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El brasileño Pedro, tras convertir el primer gol de Peñarol ante Fénix, el sábado, en el estadio Centenario

Foto: Nicolás Celaya

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Peñarol gana y se perpetúa en la punta.

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¿Quién bajará a Peñarol? La pregunta es hija de una sensación que instaló el funcionamiento del equipo desde la llegada de Gregorio Pérez. Es que será difícil que lo bajen. Pasan las fechas y se mantiene como líder exclusivo. Despacha rivales débiles pero también de los otros. Es lo que pasó el sábado cuando le dio vuelta el partido a Fénix y ganó 2-1. La manera en la que venció fortalece la sensación. Quedó en desventaja tras varios minutos de poco juego, pero arrebató los tres puntos con autoridad. Ahora, a sus virtudes más conocidas, se les suma la capacidad de capear temporales. Eso de no darse por vencido ni aun vencido.

El primer tiempo fue chato. Cortado y dominado por Fénix durante un lapso importante. Bien cerradito pero prolijo con la pelota, el equipo albivioleta evitó que los aurinegros inquietaran al arquero Lerda. Pilipauskas jugó un partido casi perfecto. Pesadísimo por arriba y con protagonismo en las dos áreas. Como en los tiempos en los que cargaba garrafas en Fernández Crespo y Paysandú. Quedate tranquilo, Verzeri: el seleccionado Papa también confirmó sus cualidades con un gran despliegue en el medio. Machín, además, le puso ganas y salida a la zurda. El Pelo Ortiz profundizó el problema carbonero con un golazo a los ocho minutos del complemento.

Pero lejos de abrir un período de goce capurrense, le dio paso al disfrute mirasol. Contradictorio pero cierto: 17 minutos después, Peñarol ganaba 2-1 y escribía un alegato contundente. En adelante, Fénix fue gestos, ademanes, intentos. Pero ni una sola palabra para rebatir la argumentación ajena.

Pedro igualó a los 14 minutos del segundo tiempo. Darío Rodríguez lo dio vuelta a los 26. Lo del brasileño fue breve pero clave. Su capacidad de dibujar entre piernas ajenas hasta trazar la ruta hacia el arco se insinuó como un antídoto para la derrota parcial. Fue una virtud puntual. Se apreció justo en el momento de mayor urgencia. Lo de Darío fue conmovedor. Jugó tremendo partido por la banda zurda. Cargó el peso del equipo sobre una espalda que denuncia los años con los que el lateral resuelve lo que el físico ya no puede. Le da una cuota de heroicidad a cada trepada. Y fue, no sé bien si con un puntazo o con la cédula, que el ex seleccionado la encontró tras un córner para festejar con la Ámsterdam.

Fénix ya no sería el mismo. Distó de jugar con la comodidad del arranque, en el que la soltura que paseó por el Centenario expuso al árbitro Héctor Martínez, que no sancionó debidamente varias faltas carboneras. El Pelo Ortiz, el jugador-corredor del momento en las canchas uruguayas, ya no repitió apariciones como la que le permitió comer la nuca de la defensa para poner la ventaja parcial. El juego de Porcari tampoco alcanzó, ante un Alejandro González crecidísimo y un Valdez firme pero extrañamente rudimentario. Alejandro Silva, volante ofensivo derecho, quedó en deuda.

El mejor aporte de los bancos llegó con Maxi Pérez. Acentuó la movilidad del ataque de Peñarol, en el que Santiago Silva y Zalayeta jugaron un discreto partido. Del otro lado, Novick apenas pudo insinuarse como un interesante ejecutante de centros con tres dedos. Flechas hacia el área aurinegra que normalmente fueron bien defendidas. Como los intentos de Nacho Pallas, candidato a ser el nuevo Chiquito Fosgt, que fue incluido como centrodelantero por Rosario Martínez. Quizá lo haya aprendido de su amigo y maestro Gregorio Pérez. El de la canción más oída en las canchas uruguayas. La que habla de la mano y la vuelta que algunos dicen que van a dar.

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