrecida, ya que la "nutrición cultural poco diversa" puede afectar a todos los estratos sociales.

Revertir esto requiere desarrollar:

  1. Pedagogías del reconocimiento: Escuelas que celebren logros no académicos (artísticos, creativos, empáticos y solidarios) y desmonten jerarquías de valor basadas en la “ética del odio”, en lo material y lo competitivo que la sociedad impone.

  2. Políticas con enfoque narrativo: Involucrar a niños en el diseño de programas que los afectan, transformándolos de "beneficiarios" a protagonistas de su contexto cultural.

  3. Espacios de dignificación cultural: Potenciar agrupaciones infantiles que circulen por los territorios (murgas, comparsas, escuelas de samba, teatro comunitario, orquestas de todo tipo de géneros musicales, ajedrez comunitario, etcétera) en los sitios donde sea necesario que el arte y la expresión restauren la confianza mediante la creación, la participación y el protagonismo individual y comunitario.

Para lograr esta transformación, es imperativo trabajar desde la cultura en sinergia con los diferentes estamentos del sistema educativo para generar un contexto de nutrición cultural enriquecida para todas las infancias, especialmente las más desfavorecidas. Esto implica una estrategia multifacética: desde la sociedad, promoviendo la diversidad cultural y el acceso universal, hasta los ámbitos educativos, integrando la cultura de manera transversal (el manejo de los lenguajes artísticos, espectáculos, museos, talleres, etcétera), y en los ámbitos culturales, con el diseño de programas inclusivos, descentralizados y flexibles, dirigidos especialmente a quienes históricamente han sido excluidos.

Garantizar universalmente, desde la primera infancia, el acceso a una nutrición cultural diversa y de calidad, sin importar el origen socioeconómico o geográfico, es un mandato ético de estos tiempos. Ser partícipes y protagonistas en crear y disfrutar de la riqueza cultural del país construye una sociedad más justa y desarrollada.

Priorizar a las infancias nos asegura que la cultura sea un derecho fundamental, un verdadero motor de equidad y desarrollo humano. La cultura accesible, diversa y equitativa es el camino hacia un Uruguay que eleva a sus ciudadanos, comenzando por sus infancias y adolescencias, reafirmando la cultura como un derecho y una responsabilidad compartida.

Julio Brum es músico, especializado en infancias, director de mundobutia.com.

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