El libro Territorios: claves para entender el Uruguay de hoy, de Gerardo Caetano y Ernesto Nieto, cumple el papel ineludible de mostrar facetas nuevas de diversos fenómenos y de hacerlo de modo de que quien lo lea, más allá de informarse, aprenda. La diversidad y la riqueza indudable del libro conspiran contra su comentario, pues no se trata de transitar secuencialmente por su contenido. Propongo, en cambio, un recorrido en tres ejes: lo que cambia, lo que no cambia y lo que nos cambió.
Lo que cambia
La demografía. Con datos recién salidos del horno del último censo de población de Uruguay, la demografía cuenta una historia de cambio a nivel país, acelerado y dramático. Cito del primer capítulo: “En el tiempo récord de seis años, la fecundidad uruguaya traspasó todos los umbrales que define la demografía para clasificar los niveles de fecundidad de los países. La inédita caída de los nacimientos iniciada en 2016 llevó la fecundidad de niveles bajos (dos hijos por mujer) a niveles muy bajos en 2019 (<1,5) hasta niveles ultrabajos al cabo de tres años más (<1,3 en 2022)”. En 2023 era 1,2. Hacia adelante, esto promete estabilidad o descenso poblacional, si no media un shock migratorio muy fuerte. Sumada a la bienvenida mayor longevidad, estos datos complican la parte jubilatoria de la seguridad social. Pero es también una noticia formidable, pues la explicación radica en buena medida en la disminución drástica del embarazo adolescente a partir de políticas públicas eficientes y efectivas. Además, como se muestra en todo el libro, los números globales esconden heterogeneidades grandes, en el territorio nacional y dentro de los territorios departamentales. La alta proporción de quienes nacen en hogares pobres, segregados también territorialmente, plantea probablemente el mayor desafío, moral y concreto, para el desarrollo nacional.
Los territorios, los que viven allí, lo que se produce allí, sus gobiernos. La heterogeneidad interdepartamental en Uruguay no cambió demasiado desde el comienzo de este siglo. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad que una imagen estática. El Índice de Desarrollo Regional, el Idere, mejora en todos los departamentos de forma sustantiva entre 2006 y 2022. En 2006, el promedio de la tasa de pobreza de los departamentos era cercana al 34%, mientras que en 2022 ese promedio cae a 8,8%. También hay mejoras en promedio entre 2006 y 2022 para la pobreza por necesidades básicas insatisfechas, que pasan del 37% a poco más del 14%. Por otra parte, en ese mismo período la informalidad en promedio de los departamentos se situaba cerca del 39%, bajando significativamente casi a 29%.
La pobreza en niñez y adolescencia pasó de un promedio departamental del 50% a estar en torno al 20% en esos casi 20 años. La heterogeneidad se mantiene pero, para todos los departamentos, desde un mejor piso.
Mientras tanto, la propiedad de la tierra sufrió cambios dramáticos: cerca de la mitad de la superficie total de uso agropecuario cambió de dueños, profundizando el control de la tierra por parte de personas jurídicas en detrimento de las personas físicas. Esto se dio en el marco de transformaciones productivas significativas, de las cuales la soja con fines de exportación estuvo entre las más notorias, insignificante a comienzos del siglo, y principal área sembrada y volumen de producción no muchos años después. Estos cambios en la producción y también en estrategias empresariales se tradujeron en cambios en los requerimientos y características de la mano de obra. La residencia de quienes se ocupan en tareas agropecuarias pasó a estar en mucho mayor medida en centros poblados de menor o mayor tamaño. El vínculo constante entre lo urbano y lo rural, facilitado por las vías de transporte y las formas de comunicación, hizo que la gente que trabaja en el campo y vive en él alcance hoy mínimos históricos.
Desde la perspectiva de la gobernanza de los territorios, la introducción en 2010 de los municipios electivos, tercer nivel de gobierno, intentó un cambio no menor, a partir de la ley de Descentralización en Materia Departamental, Local y de Participación Ciudadana. La heterogeneidad en materia de creación de municipios electivos es grande: de los 125 municipios actuales, 45 se acumulan en Montevideo, Canelones y Maldonado; en el resto la variedad numérica resulta, a primera vista, incomprensible, con Tacuarembó y Río Negro con tres municipios cada uno y Cerro Largo con 15, por ejemplo. Interesante: ninguno de los 15 municipios de Cerro Largo está en la capital departamental, situación que se repite en los 16 departamentos de municipalización débil. No es tan simple descentralizar espacios democráticos en territorios cuyos gobiernos, guiados por lógicas centralistas, tienen iniciativa en su creación. Pero lado bueno tienen las cosas: en las localidades más pequeñas donde hay municipios, las tres cuartas partes de sus habitantes aprueban su gestión. Es poco el tiempo transcurrido para tamaño cambio; como en tantas otras cosas, habrá que perseverar.
Dónde se estudia a nivel universitario, dónde se investiga: el principio del adiós a la centralidad montevideana. El crecimiento de la Universidad de la República (Udelar) en el territorio nacional fue un proceso de descentralización de la matrícula universitaria y de diversificación de opciones de estudio, acompañado, genuinamente, por la “desmontevideanización” de la investigación académica. Esto quiere decir que, en el interior, hay docentes de la Udelar, con alta dedicación, con agendas de investigación en muy diversas temáticas, incluyendo las experimentales que requieren elevadas inversiones. Algunas de estas infraestructuras, además, son únicas a nivel nacional. En más de un capítulo del libro se cita un par de estudios recientes que cuantifican el impacto que tiene una universidad mucho más cercana geográficamente.
Uno de los resultados que más impresionan es el incremento en la finalización de la enseñanza secundaria en los territorios donde se abrieron sedes de la Udelar y, dentro del incremento de la matrícula universitaria en dichas sedes –cosa esperable–, el efecto más intenso sobre gente proveniente de entornos humildes y primera generación de su familia con esos estudios. Más recientemente, la creación de la Universidad Tecnológica (UTEC) suma opciones universitarias para la gente joven en los territorios.
Aunque no está en el libro, me permito agregar un pequeño dato que refiere a este cambio enorme que se ha ido viviendo en los últimos 15 o 16 años. El Programa de Apoyo a la Investigación Estudiantil (PAIE) de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar empezó en 2008; la presencia de equipos de estudiantes de sedes del interior era ínfima –2%– y concentrada en Salto: diez años después, en 2018, era ya el 11% del total, con equipos de Rivera, Tacuarembó, Cerro Largo, Salto, Paysandú, Maldonado y Rocha. Y siguió creciendo…
Las influencias exógenas sobre los territorios. Hay un capítulo que deja una pregunta flotando: ¿por qué en Colonia se dio una conjunción virtuosa entre influencias exógenas, muchas de ellas traídas por inmigrantes, con políticas públicas de adaptación y difusión de otras influencias “de afuera”, idas a buscar de forma explícita? ¿Por qué eso no ocurrió de forma más generalizada? El proceso narrado evoca ecos de otras comunidades migrantes localizadas en territorios, como la de San Javier o, mucho más reciente, la cubana de Santa Rosa. Uruguay está cambiando; al menos Montevideo: en lo que se ofrece en sus ferias, en el idioma que se escucha en el transporte público, en lo que se puede comer en puestos callejeros, en quienes atienden en los más diversos comercios. Cuánto necesitamos aprender para aprovechar esa transformación profunda que viene con la cultura, las capacidades y las esperanzas de gentes de otras partes.
Las nuevas violencias y sus culturas. ¿Qué hay de nuevo en las violencias que se hacen presentes en la sociedad uruguaya? Una mirada detallada sobre la cuestión puede encontrarse en el último capítulo del libro. Para quien lo lee con preocupación ciudadana pero con escasa información específica aparecen cuestiones que se refuerzan en los últimos tiempos: el peso del narcotráfico, la extrema violencia intergrupos delictivos, de la que se deriva la inseguridad en ciertos barrios montevideanos y su creciente guetización, acompañada de dificultades para el normal funcionamiento de los servicios públicos. No menciono las políticas frente a esto: la complejidad de cada una de ellas y, sobre todo, la inmensa necesidad de articulación que requieren, sólo superada por la dificultad de lograrla, me desborda. Pero están planteadas, para lectura, reflexión y discusión.
Es intolerable que, de los pocos niños que nacen en Uruguay, una quinta parte lo haga en hogares pobres. Es una emergencia nacional, diferente a la pandemia, pero, en el fondo, no tanto.
Junto a esto, aparece, al menos para mí, otro desborde: el de expresiones lingüísticas y musicales propias de una sensibilidad construida por cotidianeidades ajenas y desconocidas, a las cuales el libro nos acerca. Lo hace a través de ese ñeri, derivado de un compañeri tan distinto de aquel I compagni que Mario Monicceli nos mostraba a comienzos de los 60 del pasado siglo. Por cierto, como se destaca una y otra vez, ñeri no es sinónimo de delincuente o de narcotraficante, pero sí parece conformar una suerte de subgrupo cultural asociado a la delincuencia adolescente. Como pasó con el tango, algunos rasgos de la cultura ñeri se van popularizando. Cito: “Pero a medida que algunos de sus modismos son incorporados en públicos numerosos, nuevos términos y nuevas señas de identidad se inventan para volver a recrear el gueto”. Esto es tremendo: si la desesperación y la frustración dejan al gueto como principal seña de identidad a defender y recrear, va a ser muy duro ayudar a construir alternativas.
Lo que no cambió
Uruguay es una democracia plena. Uruguay es el único país con democracia plena en América del Sur, ocupa el lugar 15 entre los 25 países así catalogados. Con la fuerza que tiene hoy la deriva autoritaria y antidemocrática a nivel mundial, que esta característica se mantenga firme merece especial destaque.
Uruguay mantiene su condición periférica. Esto quiere decir que incorpora escasamente conocimiento y altas calificaciones a su producción, lo que acentúa el carácter dependiente y fluctuante de su economía, con consecuencias negativas sobre la desigualdad de ingresos, sobre el margen para financiar políticas sociales y sobre las capacidades para evitar prácticas productivas predatorias del medioambiente. Además, la condición periférica es una estructura de poder que conjuga la dependencia externa con la gravitación interna de sectores interesados en la preservación del orden tradicional. Así, la condición periférica se pelea en frentes muy diversos, con tácticas que van cambiando porque dicha condición está muy lejos de ser estática. Una de esas peleas se da a nivel de las ideas, que se encarnan en conceptos o nociones. En el libro se propone y ejemplifica la de la “solidaridad eficiente”, como clave ubicua, desde lo más micro hasta lo más general, para repensar y organizar políticas de desarrollo.
Lo que nos pasó
Nos pasó la pandemia. Sus consecuencias económicas y sociales fueron enormes, con amplias asimetrías en las capacidades de actores diversos para recuperarse. En la población que era pobre antes de la pandemia y, muy especialmente, en las adolescencias y juventudes pobres, las secuelas en materia de salud mental fueron especialmente severas. Cito: “Percibimos que mucha gente está sufriendo la vida. Que mucha gente se siente angustiada, desbordada, deprimida, ansiosa o directamente desesperada”. Las tasas de suicidio de Uruguay se corresponden con esa percepción. Y esa pandemia que nos pasó, según un capítulo del libro, generó, luego, una “implosión cultural” que va de lo expresivo a lo político. Un desafío mayor que esto plantea para propuestas de desarrollo, sobre todo por representar a la gente más joven, es la percepción de que el futuro es más amenaza que promesa.
Pero la pandemia tuvo, también, otra cara. Una cara en la que se desplegó una especialidad médica, la medicina intensiva, clave durante la etapa más dura de la emergencia sanitaria. Una cara que mostró la suma de capacidades de alto nivel en producción de conocimiento en todo el territorio, con imaginación para hacer lo que había que hacer con lo que se tenía a mano y, no menos importante, con un despliegue notable de solidaridad, permitió responder con eficiencia al flagelo, evitando una tragedia mucho mayor.
A partir de la pospandemia, la condición periférica del país fue diluyendo lo aprendido durante la emergencia. Se sufre esto desde la práctica médica y desde la investigación académica. Pero queda en la memoria colectiva que, como nunca antes, la ciencia uruguaya entró en el imaginario colectivo como una compañera de ruta en la lucha por la vida.
Nos pasaron las redes, los algoritmos, la vida en la pantalla. No sólo fue eso lo que produjo un cambio profundo en los medios a partir de los cuales nos informamos, fijando la agenda que orienta nuestra atención cotidiana a lo que acontece. El análisis detallado de lo que le pasó a nuestra prensa escrita y por qué, la descripción de los cambios en la propiedad de los medios y en sus modalidades operativas, los grados en que se ha visto afectada la independencia de los periodistas por injerencias políticas, los estilos comunicacionales de las élites político-partidarias se encuentran en un capítulo de este libro. Por supuesto, el cambio ocurrido tiene componentes endógenos, pero sobre todo nos pasó. Vino de afuera, de la mano de estrategias de desarrollo tecnológico que instruyen a los algoritmos a maximizar la vida en la pantalla. La mejor estrategia es mostrar lo malo, ampliar, cuando no inventar, escándalos, sugerir vicios asociados a religión, raza, etnia, condición socioeconómica –aunque eso pueda conllevar, como ya ha ocurrido, crímenes de odio terribles–; los sesgos así construidos atentan contra la vida democrática y contra uno de sus pilares, la tolerancia. Algunos grandes intelectuales creen que la inteligencia artificial nos conducirá a un desastre humanitario; otros grandes intelectuales creen que es posible construir alternativas. En todo caso, por una vez, nos pasa a nosotros, pero también le pasa a casi todo el resto del mundo: no estamos solos frente a esta suprema indiferencia de unos pocos detentores de poder científico-tecnológico por la ética y la responsabilidad.
Colofón: el gran desafío
El libro está atravesado por un consenso, que comparte, hoy por hoy, el país todo: es intolerable que, de los pocos niños que nacen en Uruguay, una quinta parte lo haga en hogares pobres. Es una emergencia nacional, diferente a la pandemia, pero, en el fondo, no tanto. Es una emergencia, hay que atenderla con urgencia, se la debe atacar desde perspectivas muy diversas, se requieren recursos de diferentes tipos, económicos y cognitivos, y una voluntad que no cede; también, imaginación y creatividad y, siempre, solidaridad. Al igual que a la covid-19, a esta otra emergencia se la combate en los territorios, en función de sus fortalezas y sus debilidades específicas.
Los territorios que recorre este libro no se ocupan en sí de este desafío, pero lo levantan, muestran su urgencia, ofrecen pistas de por dónde abordarlo, muestran aliados para el camino, alertan sobre lo que nos pasará si no lo enfrentamos con la suficiente determinación y eficiencia. Por eso el libro ofrece a sus lectores claves para pensar, más allá de aquello que lo ocupa, en problemas fundamentales del Uruguay de hoy.
Judith Sutz es ingeniera electricista, magíster en Planificación del Desarrollo, doctora en Socio-Economía del Desarrollo. Es profesora titular de la Universidad de la República.