Si bien la evaluación final estará recién en unos 10 días y se plasmará en un documento elaborado por el Estado Mayor que estuvo a cargo de las maniobras, la operación Ibirapitá fue considerada un éxito, ya que se logró recuperar el territorio que había caído en manos de fuerzas invasoras. El balance tendrá la visión de los oficiales, pero también del personal subalterno que ejecutó los planes, de forma tal de conocer los problemas, dificultades o aportes con el objetivo de mejorar una próxima acción.
Desde primeras horas de la mañana, los 1.700 efectivos estaban alistados para la fase final de las maniobras que habían comenzado el lunes y que abarcaron a los departamentos de Cerro Largo, Durazno, Rocha, Maldonado, Lavalleja y Canelones. En los días previos se habían realizado los movimientos tácticos y estratégicos para recuperar el área perdida, ubicada en la zona de Sierra de las Ánimas. El encargado de la reconquista fue el Ejército, pero para lograrlo contaron con la acción combinada de las otras ramas de las Fuerzas Armadas.
Un grupo de elite de los fusileros navales comenzó la acción, sobre la media mañana, consistente en tomar una cabecera de playa. Desembarcaron en la Ensenada del Potrero, con la intención de movilizar al enemigo. “Teníamos información de una reserva que podía dirigirse al lugar para contrarrestar nuestra acción”, resumió el coronel Gustavo Rolín, encargado de la Comunicación Social de la fuerza de tierra. Si bien el adversario no estuvo representado por nadie, el simulacro consistió en aprovechar este corrimiento de tropas para que la Armada, con apoyo de la Fuerza Aérea, llevara a cabo esta medida distractora, permitiendo en paralelo que el Ejército avanzara en pos del objetivo.
Y así fue como, cuando la reserva enemiga descuidó la retaguardia, los soldados se apoderaron de pasajes claves del área en disputa, en especial el Abra de los Castellanos, en plena zona de sierras. Una vez en poder de este punto, entonces, el Ejército continuó el ataque a campo traviesa, abriendo fuego con los uniformados a pie y con los tanques. Estos últimos utilizaron un total de 20 cañonazos para destruir posiciones enemigas y despejar el camino a los propios. Rolín explicó que en horas de la tarde el Estado Mayor, bajo el mando del general Wile Purtscher, sesionó en la División de Infantería Nº 4 con asiento en Minas y realizó una evaluación primaria que fue “altamente positiva”, ya que “la operación se pudo aplicar tal como se había planificado.
Es verdad que haberlo realizado en un terreno conocido facilitó la tarea, pero lo que estaba en juego “era la capacidad de sincronizar movimientos a una velocidad real de avance” y establecer unificar las claves de comunicaciones. Para Anselmo Borges, su colega de la Armada, también encargado del contacto con los medios de prensa, si bien “la operación fue un éxito” también “hay cosas que mejorar” y que ajustar, aunque también destacó que “las comunicaciones” se realizaron de manera eficaz. Al caer la tarde, los responsables de Ibirapitá y sus ejecutantes saboreaban la miel de la victoria, y la población de Maldonado había regresado sana y salva a sus hogares después de la evacuación que, sin haberse realizado nunca, también fue considerada un éxito.