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Alberto Filippi, testigo del Tribunal Russell, ayer durante el coloquio en el Teatro Solís

Foto: Javier Calvelo

Russell coloquios

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El Solís sirvió de escenario para reconstruir la denuncia de Michelini en 1974.

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“La tortura comienza siendo para el gobierno del señor Juan Bordaberry, dictador actual, y para los militares como un arma de lucha destinada a obtener información. [...]. Todo el aparato militar está destinado, por consiguiente, a perfeccionar los medios que sometan al hombre a un sometimiento siempre creciente, de tal modo que reducido a la impotencia, quebrado física y espiritualmente, termina por decir lo que no quería decir [...]. El ejercicio de la tortura es una actividad planificada, una conducta consciente, originada en los altos mandos, consentida, cuando no inspirada, por el propio señor Bordaberry”.

El párrafo forma parte de la denuncia que Zelmar Michelini realizó ante el Tribunal Russell II, celebrado en Roma el 10 de marzo de 1974. La fundación que lleva su nombre convocó ayer un coloquio para “recordar y profundizar” en el contenido de aquella instancia histórica, en la que Michelini viajó a Roma desde Buenos Aires a documentar la situación que entonces se vivía en nuestro país. El filósofo británico Bertrand Russell, en conjunto con Jean-Paul Sartre, llamó a fines de los años sesenta a un Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra para dar cuenta de lo que ocurría en la guerra de Vietnam.

La segunda edición del Tribunal Russell fue convocada por el profesor italiano Lelio Basso para investigar las violaciones de derechos humanos que se cometían en el Cono Sur en el marco de las dictaduras cívico-militares. Ayer, durante la ceremonia realizada en la sala de conferencias del Teatro Solís, estuvo uno de los testigos de aquella exposición de Michelini, el también profesor italiano Alberto Filippi. Su oratoria fue breve y la dedicó a ofrecer datos históricos sobre el origen del tribunal por entender que el audiovisual que reprodujo el discurso de Michelini era suficiente para ubicarse en tal contexto. “Este documento tendría que ser parte en todos los liceos del país”, apuntó Belela Herrera, moderadora del coloquio.

A diferencia de otras actividades enmarcadas en la construcción de la memoria, ayer se hicieron presentes representantes de otras colectividades políticas, además de las del gobierno. “No se me hubiera ocurrido no venir. Además soy socio de la fundación”, dijo a la diaria Juan Raúl Ferreira. También estuvo el ex ministro del Interior Guillermo Stirling. “Con Zelmar fuimos muy amigos. Y en especial yo fui su votante cuando estuvo en el Partido Colorado”, señaló a la diaria.

Gerardo Caetano identificó como una de las “coincidencias biográficas” entre Michelini y Russell la “defensa de la libertad”. Ambos tenían, según el historiador, una “visión tan radical de la libertad, que al uno y al otro es muy difícil imaginarlos frente a una imposición dictatorial”. Y evocó a su colega José Pedro Barrán para cerrar la idea: “En esta misma sala señalaba que las libertades son las pesadillas de la dictadura. Ellos son justamente las pesadillas de las dictaduras”.

Y concluyó: “Hay pocas causas que pueden llevar a un radicalismo inclaudicable. Una de ellas es ésta. No hay ningún valor que pueda ser intercambiable a la verdad y a la justicia. Mucho menos el de la paz. Porque la paz no puede ser otra cosa que la expresión radical y la vigencia de la verdad y justicia. Y esa lucha de construir una cultura de los derechos humanos como sustento de una visión humanista tiene que ser radical y tiene que servir para condenar cualquier violación a los derechos humanos, venga de donde venga. Porque debe ser un compromiso radical. Ése es, entre otras cosas, el legado de Zelmar Michelini”.

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