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Cuando la diversidad se convierte en eslogan

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Llega setiembre y, con él, el Mes de la Diversidad. Las calles se llenan de colores, las marcas cambian sus logos, las instituciones ponen banderas en sus fachadas y, de pronto, parece que todo es orgullo, igualdad y compromiso. Pero apenas termina el mes, la bandera se guarda en un cajón y con ella desaparece el entusiasmo por los derechos de las personas LGBTIQ+.

A esto le llamamos pinkwashing o “lavado de imagen”: apropiarse del lenguaje, los símbolos y las luchas de la diversidad para fines de marketing, sin un compromiso real con la igualdad durante todo el año. Es la foto con la bandera, pero no el presupuesto para políticas inclusivas. Es el eslogan en redes sociales, pero no los protocolos contra la discriminación y el acoso en la empresa. Es el aplauso en setiembre, pero el silencio cuando hay que tomar postura en diciembre, marzo o julio.

El investigador uruguayo Leonardo Peluso lo resume con precisión: “El problema que presentan los términos diversidad y diferencia es que caen en la ingenuidad de la metáfora de la fiesta y, por ello, no muestran la brutal inequidad que existe al interior de algunas diversidades; al tiempo que se tiende a atribuir la etiqueta de diverso o de diferente, exclusivamente a los que se apartan de la norma, en un marco de relaciones políticas conflictivas en el que no se entiende dónde quedan los normales” (Peluso, 2010).

Su advertencia es clara: mientras se celebra la diversidad como si fuera una fiesta donde todes están invitades, la desigualdad sigue ahí. Y, además, se etiqueta como diversos a quienes se apartan de la norma, pero rara vez se cuestiona la norma misma o a quienes la sostienen.

Investigaciones recientes confirman esta brecha entre discurso y realidad. Un estudio del Journal of Accounting Research (Baker et al., 2024) analizó empresas estadounidenses y encontró que las que más hablan de diversidad y equidad son, muchas veces, las que menos avances reales muestran en su personal y en sus políticas internas. Incluso, estas empresas tienden a recibir más denuncias y sanciones por discriminación laboral, pese a su retórica inclusiva.

El problema no es que existan campañas o banderas: la visibilidad es necesaria. El problema es cuando esa visibilidad no viene acompañada de acciones concretas, cuando se convierte en una estrategia para vender, para mejorar la imagen o para subirse a la ola sin asumir ningún riesgo.

El problema no es que existan campañas o banderas: la visibilidad es necesaria. El problema es cuando esa visibilidad no viene acompañada de acciones concretas, cuando se convierte en una estrategia para vender.

Porque trabajar por la diversidad implica cambios reales:

– Reconocer que existen sistemas de opresión y una ideología de la normalidad que discrimina por orientación sexual, identidad y expresión de género.
– Contratar y promover personas LGBTIQ+ en todos los niveles, no sólo en los espacios más invisibilizados o sin poder de decisión.
– Diseñar acciones con las propias organizaciones y colectivos involucrados: nada de nosotres, sin nosotres.
– Mantener constancia y coherencia durante todo el año, no sólo cuando la agenda mediática lo exige.
– Cuidar el lenguaje en todos los mensajes internos y externos. – Capacitar a los equipos para erradicar prejuicios y violencias, con planes de formación reales, no con un taller opcional al año.
– Establecer protocolos claros contra la discriminación, hacerlos públicos y aplicarlos con firmeza.
– Garantizar espacios seguros para todas las identidades.
– Revisar productos, servicios y comunicaciones para que no excluyan a nadie.

Y sí, también implica incomodar: cuestionar privilegios, revisar estructuras, reconocer errores y asumir costos. Si no hay nada de eso, entonces no hay compromiso: sólo pinkwashing.

El Mes de la Diversidad no puede convertirse en una postal vacía. Las personas LGBTIQ+ no son –no somos– un eslogan ni una tendencia. Si las instituciones y empresas quieren ondear la bandera arcoíris, deben hacerlo con la misma convicción en octubre, en noviembre y en cada decisión que tomen.

Porque la diversidad no es una campaña, tampoco es una fiesta: es una causa que esconde una problemática. Y una causa no se sostiene con colores, sino con hechos.

Ximena García es socióloga por la Udelar, magíster en Educación y diplomada en Estudios Feministas. Se ha especializado en temáticas de género y derechos humanos, tanto desde la docencia como desde la militancia. Coconduce el programa radial Regenerades (Uniradio) y ha liderado proyectos con enfoque educativo y feminista, como Geduca y el libro infantil Las aventuras de Ruli.

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