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Uruguay y su tragedia nacional silenciosa

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Días atrás, el Ministerio de Salud Pública (MSP) dio a conocer las estadísticas actualizadas sobre la tasa de suicidio en Uruguay, incluyendo los datos generales y sectoriales de 2024. Curiosamente, el número total absoluto es prácticamente el mismo que en 2023: el año pasado, 764 personas se quitaron la vida en Uruguay, mientras que el año anterior fueron 763 (una persona menos), manteniéndose prácticamente la misma tasa (21,35 por 100.000 en 2024 contra 21,39 por 100.000 en 2023).

Uruguay en el G7 mundial del suicidio

De manera preocupante, Uruguay se consolida como parte del “G7” mundial de los países con estadísticas más alarmantes de autoeliminación de su población: séptima nación en la tabla a nivel mundial (la tasa uruguaya casi triplica al promedio global), solamente superada por naciones de las cuales, probablemente, el lector se esté enterando de su existencia en este momento (Lesoto, Esuatini, Guyana, Zimbabue, Surinam, Islas Salomón), y tercera en América Latina, sólo superada estadísticamente por Guyana y Surinam, dos países semicoloniales, con un sistema público de salud y de comunicaciones absolutamente atrasado y hundidos en la extrema pobreza.

Paradójicamente, durante mayo de 2025 fue dado a conocer el Informe sobre Desarrollo Humano 2025 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que ubica a Uruguay en el puesto 48 entre 193 países, con un índice de desarrollo humano (IDH) de 0,862. Este valor sitúa al país en la categoría de desarrollo humano muy alto, “reafirmando una tendencia de mejora sostenida desde 1990”, según dicho informe. Cabe aclarar en qué consiste este índice: una medida compuesta que evalúa el progreso de los países en tres dimensiones fundamentales: salud (a través de la esperanza de vida al nacer), educación (medida por los años esperados y promedio de escolarización) e ingreso (calculado por el ingreso nacional bruto per cápita). Asimismo, Uruguay fue ubicado en el tercer puesto (26° en el mundo) en el Informe Mundial de la Felicidad, mientras que en 2022 la revista norteamericana International Living lo clasificó como “uno de los diez mejores países para vivir después de jubilarse”.

Una tendencia (alarmante) que se consolida

Sin embargo, al poner el “microscopio” en las “frías” estadísticas, haciendo un análisis, justamente, más “micro” y por sectores y categorías, tanto de 2024 como promediando distintos datos de los últimos años, nos adentramos a abordar los números como un síntoma de que socialmente algo (o mucho) está muy mal en Uruguay y prácticamente se viene consumando una catástrofe social y generacional. Algo que contrasta sustancialmente con las estadísticas de “bienestar” y “felicidad” que destacamos en el párrafo anterior. Veamos.

Si al menos el número absoluto comparativo de los últimos dos años, con una perspectiva optimista, no empeoró “tanto” –teniendo en cuenta además que el promedio final de 2023 había mejorado levemente con relación a 2022–, el microscopio psicosocial nos alerta: en 2024 hubo 910 intentos de autoeliminación más que en 2023 (en Uruguay, cada tres horas alguien intenta quitarse la vida). La población adolescente (entre 15 y 19 años) es la que menos se suicida, pero la que más intenta hacerlo.

Los que no pueden empezar, los que no aguantan terminar

Asimismo, la franja etaria de jóvenes de entre 20 y 24 años (promedio de edad de inicio de experiencia laboral y/o estudios terciarios y universitarios), especialmente residentes en ciudades y centros urbanos, dispara alarmas muy preocupantes en términos comparativos: la tasa de 33,2 por 100.000 representa el máximo histórico (12% de aumento respecto del año pasado) y, a su vez, una tendencia ascendente constante al menos desde 2019 (34% de incremento acumulado año a año). Este promedio juvenil supera en 55% la tasa nacional general (21,4) y resulta 50% más alto que la de los adolescentes (15 a 19 años) y 25% superior a la de adultos jóvenes (25 a 29 años).

Así, la juventud urbana uruguaya, más afectada por los consumos problemáticos, la precarización laboral, las dificultades para sostener estudios superiores y el desempleo, padece una tragedia silenciosa, con tasas de suicidio que crecen exponencialmente.

Un dato muy particular, y casi exclusivo, de Uruguay en la problemática global del suicidio, que se consolida como tendencia estable, es que la catástrofe atraviesa no sólo las franjas etarias que inician su vida productiva y académica –y predominantemente masculinas, teniendo en cuenta que el 76% de los casos se da en hombres y el 24% en mujeres (una tendencia sostenida), con la particularidad de que en los intentos la relación se invierte: 71% mujeres y 29% hombres–, sino también al otro polo: los “viejos” que ya terminaron su vida laboral y, a diferencia de los jóvenes urbanos, residen en áreas rurales, pueblos y caseríos aislados.

Uruguay se consolida como parte del “G7” mundial de los países con estadísticas más alarmantes de autoeliminación de su población: séptima nación en la tabla a nivel mundial (la tasa uruguaya casi triplica al promedio global).

Los adultos mayores de 80 años o más, residentes en su mayoría en el interior del país y en zonas agrarias, registran la tasa más alta (38,24) y se observa una relativa estabilidad en edades intermedias (25 a 65 años), salvo una situación también urgente de abordar: la altísima tasa de suicidios entre el personal policial y de organismos de seguridad dentro de esta franja. Una estadística que parece burlarse de la revista International Living, que, como señalamos más arriba, clasificó a Uruguay como uno de los mejores países para retirarse.

El Este, a la cabeza de la tasa y de la desigualdad

Al afinar el análisis a nivel regional, la Región Este –particularmente los departamentos de Treinta y Tres y Rocha– ocupa de manera destacada el primer puesto entre los de mayor tasa de suicidio, especialmente desde la pandemia de 2020. Lavalleja suele mantener un nivel muy alto –en 2023 fue el segundo departamento con mayor tasa–. En cambio, Maldonado se ubica entre los de menor índice, al igual que Montevideo, desafiando las tesis de Émile Durkheim, quien, en El suicidio, ubicaba el fenómeno como exclusivo de las grandes urbes modernas.

Treinta y Tres (39,6), Rocha (34,9) y Lavalleja (36,0) registran cifras alarmantes en 2023-2024, mientras que Maldonado (20,0) se mantiene cerca del promedio nacional. Aunque los cuatro departamentos pertenecen a la misma región, la disparidad puede explicarse por diversas variables.

Primero, lo económico: Treinta y Tres y Lavalleja tienen economías ganaderas y agrícolas, vulnerables a sequías y variaciones de precios. Rocha comparte perfil, aunque con ingresos turísticos; pero la pesca, una de sus actividades, también sufre estacionalidad. Maldonado, pese a su dependencia turística, concentra capital internacional, actividades financieras e inversión inmobiliaria constante.

Desde lo demográfico, Treinta y Tres y Lavalleja muestran una población más envejecida (20% de mayores de 65 años), fuerte migración juvenil y muchos ancianos solos en zonas rurales. Rocha atraviesa un fenómeno similar, con ancianos en zonas costeras aisladas. Por el contrario, Maldonado convoca migración joven –incluidos argentinos de alto poder adquisitivo– y cuenta con infraestructura urbana de primer nivel. Las estadísticas de alcoholismo y consumo de drogas son mucho mayores en Treinta y Tres, Lavalleja y Rocha que en Maldonado, así como también hay una marcada desigualdad en el acceso a servicios de salud.

El litoral uruguayo, flamante protagonista de la tragedia

Del otro lado del Este, a orillas del río Uruguay, el litoral empieza a figurar entre las regiones con mayores tasas nacionales. Por primera vez, el departamento de Paysandú ocupó el tercer lugar en 2023, con una tasa de 37,3, sólo detrás de Rocha (37,6) y Lavalleja (39,5). En 2024, Paysandú volvió a niveles históricos (21,5), pero el aumento de la tasa se desplazó hacia el sur: Río Negro aparece también por primera vez en el podio, con 35,5. Este departamento acumuló un aumento del 106% desde 2019. En resumen, en el último bienio, el Este y el litoral dominaron las estadísticas de esta tragedia nacional.

La irrupción de Paysandú en el podio de 2023 debería haber activado las alarmas departamentales. Ese año tuvo una tasa 74% mayor que el promedio nacional. Aunque en 2024 regresó a la media, el número sigue siendo preocupante. Entre 2019 y 2023, su tasa aumentó 163%, y la baja de 2024 deja abierta la incógnita sobre si se trata de una tendencia sostenible (y qué pasó en 2023).

Debe considerarse el impacto de la desindustrialización (despidos en la industria del pórtland, suspensiones en la cervecera), la alta prevalencia de alcoholismo en zonas rurales, el envejecimiento poblacional y el aislamiento de ancianos tras la migración juvenil. También incide la falta de servicios de transporte y comunicación, especialmente en zonas como Quebracho.

Por último, es importante destacar una posible influencia regional desde la vecina Argentina. La provincia de Entre Ríos mantiene la tasa de suicidios más alta del país (14-16 por 100.000), con cifras muy elevadas en ciudades como Concordia, Gualeguaychú, Concepción y, especialmente, Colón –“melliza” de Paysandú–, con una tasa de 41,7, muy superior al promedio argentino e incluso por encima de los departamentos del Este uruguayo. Algo debe estar pasando por “el Uruguay”, que, como narraba el gran Aníbal Sampayo, “no es un río, es un cielo azul que viaja”, pero que empieza a ser testigo de la tragedia silenciosa nacional: los más viejos se matan en el campo y los gurises que “salen” a la vida adulta se matan en las ciudades.

Hernán Scorofitz es psicoanalista y docente de la Universidad de Buenos Aires.

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