El político más limpio no es el que más se baña sino el que menos se ensucia. Bueno, sí, hay otros más limpios todavía: los que no tuvieron tiempo de embarrarse. Así lo explicó Pedro Bordaberry poco después de las elecciones internas que lo encumbraron en el liderazgo del Partido Colorado: “A Mujica se lo acusa de su pasado. A Lacalle se lo acusa de su pasado. A mí no se me acusa de mi pasado: a mí que me revisen”.
Aquel presente indefinido debería conjugarse en otros tiempos y en otros modos. Bordaberry no es un recién llegado: por estos días está cumpliendo la mayoría de edad en la profesión que eligió, pues hace 18 años ocupó su primer cargo político, el de director nacional de la Propiedad Intelectual, cuando tenía 32. Transcurría la presidencia de Luis Alberto Lacalle y lo recomendaba Jorge Batlle, el principal socio del gobierno fuera del Partido Nacional.
Volvió luego por un período y pico de vuelta en el ejercicio de la abogacía, hasta que Batlle lo llamó, ahora como presidente, para que acompañara a Alfonso Varela como segundo del Ministerio de Turismo, más que nada para ocuparse del área deportiva. Sabía. El hombre practica rugby, fútbol y básquetbol y es un doctor en leyes. A nadie le extrañó que pasara a encabezar la cartera. Sabía de lo otro. Conoce el país de punta a punta y la preciada costa este, en particular, esa Punta no le es nada ajena. No sorprendió tampoco que volviera al Ministerio de Industria, esta vez para conducirlo. También sabía: tiene un posgrado en Derecho de la Empresa y su especialización como abogado de marcas y patentes lo obliga a conocer en profundidad el sector y sus actores. Hace cinco años sacó diploma de líder político en su primer examen como candidato de primera línea. Su apuesta en las municipales de mayo de 2005 más que triplicó las fichas que había sacado Guillermo Stirling en las nacionales siete meses antes: el Partido Colorado saltó de 9% a 26% de los votos montevideanos. Era natural que con ese caudal llenara el vacío de liderazgo que se venía abriendo al menos desde 1989 por el nunca zanjado conflicto entre los ancianos ex presidentes Batlle y Julio María Sanguinetti, dedicados en el ocaso de sus carreras a piantar votos con un entusiasmo digno de mejor causa. En junio de 2009 ganó la candidatura presidencial colorada y en octubre duplicó la votación de Stirling. O sea que en tres elecciones supo aplicar las reglas del juego político en provecho de sus posiciones.
A estas alturas, Bordaberry tiene una trayectoria. Tiene un pasado. Tiene un presente. Se lo puede evaluar por eso. ¿Quién es el líder hegemónico del Partido Colorado?
Pedro Bordaberry juega fuerte. Suele definirse no tanto por sus propuestas sino en el choque, a veces violento, con otros dirigentes. La grabación clandestina y posterior divulgación de sus conversaciones con Rafael Michelini y Gonzalo Fernández encendieron la primera señal de ese patrón de conducta. Las últimas fueron sus ataques al líder de la minoría centrista del Partido Nacional, Jorge Larrañaga, y la imposición a la convención colorada, sin un estudio serio, de su todavía ni siquiera redactada propuesta de reforma constitucional para reducir la edad de imputabilidad penal.
Pedro Bordaberry es contradictorio. Para este defensor del principio de la “tolerancia cero” en la lucha contra la inseguridad ciudadana debe caer todo el peso de la ley penal sobre los adolescentes infractores, pero el jefe de la peor banda criminal de la historia uruguaya debería estar en libertad y es necesario garantizarles a los delincuentes extranjeros el derecho a depositar su dinero mal habido en la city montevideana. Pedro Bordaberry es poco serio. Uno de sus principales insumos para proponer nada menos que una reforma constitucional son estadísticas aportadas por el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, quien deberá comparecer ante el Parlamento convocado por legisladores colorados que cuestionan esas mismas cifras.
Pedro Bordaberry es inconsistente. Rebajó el discurso político en Uruguay a una mera enumeración de consignas de 140 caracteres emitidas vía Twitter. En columnas y declaraciones usa y abusa de la cita intelectual, hasta de las inexistentes, como ésta que dijo entrevistado por La República: “Decía Voltaire: ‘Puede no gustarme lo que me preguntas, pero daría mi vida para que pudieras hacerlo’”. A veces se le trabucan las ideas y no lo salva ni el refranero popular, como cuando exhortó a Sanguinetti y a Batlle a cooperar con él: “Para bailar el tango se necesitan dos. Yo creo que ellos van a bailarlo con nosotros”, dijo, en una extraña operación aritmética, en esa misma entrevista.
La figura de Pedro Bordaberry encaja con estos tiempos de virtualidades. Estos 18 años no han bastado para saber si es o parece de derecha, si es o parece inteligente, si es o parece buen tipo. Ni si lo que le importa es Uruguay o llegar a presidente.