El último ciclo de discusiones sobre la reestructura del Frente Amplio (FA) culminó, en noviembre, con un acuerdo para definir la presidencia de esa fuerza política mediante elecciones a padrón abierto, que se realizarán el 27 de mayo junto con las de integrantes del Plenario Nacional (PN). No es seguro que todos los involucrados en ese acuerdo hayan previsto algunas de sus consecuencias.
Quedaron por el camino las aspiraciones de cambiar sustancialmente la integración del Congreso, donde son amplia mayoría los representantes de comités de base y en el cual se definen nada menos que el programa y la candidatura para las elecciones nacionales. Los partidarios de cambiar esa integración alegaron que los delegados de las menguadas “bases” expresan, por lo general, posiciones similares a las del Partido Comunista, que cuentan con escaso apoyo en el conjunto de los votantes frenteamplistas pero se imponen, dentro de la estructura, a las de grupos mucho más representativos. La reforma estatutaria debe aprobarse en el PN, donde los delegados “de las bases” también tienen la llave de las decisiones que, como ésta, requieren mayorías especiales. Tales delegados, por razones obvias, no acompañaron la iniciativa.
El plan B fue la elección de la presidencia a padrón abierto, con la esperanza -por parte de quienes quieren cambiar la situación actual- de que una participación masiva dote de gran legitimidad a quien gane. Pero eso no disminuirá el peso de “las bases”, y es muy difícil que altere el perfil actual de sus delegados en el PN, que se votan por separado, marcando nombres en nóminas propuestas por los propios comités.
Entonces, ¿qué se espera? Las potestades estatutarias de la presidencia del FA son mínimas, y la autoridad que llegaron a ejercer Liber Seregni y Tabaré Vázquez desde esa posición no se debía a que estuvieran en ella, sino a una serie de antecedentes y atributos personales que no se compran en la farmacia. Esas potestades no se recortaron cuando Jorge Brovetto sustituyó a Vázquez, y a la vista está la capacidad de mando de la que dispone el actual presidente.
Consideremos, por ejemplo, la controversia sobre la educación pública entre los partidos con representación parlamentaria: Brovetto no transmite una opinión personal sino la de la estructura de conducción frenteamplista, con sus sectores y sus representantes de “las bases”, que él preside pero a la cual no comanda. Y lo mismo sucede con cada uno de los temas en los cuales el FA no ha logrado resolver sus discrepancias internas.
Un problema adicional nada menor es que la presidencia, pese a sus escasas atribuciones, se convierte por primera vez en un lugar disputado explícitamente por corrientes internas, que buscan alcanzarlo con un triunfo sobre las demás. Habrá, por lo tanto, oficialismo y oposición, después de una campaña con altas probabilidades de ser mucho más salvaje que la de cualquier interna para elegir la candidatura a la presidencia (ya que a más de uno le puede parecer, con criterio inmediatista y poco fraterno, que habrá mucho menos para perder, porque no será necesario ingresar de inmediato en la competencia con los demás partidos).
Dos ejemplos precoces, cuando ni siquiera se han definido las candidaturas, pueden verse en sendos artículos publicados por la agencia de noticias UyPress, cuyo director, Esteban Valenti, está alineado con la corriente astorista (que se inclina por el apoyo a la socialista Mónica Xavier en las elecciones de mayo). El 12 de este mes, un texto que lleva al pie las iniciales “f.l.”, o sea, las de la persona que suele firmar “Florencio Luzardo”, afirmó que el MPP “se encamina a apoyar la postulación de Enrique Rubio, senador de la Vertiente Artiguista e histórico aliado del MLN en los años 70”. El lunes 20, esta vez con la firma de Valenti, no se nombró a Alejandro Zavala, otro posible postulante que cuenta con apoyo en el MPP, pero se lo aludió al alegar que hay “candidatos que no dan la talla, que no tienen antecedentes, ni de resultados en su gestión de gobierno ni en su experiencia de conducción de una fuerza política”, y que “ser funcionario de gobierno en diversas dependencias con comprobados fracasos o un peregrinaje por diversos agrupamientos no es condición para ser el presidente del FA”.
Del otro lado todavía no se ingresó al reñidero, pero es obvio, por las características de unos cuantos dirigentes y operadores, que se pueden esperar niveles parecidos de virulencia.
Entre blancos y colorados, la votación de listas al Parlamento determina mayorías y minorías en la conducción partidaria. Hacer otra cosa tenía cierta lógica cuando la presidencia del FA era el resultado de un acuerdo entre los sectores para que ninguno de ellos se sintiera en excesiva desventaja, o cuando la ocupaba un líder sin oposición viable. Si ahora la idea es que haya ganadores y perdedores a la vista, quizás habría sido más prudente utilizar instancias en las que eso ya sucede de modo inevitable, como las elecciones nacionales o las internas que las preceden. Pero el FA ya se metió en este desfiladero, y es difícil que lo atraviese ileso.