Seis personas murieron de frío en la calle este invierno. Los partidos opositores, que no mostraron en el gobierno mayor preocupación por la indigencia extrema, ponen ahora el grito en el cielo. El Frente Amplio, que ascendió al poder postulando la defensa de los más desposeídos, se debate entre quienes defienden la gestión ante esta tragedia y quienes la critican. Mientras se avecinan más días polares, las diversas fracciones del oficialismo y la oposición parecen más preocupadas por pasarse facturas que por entender el problema.
Blancos y colorados culpan al Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Es que ahora hay a quién echarle la culpa. Cuando ellos gobernaban ni siquiera trascendía la cuenta de los muertos, si es que alguien en el Estado la llevaba. Ahora hay una institución que se hace responsable. ¿Acaso blancos y colorados se animarían, en caso de volver al gobierno, a eliminar la cartera cuya creación tanto criticaron en 2005? La respuesta resulta difícil para quienes condenaban entonces a la hoy ex ministra Marina Arismendi por “asistencialismo”, como si asistir fuera algo malo. Como si la única solución a la pobreza fuera el método de Susanita, la amiga de Mafalda: “Cuando seamos señoras, nos asociaremos a una fundación de ayuda al desvalido. ¡Y organizaremos banquetes en los que habrá pollo y pavo y lechón y todo eso! Así recaudaremos fondos para poder comprar a los pobres harina y sémola y fideos y esas porquerías que comen ellos”.
El Mides fue, con todos sus bemoles, una de las instituciones más exitosas y dignas de respeto del primer gobierno frenteamplista. Se dedicó a diagnosticar con precisión inédita las diferentes aristas de la pobreza y la indigencia, al mismo tiempo que les ofrecía un ingreso a los caídos en esas categorías. Al registrarlos y darles plata y acceso a servicios como la salud y la educación, les devolvía la dignidad perdida en los años en que los gobernantes hacían la plancha esperando que la piscina se desbordara para que algunas gotas cayeran sobre esos desgraciados. Les devolvían una dignidad mínima, necesaria para ejercer la ciudadanía, sus derechos y sus obligaciones.
Mientras, blancos y colorados se indignaban porque los pobres compraban celulares que con frecuencia eran sus primeros teléfonos con los que trabajar y comunicarse con familiares y amigos. O porque compraban esa pasta base que no se conoció en esta orilla del mundo hasta que, con su irresponsable manejo de la economía, le facilitaron la entrada al país. O porque Arismendi era la bolchísima hija de Rodney Arismendi y no la señora Susana Clotilde Chirusi, aquélla de la fundación de ayuda al desvalido.
De cualquier manera, la ola de frío polar dejó al descubierto errores que venían de antes y que tienen la firma del Frente Amplio. La actual ministra de Desarrollo Social, Ana Vignoli, siguió la senda de su antecesora sin reparar mucho en ellos, como si se limitara a seguir el protocolo. Debe haber pensado que si la cosa, en líneas generales, estaba bien no había por qué cambiarla, y se olvidó de que todo cambia. La exhortación a que los más afortunados retacearan la ayuda a sus prójimos en la calle, luego corregida, se parecía demasiado al fallido llamado de Arismendi a no dar limosna a niños y niñas, o a la urticaria que le daban a su antecesora la labor de algunas organizaciones no gubernamentales.
Otro error impidió que se evitaran seis muertes: la falta de reconocimiento de factores que llevan a quién sabe cuántos uruguayos y uruguayas a preferir la calle antes que un refugio nocturno. La buena voluntad no es suficiente. Estas personas, además de ayuda, merecen respeto. Sentirse respetadas. Comprendidas. Y hay detalles que no se cuidaron.
En ciertos aspectos, por ejemplo, los refugios parecen lugares de reclusión. Hay horarios de entrada y está prohibido salir de ellos antes de la hora de salida. La cuestión es que no pocos tienen alguna changa a horas excéntricas, como a la madrugada en ferias y mercados. Se restringe el consumo de drogas, tabaco y alcohol (en circunstancias extremas de marginación, los vicios son una minucia tolerable) y la concurrencia de parejas (como si el amor debiera quedar en la calle), al tiempo que escasean las soluciones para quienes viven con perros (que son afecto, abrigo y seguridad ante eventuales agresiones, todo en uno) o poseen carros (que son el medio de sustento).
Con tanto despliegue interinstitucional, cuesta creer que Antel no haya facilitado una línea gratuita fácil de memorizar para que los propios callejeros pidan información o traslado desde un teléfono monedero, y que tanto ellos como los vecinos deban llamar frente a estas situaciones a un número de ocho cifras más cuatro de un interno. O que la atención de esas llamadas termine a las dos de la madrugada para reanudarse a las nueve.
Parecen cosas chicas, pero, como dicen los viejos, dios está en los detalles. La oposición tiene la obligación de hacerlos notar, pero, en su caso, con pudor autocrítico. Con la vergüenza que en estas semanas no han tenido.