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Por el camino de Sanguinetti

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Según todas las encuestas disponibles, una nueva postulación de Tabaré Vázquez a la presidencia de la República en 2014 crearía el mejor escenario posible para los intereses electorales del Frente Amplio y tendría muy altas probabilidades de triunfo. En los tiempos que corren, el dato es suficiente para que desaparezca del mapa frenteamplista cualquier intento de disputarle la distinción y el centro de las pujas internas se traslade a otras cuestiones, como quién es el primero en proclamar su apoyo a la candidatura o quién completará la fórmula. Pero esa dinámica se ha puesto en marcha cuando falta conocer un pequeño detalle: si Vázquez está realmente dispuesto a buscar un nuevo período de gobierno, y en qué condiciones aceptaría hacerlo. Las respuestas no son obvias.

Debemos suponer que el ex presidente desea, como cualquier frenteamplista, que su fuerza política retenga el gobierno nacional y que no lo recuperen los adversarios. Pero más allá de esto, y de cierta disposición a convivir con la notoriedad y el ejercicio del poder (sin la cual nadie llega a ser un dirigente político de primera línea ni se mantiene como tal durante décadas), para que el desafío sea aceptado por una persona que hoy tiene 72 años, que ya ejerció la presidencia y que, por lo tanto, no depende sólo de su imaginación para prever cuáles pueden ser las satisfacciones y cuáles los costos de semejante responsabilidad, tiene que haber una motivación personal que podemos llamar programática. Hace falta una respuesta clara y convincente, en su fuero íntimo, a la pregunta “¿Para qué?”.

Por supuesto, la necesidad de contestar a ese interrogante no existe sólo en el terreno de lo personal, sino que se impone también en términos colectivos, para que puedan encenderse las esperanzas y los ímpetus. Hubo un tiempo en que el FA, tras un largo período de acumulación de fuerzas y apoyado en profundas convicciones acerca de lo negativos que podían resultar para el país cinco años más con colorados y blancos en el gobierno, pudo plantearse que “¡A ganar!” era una consigna más que suficiente. Ya en las últimas elecciones, cuando hubo que sintetizar por qué se pedía la confianza de los electores para un segundo período, la fórmula propagandística debió combinar una alusión al riesgo de que volviera lo de antes (la promesa de “un gobierno honesto”) con el compromiso de alcanzar metas más ambiciosas (“un país de primera”). La concreción de una nueva candidatura de Vázquez requiere un punto de encuentro, más o menos negociado, entre dos respuestas a la pregunta “¿para qué?”: la de la fuerza política y la del dirigente. Como el segundo está hoy en una situación privilegiada para plantear sus condiciones, y tiene exitosos antecedentes en la materia, importa mucho considerar por qué caminos puede llegar a una decisión personal.

El caso más reciente de un político que se propuso ser presidente por segunda vez y tuvo éxito ocurrió hace 18 años, y ese punto de referencia puede ser útil para entender la cuestión, aunque resulte chocante para los frenteamplistas. En 1994, Julio María Sanguinetti, con 58 años, era bastante más joven que Vázquez ahora, pero seguramente meditó mucho para qué quería retomar las riendas. Para qué, cómo y con quiénes.

Debe haber evaluado lo que le habría gustado pero no pudo lograr en su primer mandato, la situación coyuntural y los cambios que quería ver asociados con su nombre en los libros de historia. Qué figuras de su entorno cercano en el primer período seguían siendo necesarias, a cuáles le convenía apartar y quiénes podían ayudarlo a justificar con resultados el retorno, simbolizando al mismo tiempo que no se trataba sólo de hacer “más de lo mismo”.

Sanguinetti “fue a más”, con independencia de la opinión que cada uno pueda tener sobre las iniciativas que impulsó en su segundo período de gobierno. Entre ellas hubo varias que produjeron cambios de fondo, como la modificación del sistema jubilatorio con la presencia de las AFAP, varias de las reformas de la educación pública que condujo Germán Rama, o la reforma constitucional que impuso las candidaturas únicas a la presidencia por partido, definidas en elecciones previas, y el balotaje, así como aspectos de la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, separó las elecciones nacionales de las departamentales e institucionalizó el Congreso Nacional de Intendentes.

En lo referido al elenco de gobierno, quedaron fuera figuras que habían sido centrales en el primer mandato pero estaban “quemadas” por distintos motivos, como Antonio Marchesano (Interior), Ricardo Zerbino (Economía), Hugo Fernández Faingold (Trabajo y Seguridad Social) o Walter Nessi (prosecretaría de la Presidencia), al tiempo que se mantuvieron unas pocas (notoriamente Ariel Davrieux en la OPP) y se incorporaron varias nuevas, como Luis Mosca (Economía), Didier Opperti (Interior, luego Relaciones Exteriores), Alfredo Solari (Salud) o Elías Bluth (secretaría de la Presidencia). Aparte de la alianza de gobierno que aumentó la visibilidad (y el desgaste político) del dirigente blanco Alberto Volonté y ubicó a cuatro figuras de su partido en ministerios.

El paquete incluyó la clara intención de presentar un perfil más reformista y “socialdemócrata”, expresada en la alianza electoral con Hugo Batalla y el otorgamiento de cargos de gobierno a personas que habían tenido influencia teórica en el pensamiento de la izquierda, como el mencionado Rama o Samuel Lichtensztejn (Educación). El resultado electoral fue que, aunque Sanguinetti tuvo menos votos que en 1984, volvió a ganar. El eventual camino de Vázquez hacia una segunda presidencia deberá incluir decisiones formalmente similares sobre metas programáticas, elenco y perfil, obviamente relacionadas entre sí. Sin embargo, hasta ahora la “actualización ideológica” que reclama no tiene contenidos nítidos, y las condiciones que ha esbozado para aceptar la postulación parecen orientadas sobre todo a garantizar su autoridad personal y su libertad de acción, incluso en aspectos muy sensibles para buena parte de los frenteamplistas y de la ciudadanía en general, como el de la despenalización del aborto. Así puede ser que vuelva a ser presidente y que su voluntad se imponga tanto o más que en el primer mandato, pero aún no está claro para qué.

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