Uruguay podría formar una “alianza militar” con Estados Unidos, la cual convertiría este pequeño territorio “en una cuña para controlar el Atlántico Sur y en una base contra el Brasil en pleno desarrollo, con su biodiversidad, su petróleo y su agua”. Suena a ciencia-ficción, pero está escrito en serio. Es la “sospecha” que les “infunde espanto” a 21 compatriotas residentes en Cuba, que firmaron una carta abierta. Todo porque el presidente José Mujica recibió el 7 de setiembre a una delegación de las Damas de Blanco, organización de mujeres familiares de presos políticos cubanos.
La audiencia de media hora en la Torre Ejecutiva tuvo gran difusión a pesar de Mujica. Su oficina no la incluyó en la agenda oficial de actividades, ni dispuso que se tomaran fotografías o se informara a la prensa una vez finalizada. Pero una noticia con estas particularidades es difícil de minimizar. Según el diputado herrerista Jaime Trobo, “es la primera ocasión en la que un presidente de izquierda de la región abre […] su despacho a ciudadanos cubanos que no comulgan” con el régimen hoy encabezado por Raúl Castro. Además, Mujica integró un movimiento en armas que reconocía como modelo la Revolución Cubana. Buena parte del oficialismo apoya con fervor al gobierno de Cuba, del cual, por otra parte, Uruguay recibe valiosa asistencia en materia de salud y educación.
El gesto le valió al presidente aplausos opositores y críticas oficialistas. Las más ruidosas, procedentes del Partido Comunista, tuvieron, incluso, mayor difusión que la celebración del 90º aniversario del sector, cumplido el 21 de este mes: en una declaración, su dirigencia calificó la entrevista de “inaceptable” desde “un punto de vista moral, ético y político”. El secretario general del partido, senador Eduardo Lorier, llegó a operar como portavoz de La Habana cuando informó el viernes pasado a la prensa que las relaciones bilaterales “se enfriaron” por el “disgusto” cubano. El canciller Luis Almagro tardó una semana más en admitir, en declaraciones a Búsqueda, que una reunión con su par cubano ya programada “quedó para el año que viene”. En su audición de M24, Mujica explicó que había recibido a los disidentes cubanos a pedido de “gente muy importante y representativa de los partidos tradicionales”. Y aclaró: “Desde siempre, sin condiciones, hemos apoyado a la revolución cubana en su lucha con Estados Unidos.” Sin embargo, las críticas al régimen en La Habana no son nuevas en el entorno del actual presidente. “¿Cuba es una dictadura? […] Te contesto, desde el punto de vista de cómo concebimos eso como uruguayos, que sí”, dijo en 2006 el entonces diputado y hoy ministro de Defensa Luis Rosadilla, otro ex guerrillero tupamaro, luego de visitar el país caribeño. “Cuba no responde al modelo de sociedad que yo quiero”.
Mujica finalizaba su primer mes en la presidencia cuando anunció que no visitaría al líder revolucionario Fidel Castro, una gentileza que le han prodigado todos sus pares izquierdistas latinoamericanos, incluso luego de que se retiró de la política activa. “Me va a dar una sensación terrible. Yo lo conocí de otra manera. No quiero entrar en la nostalgia”, se excusó. Por esos días, interrogado sobre los presos políticos en Cuba, contestó con una elipsis para quien lo quisiera entender: “Mientras exista la posibilidad del recurso a la fuerza, a la brutalidad, a la guerra, a la intolerancia, estaremos sujetos a primitivismos, toda intolerancia debe ser evitada”.
La dirigente comunista Alicia Pintos admitió, en declaraciones a El País, que en Cuba “queda algún preso político, pero no en la proporción que hay en otros países”. Que Estados Unidos haya depositado centenares de prisioneros de su condenable “guerra contra el terror” no hace menos penosa la situación de los cubanos encarcelados por pensar distinto. El Partido Comunista uruguayo no tiene que demostrarle a nadie su carácter democrático, acreditado en casi un siglo de historia, en especial por su resistencia contra la dictadura militar y su posterior lucha por verdad y justicia. Por eso mismo choca su aprobación automática de todo lo que surja del gobierno cubano, y su olvido de las muestras de solidaridad internacional (no sólo del campo socialista) que aliviaron el sufrimiento de sus miembros bajo el autoritarismo cívico-militar.
Es improbable que este incidente ponga en peligro la amistad entre los dos países. Tampoco se ve que pueda servir para que esa amistad avance hacia una mayor franqueza. Hasta hace no mucho, se suponía que Cuba le daba una lección a toda la humanidad. Pero el régimen cubano tiene mucho que aprender, entre otros, de Uruguay. Por ejemplo, que tener presos políticos es algo horrible.