Hay acciones ordinarias, cotidianas, aparentemente simples o de fácil ejecución o resolución, que después, cuando se revisan con el lente minucioso de la historia, dan pistas de que fueron el efecto mariposa para que se desencadenara el gran cambio.
Fue el miércoles. Generalmente, el televisor común de nuestra gran sala aglutina diversos grupos de espectadores, nutridos, flacos o hasta descuidados aspirantes a conocer los andamios de la realidad. Por lo general la tribuna se multiplica cuando hay un partido de fútbol o los noticieros presentan en vivo la evolución de un acontecimiento.
El miércoles no había partido o, si había, no nos interesaba, pero sobre las 20.00 un público extraordinariamente heterogéneo orbitaba frente al televisor, a la espera.
Fue a esa hora, cuando empezó a sonar la versión felizmente tuneada de “A redoblar”, que la cosa se empezó a poner tensa por la emoción contenida en cada uno de nuestros envases de almas, cuyas carrocerías de hombres y mujeres iban desde unos tiernos veintipocos hasta los de más de medio siglo.
¿Fui yo o el mundo se detuvo cuando Milka González, flanqueada por Luisa Cuesta y María Bellizi, empezó a reafirmar o a hacernos comprender la idea de que mientras no aparezca la verdad somos todos desaparecidos?
Lo supe yo cuando se me estrujaba el alma en vivo y en directo sintiendo el dolor de mis iguales, abatidos como todos por la angustia de la ausencia eterna e indefinida. Supe que lo sabían, que lo sentían aquellos que habían nacido bastante después del restablecimiento de nuestras frágiles democracias posdictaduras.
Silencio, dolor y opresión flotando en el ambiente.
Ojos llorosos.
Sensación de “hay que seguir avanzando”.
Sensación de “todos somos desaparecidos”.
Un suspiro desde lo profundo del alma.
Un “no es fácil”, y la sensación de que hay que continuar con la búsqueda de la verdad y la lucha por la justicia, contra la impunidad y por la memoria colectiva, honrando a nuestros asesinados y desaparecidos, sintiéndonos cada uno de nosotros familiar de un detenido desaparecido.
Una vez más, a redoblar.
Está claro que esto no termina hasta que termine de la única forma posible: que sea de verdad y justicia.
La tele sigue prendida, pero ahora ya no hay gente, ni cadena, ni partido. Sólo hay silencio, pero un silencio que clama.