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Señores de la guerra y dioses de hojalata

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En este mundo donde la inoperancia de las Naciones Unidas se muestra cada día más sólida, resulta alarmante que los 8.000 millones de seres humanos que habitamos el planeta vivamos bajo las amenazas de estos cuatro personajes extremadamente peligrosos, a saber: Donald Trump, Vladimir Putin, Benjamin Netanyahu y Alí Jamenei. Hay unos cuantos más, por supuesto, pero, por sus pesos políticos y militares, este inefable cuarteto juega de titular.

El presidente de Estados Unidos se ha convertido en el mentiroso más grande de estos tiempos. Su promesa de que terminaría con la guerra de Ucrania en 24 horas se volvió un cuento chino (y que me perdonen los chinos), porque no sólo no cumplió, sino que no ha hecho otra cosa que tomarle el pelo a Volodímir Zelenski en plena Casa Blanca en febrero pasado, en vivo y en directo. Y a casi seis meses de encabezar su gobierno no ha solucionado un solo conflicto. Por el contrario, los ha agravado.

La derecha internacional aplaude al hombre del jopo amarillo y rostro naranja; Netanyahu se regocija y lo propone para el Nobel de la Paz como tomándonos el pelo a todos los mortales, quienes entre la incredulidad y el asombro nos preguntamos cada semana cuándo terminará esta pesadilla.

La pregunta que se hacen muchos, independientemente de nacionalidades e ideologías, es si esto es el comienzo de una tercera guerra mundial o, por el contrario, se parecerá más a un conflicto regional.

La convivencia pacífica es una condición fundamental para progresar en el verdadero sentido del término. Todos los pueblos tienen que levantarse contra la guerra y hacer sentir su voz, antes de que sea demasiado tarde.

Por ahora, la incertidumbre es la reina del momento, y la voz de Daniela Dessi –interpretando el Ave María de Liz desde Spotify– parece un remanso dentro de esta locura comercial e ideológica que muestran estos locos de la guerra, semidioses de hojalata erguidos sobre discursos falaces; lenguaraces de feria y encantadores de serpientes que preguntan una y otra vez dónde está la víbora mientras el público contempla a través de las pantallas los bombardeos y la muerte, sin sospechar que los responsables no se esconden en ninguna parte sino que se muestran obscenamente en sus oficinas ovales, en los despachos y en las expresiones de los fanáticos que se creen superiores por su capital acumulado, por sus inversiones o, simplemente, porque saben bien que el negocio armamentístico consiste en reponer los equipos obsoletos y probar los de última generación.

Hay que detener a estas bestias o, al menos, intentarlo. La convivencia pacífica es una condición fundamental para progresar en el verdadero sentido del término. Todos los pueblos tienen que levantarse contra la guerra y hacer sentir su voz, antes de que sea demasiado tarde.

Marcelo Estefanell es escritor.

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