El problema actual de la estructura del Frente Amplio se diagnostica con frecuencia como un sobrepeso de las bases organizadas, pero parece más acertado considerarlo, por el contrario, como resultado de su creciente adelgazamiento.
Esto implica cifrar pocas esperanzas en los intentos de solución que apuntan a reducir la incidencia de esas bases, y explorar, en cambio, posibilidades asociadas a un incremento importante del número de personas vinculadas de modo estable con la fuerza política. Apostar a más gente y no a menos; a más necesidad de acuerdos y no a menos; a más debate y no a menos. Asumiendo, entre otras cosas, que gobernar es poblar, y que algunos factores conflictivos del presente son como los barcos hundidos, que sólo se vuelven visibles y peligrosos cuando ha bajado mucho el nivel del mar.
¿Es posible, en estos tiempos, aumentar mucho la convocatoria de estos comités de base? La respuesta es negativa, sin duda, pero sucede que el estatuto vigente del FA enumera 11 “competencias” de los comités, y hoy la participación en ellos apunta, en demasiados casos, única o prioritariamente a parte de la undécima: la relacionada con la elección de delegados a organismos internos superiores. La mayor parte de las otras tareas previstas presupone una vinculación activa y fermental de cada comité con su entorno, crucial para que los organismos centrales entiendan al país entero y se hagan entender por él.
El estatuto presume que los comités no serán solamente traductores, difusores y ejecutores al servicio de un alto mando, sino también colectivos con capacidad de iniciativa “hacia afuera” y “hacia adentro”, aprovechando al máximo las ventajas de su posición fronteriza y de la inserción social de sus integrantes. Si esto funcionara, ideas interesantísimas como la del Plan Juntos quizá se habrían gestado con menos malformaciones.
Lo antedicho suena utópico, pero eso no sólo se debe a que el tiempo disponible para involucrarse en ese tipo de actividades es actualmente un bien escaso, sino también a que la estructura de base del FA se basa en criterios territoriales, mientras que las modalidades de inserción social contemporáneas (con excepciones en algunos lugares del país o en la población de mayor edad) tienen cada vez menos relación con referencias geográficas.
Sin embargo, el estatuto prevé también otro tipo de comités de base, llamados “funcionales”, en los que el común denominador no sea el barrio, sino el interés temático. Fueron concebidos para nuclear a frenteamplistas en empresas, centros de estudio y otros tipos de instituciones, pero la experiencia del FA muestra que no siempre se constituyeron en torno a un “establecimiento”, como dice el artículo correspondiente.
¿Qué resultados podría dar, por ejemplo, el llamamiento a a formar comités de base de personas interesadas en cuestiones ambientales, de género, de cooperativismo, de producción orgánica, de tecnología o de muchas otras áreas?¿Causaría algún daño el involucramiento militante de esas personas, su aporte a la definición y puesta en práctica de nuevas líneas de trabajo? ¿Sería un problema que emplearan las modernas tecnologías de comunicación para vincularse entre sí, sin desmedro de reunirse periódicamente cara a cara? ¿Sería indispensable referirlos a un área definida, hoy que la vida está atravesada por tantas transversales?
¿Y qué se puede hacer con los comités tradicionales?: muchas cosas que hoy ni se intentan. En tiempos pretéritos organizaron espectáculos artísticos, cursos de formación y muchas otras actividades políticas en un sentido amplio: ¿cuántas movidas convocantes se podrían realizar hoy, a partir de la disponibilidad de una amplia red de locales muy subutilizados en todo el país?
Hay, claro está, algunos requisitos básicos para que más gente se sienta convocada, y uno de ellos es que las cuestiones orgánicas se tomen en serio. El descuido en este terreno ha sido enorme en las últimas décadas, en la medida en que demasiados dirigentes capitularon ante el desafío de transformar a sus propias bases organizadas, y eligieron el refugio en ámbitos donde ellas no los perturbaran. Mal se puede pretender que los militantes de base convenzan a alguien, si los dirigentes no intentan convencer a esos militantes. Uno de los colmos de la prescindencia es la aceptación de que haya parlamentarios elegidos por el lema Frente Amplio pero no afiliados a él, o sectores con parlamentarios y ministros cuya existencia no es reconocida oficialmente.
Otro requisito es recuperar el respeto a una ley no escrita: para cuidar la unidad, a menudo es necesario abstenerse de acciones que el estatuto y las fuerzas propias permiten. Tal premisa se basaba en la convicción de que la unidad era indispensable para alcanzar objetivos políticos claros y compartidos. Sin acuerdos actualizados en esa materia, la ley de la selva es una tentación más fuerte, y no hay reestructura que valga.