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El jueves 24, en el programa En la mira de VTV, Raúl Sendic fue entrevistado por Gabriel Pereyra (ver http://ladiaria.com.uy/UD3). Sobre el final (a los 20.20 en la grabación), hubo cerca de tres minutos y medio dedicados a un intercambio que comenzó cuando el periodista le preguntó al político “¿Sos gay?”, éste le respondió que no, que es heterosexual, y ambos comentaron que, “en el interior del país”, un dirigente del Frente Amplio le comentó a otro de la misma fuerza política que era riesgoso apoyar a Sendic, ya que durante la próxima campaña electoral podía estallar la bomba de que “Raúl es puto”. Ese breve pasaje de la entrevista fue muy comentado (sobre todo en internet), y hubo duras discusiones sobre la pertinencia periodística de la pregunta que lo inició, pero lo más problemático está en otro terreno.

Alegar que Pereyra violó la privacidad de Sendic no tiene sentido. Los códigos de ética periodística (incluyendo el aprobado este año por la Asociación de la Prensa Uruguaya) suelen señalar que las intrusiones en la vida privada de las personas sólo pueden justificarse por razones de interés público. Ejemplos típicos en este sentido son los casos en que se revela que una figura pública practica el doble discurso, al condenar conductas que sin embargo se permite en su vida privada (supongamos que despotrica contra los consumidores de drogas ilegales pero es uno de ellos); u oculta hechos que inciden en sus decisiones (supongamos que ha favorecido a otra persona que es, en secreto, su amante, o que se ha presentado a elecciones sin que la ciudadanía sepa que padece una enfermedad grave e incurable). Todo eso está muy bien, pero no tiene nada que ver con la entrevista a Sendic.

El diario El Observador, que dispone de información directa sobre la cuestión porque Pereyra es uno de sus editores, publicó el 25 de octubre que, cuando el periodista se contactó con el político para invitarlo a En la mira, intercambiaron información acerca de rumores sobre la presunta homosexualidad del segundo, y coincidieron en que, dado que eso se estaba manejando como una cuestión política, pasaba a ser de interés público (ver http://ladiaria.com.uy/UD4). En otras palabras, no hubo intromisión, violación de la privacidad ni emboscada por parte de Pereyra: él y Sendic hablaron en público de algo sobre cuyo interés público los dos estaban previamente de acuerdo, y si bien esto puede criticarse porque es parecido a pactar de antemano contenidos de una nota, no se violó ningún derecho del entrevistado.

En cuanto a la privacidad, los códigos de ética periodística no determinan tabúes absolutos, sino que intentan establecer en qué circunstancias es legítimo o ilegítimo divulgar determinadas informaciones. Y si alguien quiere hablar de un aspecto de su vida privada sin perjudicar a nadie, es absurdo plantear que los periodistas no deben facilitarle que lo haga.

Hay casos notorios de personas con destacada actividad política que decidieron dar a conocer aspectos de su privacidad, no para negar que fueran homosexuales sino para asumir ante la ciudadanía que lo eran. Nadie está obligado a “salir del armario”, pero tampoco hay razón para prohibir ese acto de libertad individual que, por lo general, es asimismo una muestra de valentía. El 11 de noviembre de 2011, el semanario Brecha publicó una entrevista con Andrés Scagliola, director de Políticas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social, quien quiso hacer público que es gay, en lo que definió como un “acto político” para promover la aceptación de la diversidad. ¿A alguien se le ocurre que los periodistas debieron negarse a publicar sus declaraciones?

Lo que debería preocupar más es el dato de la realidad por el cual Scagliola quiso decir que es gay, Sendic creyó conveniente decir que no lo es, y muchos de los que criticaron a Pereyra a consideraron que había traspasado un límite ético. Ese dato de la realidad, muy obvio, es que en nuestra sociedad, como en muchas otras, comentar que alguien es homosexual todavía es visto como una acusación por un alto porcentaje de la ciudadanía. Es algo que sirve para perjudicar a otra persona, y eso sucede porque gran parte de nosotros lo sigue considerando un defecto o una inmoralidad, algo sucio y desagradable que devalúa al “culpable” de ser como es y hacer lo que hace. El propio Sendic, en sus respuestas a Pereyra, afirmó que está “totalmente tranquilo” con respecto a su vida privada, como si pensara que esa tranquilidad no sería posible para un homosexual.

A tal punto sigue instalado el prejuicio, que probablemente muchas personas piensan que preguntarle a alguien si es homosexual es como preguntarle si es corrupto: una interrogante ante la cual sólo se puede confiar en la veracidad de las respuestas afirmativas, porque cabe sospechar que quien niega puede estar mintiendo. Así de mal estamos y el problema es de ética, pero no periodística sino social.

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