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General (r) Pedro Aguerre

Foto: Nicolás Celaya

Defensa por izquierda

6 minutos de lectura
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General Aguerre cuestiona misiones en Haití y plantea reducir número de militares.

El general retirado Pedro Aguerre, padre del actual comandante en jefe del Ejército, está escribiendo un libro sobre el grupo de oficiales “constitucionalistas” del que formaba parte, que fueron detenidos antes del golpe de Estado en 1973. la diaria dialogó con Aguerre sobre sus tareas como asesor del Ministerio de Defensa, los intentos por investigar el asesinato del coronel Trabal, las misiones de paz y las Fuerzas Armadas que debería tener Uruguay.

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-Estuvo trabajando en el Ministerio de Defensa durante el primer gobierno del Frente Amplio. ¿Qué tareas desempeñó?

-Sí, estuve más de un año como asesor honorario de la ministra Azucena Berruti, como compañero de partido, no como funcionario. Le puse como condición que siempre le iba a decir lo que pensaba y no lo que quería oir, y que no quería cobrar porque ya tenía mi sueldo de retirado. Soy general ascendido en base a una ley de reparación para militares perjudicados por la dictadura por razones políticas. Trabajé desarrollando las carreras que había tenido cada uno de los militares perjudicados para repararlos. Se logró eso con los oficiales, pero un día llevé una lista de 41 suboficiales -a los que ahora les dicen personal subalterno, que es de soldado a suboficial- y si bien para todos ellos el grado máximo es el de suboficial, la ley orgánica militar establece que luego de 30 años de servicio se retiran como teniente primero. Al llevar esa lista, que eran los primeros de casi 173, [Azucena Berruti] me dice que eso no corresponde porque es demasiado caro; para mí no era un problema de gastos, era el cumplimiento de una ley, así que le dije que estuve 11 años preso por defender a todos lo uruguayos y que no podía traicionar a mis subalternos, la saludé y me fui para mi casa. Todavía hoy no han podido cobrar como corresponde, ni han sido reconocidos.

-¿Cuándo fue detenido por primera vez?

-El 26 de junio de 1972 fuimos detenidos el coronel Pedro Montañez, el capitán Rodríguez, 13 aviadores y yo, que conformábamos una corriente de opinión legalista, y los servicios de inteligencia ya sabían que nosotros nos íbamos a oponer al golpe. Para mí, el golpe de Estado fue el 9 de febrero de 1973 porque fue una rebelión militar triunfante que cambió la Constitución y si eso no es un golpe, ¿que es? Desconocer al presidente, al nombramiento del ministro de Defensa [Antonio]Francese, imponerle el Cosena [Consejo de Seguridad Nacional] al Poder Ejecutivo... Fue un gran error de la izquierda confundir defensa del presidente con defensa de la Presidencia. Estaba preso cuando escuché el discurso de [Liber] Seregni que dijo: "Ahora todos unidos civiles y militares", como avalando eso. Una vez le escuché decir al Pepe D'Elía, ya veterano, que cada vez estaba más convencido de que la huelga general tendría que haberse hecho en febrero.

-Tuvo una relación muy cercana con el coronel Ramón Trabal.

-Éramos consuegros y nos conocíamos desde la Escuela Militar. Cuando me liberaron por primera vez, Trabal me fue a ver y me dijo que no tenía nada que ver con eso. Y era el jefe de los servicios de inteligencia. Eso demuestra que había varios servicios trabajando, los golpistas tenían el suyo, los norteamericanos también. En 1986 fui a un congreso de sociología militar en España y luego me escapé a Marsella, hablé con la hermana de Trabal y me dijo: "Usted va a chocar contra un muro". Estuve con el jefe de contraespionaje en Francia, un almirante retirado y me preguntó: “¿Por qué quiere averiguar sobre Trabal?”, le digo: "Porque los nietos de Trabal son mis nietos y yo quiero la verdad porque no creo la versión oficial". Es ridículo decir que fueron los tupamaros, cuando tenían a todo el comando preso, y atentar contra Trabal era ejecutarlos. Hay elementos que me permiten decir que él estaba en una averiguación sobre un contrabando de armas. Le mandó el dato a Núñez, que era ministro del Interior, de que habían desaparecido 192 fusiles en el Aeropuerto de Carrasco. En la investigación sobre su muerte trabajaron cuatro cuerpos de la Policía francesa y no pudieron averiguar nada. Si existe una fuerza tan poderosa que es capaz de hacer callar de inmediato a las cuatro policías francesas no creo que esté en Uruguay. Además, lo matan dos días después que se publica en The Guardian de Londres una entrevista que le hacen sobre el futuro de lo que ellos llamaban la revolución en Uruguay. Trabal dice que la revolución se desvió de sus fines: "Tengo que volver allá para ponerla en orden, pero todavía no es el momento", y expresa que la solución va a ser como en Portugal, los oficiales progresistas con el pueblo organizado. Ahí hubo una mano extranjera de mucho poder que creía que Trabal era un peligro. Los de acá lo pusieron en el plato y alguien cumplió con la tarea.

-¿Nunca se planteó que los militares que se opusieron al golpe volvieran a cumplir funciones?

-No, incluso tomaron la medida para hacer eso imposible. Cuando [Julio María] Sanguinetti nos levanta la situación de reforma (un tipo de sanción militar) nos pasa a todos a retiro, incluso a los que estaban en condiciones de restituirse por edad y carrera. Además, nosotros pasamos por tribunales de honor, y a los que hoy están en la cárcel de Domingo Arena nunca se les hizo tribunal, quiere decir que para el Ejército lo que hicieron no afecta el honor de la institución.

-¿Cree que hubo una guerra entre dos bandos?

-La actividad de los tupamaros es anterior a la dictadura. La guerra que hubo entre el Movimiento de Liberación Nacional [MLN] y el Ejército duró cinco meses, de abril a setiembre de 1972. Luego el Ejército declaró terminado el enfrentamiento, pero siguieron tomando el poder.

-Pero hubo reuniones entre el MLN y militares, hay una historia de encuentros.

-Ellos tuvieron negociaciones que fueron cortadas por el general Esteban Cristi. Habían llegado al punto de un arreglo para terminar primero la tortura, que se soltara a los enfermos y, progresivamente, a los demás. Pero la simpatía es recíproca. Para los Tenientes de Artigas el nombramiento de [Eleuterio Fernández] Huidobro fue una satisfacción. Pero es una parte de las Fuerzas Armadas y una parte de la izquierda, no todos.

-¿Qué piensa de la participación en misiones de paz?

-La de Haití la rechazo totalmente porque fue una intervención para ayudar a los estadounidenses a hacer lo que no quisieron hacer sus tropas. Dieron un golpe de Estado exterior sacando al presidente de la cama, pero no quisieron continuar con sus soldados ahí porque iba a ser un desastre y mandaron a otros países como Uruguay. Este país, que no le paga lo suficiente a los soldados, está trabajando como proveedor de mercenarios. Los soldados están en el cinturón de miseria de las ciudades y el campo, estan viviendo en el mismo barrio que los delincuentes porque ganan 6.000 pesos por mes. Entonces la salida es aceptar ir a una misión de paz, utilizan eso como supervivencia y el Estado no se anima a pagarles más.

-¿Cómo deberían ser las Fuerzas Armadas ahora?

-Primero hay que reducir los efectivos, antes de la dictadura había 16.000 y ahora estamos casi en el doble, está sobredimensionado. La función está específicamente determinada en la Constitución: proteger la independencia, las fronteras, la seguridad y los habitantes. Pero la conducción está totalmente equivocada. No hay que depender de una potencia extranjera en la provisión de armas y municiones; un país se defiende con lo que tiene, no con armas regaladas, cedidas o compradas. Ningún país pobre y dependiente puede tener una fuerza armada capaz de defenderse de un ataque extranjero. Se compraron ahora armas modernas, ¿para qué? La solución es tener una fábrica propia de armas portátiles, precisamos aviones para cuidar la frontera del contrabando de drogas y barcos para cuidar la pesca, sobretodo las 11 lanchas que tenemos en Haití, que las van a traer de vuelta cuando ya no sirva para nada. El Ejército como defensa no nos sirve porque es odiado por la población, y la defensa tiene que ser de la sociedad. Mientras no haya una imbricación del tejido social y un soldado sea bien recibido en cualquier casa civil no hay defensa nacional posible.

-¿Usted cree que es necesario que siga existiendo el Liceo Militar?

-Sí, claro, porque el Liceo Militar sirve a la gente del interior que no puede mandar a su hijo a estudiar a Montevideo. Se vienen y hacen el liceo ahí porque tienen comida y techo. Además, 40% de los alumnos no entra a la Escuela Militar, o sea que lo que menos aflige es el Liceo Militar. Lo que sí hay que hacer es que el Parlamento controle la enseñanza en las escuelas militares, que pueda ver lo que se estudia, que haya un delegado que tenga acceso directo a los entrenamientos, a los ejercicios, y no depender de lo que le informan con papeles. Eso evitaría las barbaridades como la de enseñar a los cadetes a criar un perrito y luego matarlo con las manos.

-Hay gente que plantea un modelo como el de Costa Rica, sin fuerzas armadas...

-Lo de Costa Rica sólo sirvió para que Estados Unidos apoyara a Somoza desde ahí, porque no había ejército. Pero, además, tiene una policía que tiene tanques, aviones, todo lo que tiene un ejército, pero con otro nombre. Tienen el inconveniente que los mandos los nombra el gobierno cada vez que asume. Es una fuerza armada partidizada porque cambia el jefe cuando cambia cada partido en el gobierno.

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