Hace cinco semanas y media que José Mujica asumió como presidente de la República; siete semanas y media lleva instalado el Parlamento elegido en octubre del año pasado. Y aunque se descuente la Semana de Turismo, llama la atención que hasta ahora el nuevo gobierno se haya caracterizado por una notable ausencia de proyectos de ley relevantes (pese al anuncio previo de que se daría especial protagonismo al Parlamento), acompañada -o más bien inducida- por la escasez de iniciativas concretas desde el Poder Ejecutivo.
Mujica ha lanzado desde el 1º de marzo una considerable cantidad de ideas al ruedo, empieza a trabajar antes de que amanezca y mantiene un ritmo intenso de actividad, locuaz como siempre ante los periodistas, sin abandonar su audición radial en M24, pródigo en gestos simbólicos, reuniones, salidas al interior y viajes a otros países. Pero esa hiperactividad, que si estuviera en otra franja etaria lo haría candidato a una receta de metilfenidato, no ha tenido grandes consecuencias prácticas en forma de proyectos.
En relación con la sequía parlamentaria, es cierto que las campañas para las elecciones municipales ocupan a una parte de los legisladores, pero lo mismo sucedía al comienzo de cada uno de los anteriores últimos gobiernos, sin que se registrara un fenómeno semejante. Más bien parece que desde la oposición hay una mezcla de talante más dialoguista (visto el mal resultado de los enfrentamientos frontales con el anterior gobierno) y de cautela mientras no se define la presencia de representantes ajenos al oficialismo en los directorios de la administración descentralizada; y que en el oficialismo hay una situación peculiar, después de que en la primera experiencia de gobierno se aprobó un número sin precedentes de leyes, y antes de que Mujica defina qué nuevas iniciativas considera prioritario impulsar. Todo eso mientras opositores y oficialistas aguardan el resultado de las negociaciones en busca de acuerdos sobre ambiente, educación, energía y seguridad, para que queden delimitados los terrenos de coincidencia y los de discrepancia, que eventualmente abrirán paso a proyectos de ley, unos con consenso previo y otros sin él.
De todos modos, la razón principal de que la tradicional “luna de miel” al comienzo de un nuevo gobierno se venga desarrollando en forma tan platónica está en el modo en que el presidente la encara. Mujica ha tirado muchas verdes, sobre ingresos a la función pública, presos con más de 70 años de edad, uso de las reservas para proyectos productivos y planes de vivienda (que, como la creación del Ministerio de Gobierno, no resultaron cosa de soplar y hacer botellas). Pero todavía no está claro a qué maduras apunta, y no parece tener apuro para decidirse.
Hace días que llegó el último ciclista, y nada. Lo más notable es que la potencia del embrujo presidencial ha logrado que este round de estudio no sea motivo de quejas. Por el contrario, la popularidad de Mujica está por las nubes. Quizá sea porque, como él dice, pocas cosas nos gustan más a los uruguayos que los fines de semana largos.