El ambiente que se vive después de bajar del 169 de Cutcsa no es muy sencillo de describir, pero se podría aventurar que fue la zona de Montevideo más concurrida en este 6 de enero. Decenas de promotoras, vendedores ambulantes, muchachos con camisa y buzo en los hombros, trajes que parecían tener más de un Ramírez encima, y más promotoras.
Una lata de cerveza costaba 50 pesos y la medida de whisky importado, 70 pesos. Una botella de esta bebida -la que tiene una etiqueta roja y un señor caminante- cotizaba a 1.500 pesos, y a las 18.00, en las mesas de la zona de palcos, podían verse varias que ya estaban vacías (y hasta alguna negra). “Qué grande el etiqueta negra, no hay con qué darle”, comentó un treintañero con el farol en la mano y un bronceado esteño que parecía recién estrenado. Entre las carreras había espectáculos y exhibiciones. Dos parejas bailaban con ropa de etiqueta encima de un estrado de madera, a pocos metros de un stand de la revista Caras.
“¿Qué es tordillo, mamá?”, preguntó una niña que entraba a una sala de juegos con varios play station. Por el parlante se escuchaba el diálogo entre un instructor de paracaidismo y una presentadora que reflexionaba: “Estamos aprendiendo, además de disfrutar de un gran espectáculo”. Se refería a la muestra de habilidades de esa disciplina previa a la largada del premio Ramírez, que se matizó con “Back in Black” de AC/DC y “Born to be Wild” de Steppenwolf sonando a todo volumen.
Los empleados del Hipódromo de Maroñas, por su parte, viven la jornada de Reyes a todo trapo, tratando de adaptarse a tanto intento de glamour. “Acá hay de todo un poco, gente que viene para figurar y familias que ya tienen la costumbre de venir a pasar el día. También está la gente que tiene toda la plata, porque un palco de éstos no lo compra cualquiera, y cuando termina se raja de nuevo para Punta del Este. Hay procesados que venían y varios más que están para procesar. Esto es Uruguay”, reflexionó uno de ellos, que había salido a fumar y pasó toda la jornada cocinando en el sitial de privilegio.
Figuritas repetidas
El lugar que hasta el año pasado ocupaba Carlos Curbelo Tammaro en uno de los ocho palcos con los que cuenta el Hipódromo de Maroñas fue tomado por otro amante del turf, el dirigente del sindicato de los vendedores de diarios y revistas, Eddie Espert. Se trata del palco número 4 que ayer compartió con varios integrantes de su familia. Al lado, en otro de los espacios de privilegio, estaba Walter Devoto junto a un grupo de gente, y afuera tenía el cartel correspondiente. Otros de estos espacios con sillas, televisores y atención de primer nivel los utilizan dueños de los studs, grupos de empresarios, y lo hacen a través de convenios anuales o por temporadas de carreras.
Esta vez Curbelo, procesado por asistencia al narcotráfico y lavado de activos, no pudo renovar su banca. Nueve mil dólares anuales cuesta cada uno de los palcos, que alberga a ocho personas. Suelen realizarse asociaciones para afrontar los costos, del mismo tipo que se hacen, a veces, para tener el pingo propio. Es decir, allí no cuentan las ideologías. Varios ejemplos a lo largo de la historia han demostrado que la pasión turfística supera a la política, que finalmente termina quedando a un lado. Ayer no pudieron apreciarse cocinas para el resto del año ni largas tertulias sobre políticas de Estado: sólo cálculos de apuestas y enseñanzas sobre cómo leer las boletas, debates sobre tordillos y purasangre, y muchas rondas de importados.
A pocos metros del palco que ocupaban los Espert estaban los senadores nacionalistas Jorge Larrañaga y Francisco Gallinal, y un poco más allá podía verse al ex vicepresidente Gonzalo Aguirre, rodeado de amigos, prismáticos y frente a una llamativa botella de refresco light de medio litro. Los que llegaron temprano -la primera carrera largó a las 14.00- pudieron ver en la zona de los palcos al ex presidente Jorge Batlle (burrero de ley), a su sobrino Jorge Amorín Batlle y al ex prosecretario de la Presidencia Leonardo Costa, que integra la Asociación Uruguaya de Propietarios de Caballo de Carrera.
Es para vos
El nombre del clásico premio de los Reyes Magos es un homenaje a José Pedro Ramírez, que participó en la fundación y luego fue presidente del Jockey Club de Montevideo. Ejerció la titularidad de la institución turfística entre 1909 y 1913, año en el que murió. En 1887, Ramírez fue presidente de la Comisión de Organización de las Carreras Nacionales y fue uno de los propietarios del Hipódromo de Maroñas junto con Gonzalo Ramírez y los hermanos Juan y Alejandro Victorica. Además de esa experiencia deportiva, Ramírez participó activamente en política, sobre todo a finales del siglo XIX, en las filas del Partido Constitucionalista, de corta vida y fundado a partir de principios liberales-principistas. Llegó a ocupar cargos de responsabilidad en un Ministerio de Conciliación que existía por esos años y, como tantos otros de sus continuadores, repartía su tiempo entre la abogacía, el periodismo y la actividad política. Y los caballos, claro está.
A primera vista, pareciera que el premio Ramírez es un ámbito de encuentro más para blancos y colorados que para frenteamplistas, al menos si se toma en cuenta la presencia de figuras reconocibles. Fueron pocos los jerarcas de gobierno que asistieron a la cita: apenas estuvieron los ministros de Turismo y Deporte, Héctor Lescano, y de Economía y Finanzas, Álvaro García.
El año pasado habían participado en esta ceremonia turfística más dirigentes de primera línea del mundo político. Larrañaga, Gallinal, Juan Andrés Ramírez, el diputado blanco Jorge Gandini, los dos Batlle ya mencionados y el ex ministro de Industria José Villar. También estuvo el ex vicepresidente Gonzalo Aguirre junto a Curbelo Tammaro y el dirigente colorado Alberto Iglesias, estos dos últimos herederos de Unión Colorada y Batllista de Jorge Pacheco Areco. Tampoco faltó a aquella cita el senador frenteamplista Alberto Couriel, que tiene al turf en el mismo nivel de fanatismo que al fútbol y al básquetbol.
No todos los políticos que van tienen stud o caballos, pero todos tienen su fija y han heredado, en su mayoría, el gusto por este deporte familiarmente, como es el caso de la ministra de Salud, María Julia Muñoz. Y si bien los frenteamplistas prefieren el bajo perfil, además de los pocos mencionados, también Mario Areán y Juan Carlos Bengoa están, o han estado, vinculados a la actividad. Tabaré Vázquez no se ha hecho ver por el hipódromo, a diferencia del vicepresidente Rodolfo Nin Novoa, que ha asistido desde que asumió en 2005. Por el contrario, la familia Michelini no tiene reparos en asumir su vínculo con los caballos.
El 6 de enero de 2009, Gallinal (que supo tener caballos con Curbelo) festejó porque su caballo Mr. Llers ganó la cuarta carrera por ocho cuerpos, pero más festejó Luis Pedro Michelini, que con su Relento se quedó con el Gran Premio Ramírez. Estaba acompañado por sus hermanos Rafael (senador) y Felipe (por entonces subsecretario de Cultura). A la hora de la premiación, el legislador declaró: “El triunfo es un homenaje a mi padre que era aficionado al turf”. Zelmar Michelini se inició políticamente en el Partido Colorado, y en el mundo hípico también tuvo su iniciación por intermedio de una figura que, si bien por entonces pertenecía al Partido Nacional, fue presidente electo por el tradicional rival. Compró un porcentaje menor de un caballo en el que también tenía su cuota mayor Juan María Bordaberry, lo cual los hacía socios en la arena. Tras el golpe de Estado, Michelini se convirtió en objetivo de la dictadura de Bordaberry hasta que lo asesinaron en Buenos Aires. Juan María está procesado, entre otros, por ese crimen.