¿A qué animal se le habrá ocurrido representar a Uruguay y a su selección de fútbol con un pato? ¿Por qué no un bicho autóctono y distintivo? Un tatú mulita, por ejemplo. ¿Por qué no alguno que abunde sobre estos suelos y mares? Un toro podría ser. Un cazón. Pero no, a alguien se le ocurrió la genialidad de instaurar como emblema un ave migratoria que abunda en todo el planeta y al que la cultura uruguaya vincula tanto con la cagada. Una por paso. Para colmo, el pato en cuestión es celeste, como si fuera un nativo light del planeta Pandora o de Pitufilandia.
El Pato Celeste está en Manchester, donde la selección uruguaya se afincó para participar en los Juegos Olímpicos de Londres. El timing es brillante. Si lo que quiere es alta exposición, la va a tener: se trata del torneo deportivo más importante del mundo, y allí estará paseando su peculiar y ridícula figura frente a miles de cámaras de fotos y de televisión. La prensa terráquea le va a prestar atención. Es tremenda noticia. Un hombre grande que acompaña por doquier a su equipo, que “trabaja de mascota”, disfrazado de pato con tela polar, o algo que se le parece, en el tórrido verano británico, que se paga el viaje vendiéndoles camisetas de fútbol a sus compatriotas… A los uruguayos no les sorprende, porque ya están acostumbrados, pero ésta es la materia sólida de la que se hacen noticias atractivas.
La categoría de la noticia pasa de “atractiva” a “bomba” si a todo lo anterior se le suma que el hombre debajo del pato de peluche, Gustavo Torena, es “amigo” del presidente José Mujica (y si no lo es, al menos hacen muy buenas migas, muy buen cordero a la parrilla, muy buen vinito, etcétera). Que, según diversas versiones, opera como su nexo con Tenfield, la empresa de Francisco Paco Casal investigada por evasión fiscal, acusación de la cual fue exonerada por el gobierno hace unos pocos meses, y a la que suele atribuírsele hasta la caída de un ministro, Héctor Lescano, de Deporte. Que según esas mismas versiones tiene antecedentes penales por estafa y hurto, entre otros delitos. Que fue acusado de extorsionar a jurados del carnaval montevideano. Y que le organizó giras al exterior a Mujica, aunque a título personal, en una de las cuales el mandatario habló de inversiones en Uruguay con el empresario energético y presidente del club Real Madrid, Florentino Pérez.
Así que, en medio de los Juegos Olímpicos, en Londres se hablará de política uruguaya. Va a ser inevitable. A menos que Torena se abstenga de vestirse de pato, cosa difícil. Otros amigos de Mujica deben de estar deseando que la selección olímpica de fútbol de Uruguay no pase de la primera rueda, como para reducir daños. O que a Torena le venga una indigestión de fish & chips que adelante su regreso a Montevideo.
Los vínculos del ex presidente Tabaré Vázquez y de su sucesor con empresarios nacionales supusieron una desilusión para miles de votantes del Frente Amplio. Pero un presidente debe dialogar con empresarios. Es parte de su trabajo. Y no se trata tampoco de que empresarios otrora amigos de los partidos fundacionales se hayan convertido al frenteamplismo o se hayan amigado con la izquierda, como Juan Carlos López Mena (de Buquebús) o Juan Salgado (de CUTCSA). La cuestión es que los dos primeros jefes de Estado frenteamplistas no tuvieron un simple vínculo, sino algo muy parecido a la amistad y bastante parecido al amor, con empresarios de mala imagen, para decirlo de una manera inocua. En la campaña electoral de 2004, por ejemplo, Vázquez viajó a Brasil en un avión del dueño de la pesquera Fripur, Alberto Fernández, quien también pagó la banda presidencial que Mujica lució en la ceremonia de su investidura. Esos gestos han sacado de quicio a sindicalistas que lo acusan de represión y maltrato, entre otros graves abusos.
La relación amistosa inunda de sospechas un argumento empleado por el Ministerio de Economía para reducir en 90 por ciento la supuesta defraudación fiscal del Grupo Casal: que su actividad “era pública y notoria, conocida a través de todos los medios periodísticos y por la propia administración fiscal, lo que impide que pueda hablarse de engaño u ocultación, elemento material de la infracción de defraudación”. Un defraudador notorio, Alphonse Gabriel Scarface Capone, utilizó la exposición mediática como estrategia para eludir a la Justicia, y cayó cuando su mayor enemigo dentro del Estado, Eliot Ness, comenzó también a mostrar sus logros al público. Los periodistas podrán no ver la defraudación o no querrán verla, pero la mayor responsabilidad por su ocultamiento no les corresponde a ellos sino al Estado.
La cuestión es que ahí en Londres está el Pato Celeste para gritarle al mundo no sólo que los uruguayos son entusiastas hasta el ridículo migratorio. Su presencia también sugiere a los inversores internacionales cortejados por el gobierno que pueden gozar del favor del rey si se ganan la amistad del bufón, o la del bufón del conde.