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Ilustración: Ramiro Alonso

Gaza es asunto nuestro

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Esta semana, el centro político de las intervenciones en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se refirió a la situación en Gaza, con un notorio avance de las denuncias de genocidio contra el gobierno de Israel y de los anuncios de reconocimiento del Estado palestino. Entre los gobiernos que hicieron ese anuncio estuvieron los de Francia y Reino Unido, dos de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Otros dos, China y Rusia, ya reconocían a Palestina, y ahora sólo el poder de veto de Estados Unidos bloquea una decisión respaldada por amplísima mayoría en la Asamblea General.

Por supuesto, Palestina no está hoy en condiciones de funcionar como un Estado soberano. Gran parte de su territorio y de la vida de sus habitantes están, por la fuerza, bajo control de Israel, y en 2007 hubo una ruptura violenta entre organizaciones político-militares que dejó a Gaza en manos de Hamas y separada de la Autoridad Nacional Palestina con sede en Cisjordania.

Si el veto estadounidense no impidiera a la ONU proceder de acuerdo con los mandatos de su carta fundacional, el camino hacia una situación con dos estados implicaría un largo y difícil proceso. Sería necesario, para empezar, el despliegue de una fuerza de estabilización para poner fin a las operaciones militares israelíes de desplazamiento forzado y exterminio, previniendo además ataques futuros entre ambas partes, al tiempo que se concretan las liberaciones de israelíes rehenes de Hamas y de palestinos presos en Israel.

Ese sería sólo el primer paso hacia complejas transiciones negociadas que definan fronteras, garanticen la elección democrática de un gobierno palestino unificado y aseguren las bases materiales de su autodeterminación.

La comunidad internacional está todavía lejos de iniciar ese camino, arduo y lleno de riesgos, con esperanzas de que conduzca a una paz duradera. Cada día que pasa agrava la crisis humanitaria, aumenta el número de víctimas y fortalece odios que costará mucho dejar atrás.

El camino sólo podrá ser construido si se revierte el deterioro creciente de la gobernanza mundial basada en el multilateralismo y con reglas respetadas por todas las partes. Muy especialmente por las que impulsan y amparan desde hace mucho tiempo el conflicto, por sus propios intereses económicos, ideológicos y geopolíticos.

La ONU, con todas sus deficiencias y miserias, ha sido desde 1945 un esfuerzo muy valioso para establecer esa gobernanza, hoy más necesaria que nunca, pero atraviesa una profunda crisis en este cambio de época. En el escenario internacional hay poderes menguantes que intentan perpetuarse, peligros en ascenso y múltiples intentos de articular un nuevo orden. El porvenir es incierto y no depende sólo de los gobernantes que hablan en la Asamblea General.

Los discursos en Nueva York y los cambios históricos en la posición de varias potencias tienen múltiples causas; entre ellas, la mejor es la demanda social organizada como presión política. La causa de la paz, como todas las demás que le urgen a la humanidad, nos pertenece y nos convoca.

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