-¿Qué opinión le merece el ICIR?
-El objetivo original que planteó el presidente [José Mujica] no se arregla con este impuesto. Es muy poco el impacto si se quiere atacar la concentración de la propiedad de la tierra. Para eso hay que ponerle un límite por ley, y que no se pueda tener más de una determinada superficie, algo que existe en otros países. Un problema es la concentración de la propiedad, y ahí se habla de extranjerización. Pero no se habla de quién realmente tiene y usa la tierra, porque hay un tercer actor en la ejecución de las actividades que es el contratista. La empresa arrendataria le contrata los trabajos y es la que aplica el herbicida, opera sobre el suelo, y no es la empresa gerenciadora que hace los negocios sino que son las empresas de servicios. El que realmente usa el recurso está relacionado en tercer grado con éste. Trabajan con contratos a un año o dos, y eso es de enorme riesgo para los recursos naturales, porque terminan esos contratos y se van para otro lado, sin importarles cómo quedan los suelos. Me llama la atención porque es un tema que no está en la preocupación política. El objetivo original parece haberse derivado en conseguir algunos recursos para caminería rural, pero es otro objetivo, no es el de frenar la concentración de la tierra.
-¿Cómo es en otros países?
-Hay un límite que dice que no se puede tener más de tantas hectáreas. Una razón social o una persona jurídica tiene un techo de propiedad, lo cual es razonable porque la tierra es un bien finito. Y hay que mirar otras cosas peligrosas: la agricultura sojera nos pone en grandes riesgos porque es demasiada soja sobre soja y con muy baja productividad. Estamos casi en la mitad de productividad que Argentina y lejos del rendimiento promedio de la región. Se habla de tecnificación, pero, en realidad, lo que hay es extensificación; la soja ha crecido ocupando tierras y no aumentando la producción por unidad de superficie.
-¿Eso es un problema para los suelos?
-Sí, para los recursos naturales es un peligro total. A veces se mete en la misma bolsa la forestación, que desde el punto de vista de conservación del suelo no representa un problema. La soja es algo que impuso el mercado desde Argentina, mientras que la forestación es una política de Estado de todos los gobiernos en el país.
-¿Por qué la forestación no sería un problema?
-Como profesor de manejo de suelos sé que es uno de los sistemas productivos que por lejos genera menos erosión, y no tiene límites. La intención es que las tierras forestales estén siempre produciendo. No son tierras que tengan un uso potencialmente importante para otras cosas; es más, son de la peores tierras que tenía el país. El problema podría ser que, como no está prohibido plantar en otros suelos, el negocio forestal podría pretender invadir otras zonas si fuera muy bueno, pero hoy eso no pasa.
-¿No hay ninguna entidad estatal que controle lo que sucede con la soja?
-No. Es la libertad de mercado. El único límite es el que ejercer el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca con la Ley de Conservación de Suelos. Pero el negocio de las empresas grandes es monotemático con la soja; tienen una escala de producción continental, forman el precio futuro y es su negocio, porque es el cultivo más demandado y tiene un gran valor. Acá está implantada, pero no llueve lo suficiente y los suelos no almacenan el agua necesaria. A pesar de esa productividad baja, la soja sigue siendo un buen negocio, por ahora. Es un cultivo que acá nunca se investigó en serio, mientras que en todo cultivo importante para el país hay investigación y los rendimientos se han ido incrementando. El ejemplo más claro es el arroz, en el que tenemos la producción por hectárea más alta del mundo.
-¿Qué cultivos desplazó la soja?
-La trajeron hace sólo diez años desde Argentina. Desplazó mucho campo natural y pasturas de rotación, que eran el sistema que había equilibrado la situación del suelo en Uruguay. En los años 50 se plantó un tercio más de superficie que ahora y en esa época se dibujó el mapa de erosión del país. El desastre erosivo histórico data de esos años, después aparecieron las pasturas y resolvieron el problema. Una de las razones de tanta agricultura era que en la posguerra el trigo valía fortunas, algo así como 1.000 dólares la tonelada, y se plantaba sin fertilizantes, con cero costo, destrozando el suelo. Hoy vale 250 dólares la tonelada y parece un buen precio. Imaginate en esa época.