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No todo es amor y paz

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En el marco del incipiente debate sobre los acuerdos fundacionales del Frente Amplio, el ex presidente Tabaré Vázquez sostuvo el jueves 25, en el comité de base Cuaró, que “el pensamiento ideológico” de esa fuerza política tiene “total vigencia” y que, por lo tanto, no es necesario “renovarlo”, sino “actualizarlo”. Puede tener algún interés discutir, con ayuda del diccionario, por qué se debe actualizar algo vigente, qué diferencia marca Vázquez entre “renovación” y “actualización” e incluso qué significa “pensamiento ideológico”, pero quizá lo más importante es que algunas de las ideas en las que se basó la fundación del Frente Amplio (FA) sin duda deberían ser revisadas para aclarar cuál es hoy su significado. Por ejemplo, la idea de que el frenteamplismo es “antioligárquico”.

Gonzalo Civila, secretario político de la departamental de Montevideo del Partido Socialista, ha lanzado al ruedo un documento titulado “El desafío cultural y la épica que nos falta” (ver la diaria del 30-08-11, pág. 2), en el cual plantea, entre otras cuestiones, que el FA no define con claridad contra quiénes está y que eso debilita mucho su capacidad de organizar y movilizar gente, de producir “fuerza social” a favor de nuevas y más profundas transformaciones. Es un apunte muy acertado, al cual se puede agregar que construir identidad requiere afirmarse en una diferencia, una línea divisoria, una contradicción conflictiva.

Hace tiempo que el discurso frenteamplista evita la palabra “lucha”, pero de eso se trata: la identidad se configura en la lucha. Suele ser conveniente, para ganar apoyo en la ciudadanía, enfatizar las propuestas por la positiva y presentarse como articulador de consensos nacionales, pero eso es también una manera de luchar, de disputar poder político y aislar a los adversarios, de procurar el triunfo de unas ideas sobre otras.

El FA de 1971 postuló una clara línea divisoria. La “Declaración constitutiva” del 5 de febrero de 1971 tiene como primer subtítulo “El gobierno de la oligarquía”, y se refiere en su primera frase a “el predominio de una oligarquía en directa connivencia con el imperialismo”. Oligarquía que, al final del segundo párrafo, es descrita de modo menos académico como “una minoría apátrida y parasitaria en alianza con las fuerzas regresivas del poder imperial”, que conduce al país “hacia la ignominiosa condición de una colonia de Estados Unidos”.

En aquellos años, hablar de la oligarquía (o de “la rosca”) era referirse a un conglomerado vinculado con la producción agropecuaria latifundista, las grandes industrias (en especial, la frigorífica), el sector financiero privado y el comercio exterior, que también controlaba, entre otros factores de poder, los principales medios de comunicación. Y se la llamaba oligarquía (del griego, “gobierno de pocos”) porque se la identificaba como una fuerza gobernante, como lo que algunas corrientes marxistas denominan un “bloque en el poder”. No era una extravagancia teórica: en mayo de 1968 -nada menos- Jorge Pacheco Areco había designado un equipo de gobierno integrado por representantes directos de “la oligarquía” como Jorge Peirano Facio (Industria y Comercio), Carlos Frick Davies (Ganadería y Agricultura) o Alejandro Végh Villegas (OPP), entre otros.

En ese marco, se planteaba que la contradicción entre “oligarquía y pueblo” permitía y exigía formar una amplia alianza de los perjudicados y descontentos, en el fragor de múltiples conflictos sociales cada vez más marcados por la violencia. Ésa fue la gran apuesta frenteamplista.

Por razones obvias, no tiene sentido que el FA de hoy, desde el oficialismo, defina a esos sectores sociales (o a otros, después de imprescindibles estudios sobre el país actual) como una oligarquía. Pero eso no quiere decir que el proyecto frenteamplista no tenga enemigos muy poderosos. Para identificarlos hace falta, como en 1971, investigación, reflexión teórica y voluntad política. Si se quiere hacer de cuenta que no hay adversarios y que todos podemos vivir en armonía cantando “celeste soy yo”, es muy probable que la “fuerza política” se siga debilitando.

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