Hay datos tan obvios que uno duda sobre la pertinencia de señalarlos, pero a veces parece que no hay más remedio. Dos de esos datos son a) que Uruguay es un país; y b) que este año se cumplen dos siglos de acontecimientos sin duda memorables, ocurridos cuando Uruguay no era un país pero cuya importancia para nosotros es indiscutible.
Sucede, sin embargo, que Los Refutadores de Leyendas del barrio bonaerense de Flores, sobre quienes ha escrito Alejandro Dolina, tienen su filial en esta banda, y esa filial ha iniciado una intensa campaña contra los festejos del “bicentenario del proceso de emancipación oriental”.
Para seguir con las obviedades, todo relato sobre el pasado es una construcción ideológica. El presidente de la República señaló con razón en Soriano, el lunes, que “la memoria histórica es una recreación permanente, porque el punto de vista de las generaciones va variando”, y podría haber dicho también que normalmente hay puntos de vista distintos, incluso contrapuestos, entre los integrantes de una misma generación. Eso no significa que sea vana, por efímera, la labor de los historiadores, aunque es cierto que, como dijo Mujica el 25 de agosto del año pasado, “los hechos pudieron haber sido de determinada manera, pero la visión que nos hacemos de los hechos cambia con nuestra perspectiva histórica”.
Los hechos que se rememoran, releen y reconstruyen este año no constituyeron, por supuesto, la creación de la República Oriental del Uruguay. Eso está claro en los documentos que ha producido la Comisión del Bicentenario, y en los discursos al respecto de autoridades nacionales, aunque puede inducir a confusión el logotipo oficial (imagotipo, para ser más precisos) con la leyenda “Bicentenario Uruguay”.
Hablamos de las primeras manifestaciones, en el territorio que actualmente es Uruguay, de un proceso de emancipación de España que no fue lineal ni estuvo exento de contradicciones, y que en estas tierras se desarrolló en el marco del Virreinato del Río de la Plata. Sabemos que la participación en ese proceso de José Gervasio Artigas Arnal, durante menos de una década, no tuvo como objetivo fundar el país en el que hoy vivimos.
Luego del breve período, al fin del ciclo artiguista, en que la Provincia Oriental formó parte de la Liga de los Pueblos Libres, pasó a ser Provincia Cisplatina anexada al Imperio de Portugal, Brasil y Algarve. En 1825 se independizó de éste y se declaró reincorporada a las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero luego de un intrincado proceso, y con decisiva intervención británica, las Provincias Unidas y el Imperio aceptaron en 1828 una versión diplomática de la fórmula “pa’ mí, pa’ vos, para ninguno de los dos”, y acordaron que habría entre ambas potencias un nuevo Estado independiente. Dos años después, en cumplimiento de ese acuerdo, Uruguay tuvo su primera Constitución.
El artiguismo fue traicionado, derrotado, mitificado y vuelto a traicionar innumerables veces.
Pudimos haber sido alguna otra cosa, pero somos esto.
Este año habrá muchas oportunidades de discutir acerca del pasado y aclarar, cuanto sea posible, los tantos. Mujica buscará enraizar en “la patria vieja” su prédica sobre la necesidad de unidad nacional, otros actores ensayarán sus propias operaciones ideológicas, muchas personas disfrutarán los festejos y, aunque a los uruguayos no hay patria que nos venga bien, se fortalecerá cierta noción emocionante de un “nosotros”, para fastidio de los Refutadores de Leyendas. No está nada mal.