Seguramente en otros países acudir a la oficina de Migración es igual de engorroso que en Uruguay, pero como no me ha tocado solicitar mi residencia permanente en otro, escribo como una extranjera en este país.
Hace tres años vine a instalarme a Uruguay. Entre los múltiples trámites que debía poner en orden a mi llegada estaba el de mi residencia temporal/permanente. Así que al cumplirse los 180 días que me otorgaron al entrar, acudí a la Dirección Nacional de Migración (DNM). Y empezó lo que tres años y cuatro meses después no ha concluido.
Cuando aún estaba en México preparando mi venida a Uruguay, fui a la embajada uruguaya en la Ciudad de México a informarme sobre la documentación que debía traer para solicitar mi residencia. De manera muy amable, el funcionario uruguayo me hizo una lista no muy larga de documentos, de la que quiero destacar la “carta de no antecedentes penales”, que ha sido el motivo de tantos desvelos. En esa ocasión, yo, oriunda de Guadalajara, ciudad ubicada a 556 kilómetros de la capital, quería saber si ese documento podía tramitarse allá o debía ser emitido por las autoridades del DF para ser aceptado en Uruguay. El funcionario me explicó que no era obligatorio tramitarlo en el DF, que “hasta convenía” tramitarlo en Guadalajara porque habría menos gente. Era cierto.
En fin, obtuve la dichosa carta en mi ciudad natal y la legalicé como la norma lo indica. Feliz, viajé al sur del continente.
A mi llegada, mi felicidad bajó unos niveles: al acudir a la oficina de Migración para informarme de los detalles y entregar documentos, me indicaron que la carta de no antecedentes penales no la podían aceptar. Tenía que ser emitida por autoridades del DF.
Ya instalada a miles de kilómetros de la dependencia de gobierno del DF, en la cual podría hacer el trámite, me resigné a lo que la funcionaria de la DNM me dijo: “Podemos solicitarla a través de la Interpol, pero México nunca contesta, así que lo tendrás que hacer tú cuando vayas”.
Plop. No tenía ni idea si viajaría a México en un corto plazo, y replop, cuando viajo a México no me quedo en la Ciudad de México, voy a mi ciudad. Y cualquiera que no sepa podría decir “pues fácil, ve a la capital y haz el trámite”. Pero le podría responder que cuando voy a mi país sólo voy por dos semanas, que el viaje en avión Guadalajara-DF sale 350 dólares y que tendría que incluir la estadía en algún hotel porque no sé si el trámite se hace en el día.
No sé si vale la pena detallar la cantidad de visitas que he hecho a la DNM por asuntos como: renovación de cédula, permiso de reingreso y revisión de expediente. Mientras tanto, mi trámite sigue pendiente.
Sí vale la pena decir que cada vez que voy a dicha oficina el mecanismo de “atención” a los solicitantes de residencia cambia. Todos, desde mi óptica extranjera y directamente afectada, son poco eficientes. Y ojo que no estoy hablando de los funcionarios, ni de las instalaciones; hablo del sistema en que literalmente se despacha a los solicitantes.
Las dos primeras veces la atención era a partir de las 9.00. Llegué, tomé mi numerito y esperé. Y esperé y esperé. Cuando toca el turno, la funcionaria busca el expediente -que puede o no estar a la mano-, y procede según el caso. Daba lo mismo estar ahí por un simple permiso de reingreso -que lleva 15 minutos, desde que dices buenas tardes hasta que pagas en caja- o por el inicio del trámite de residencia, que puede llevar hasta una hora. Pero para bien o para mal, llegar a las 9.00 o un poco antes era suficiente para que te atendieran de mañana.
La tercera vez que fui a revisar mi expediente y a solicitar la renovación de mi cédula, llegué temprano con la idea de volver a mi trabajo en tiempo razonable. Para mi sorpresa, el sistema había cambiado, la atención para residencias se brindaba a partir de las 13.00. Todo el procedimiento se mantenía, sólo que, por alguna razón, empezaba más tarde.
Perdí la cuenta de las veces que he ido a esas oficinas, todas más o menos con los mismos tiempos de espera y resultados; sin embargo, quiero detallar la más reciente, porque “ahora sí” me parece que Migración está implementando un sistema que además de poco eficiente, atenta contra quien lo padece. Al acudir a la ya multimencionada oficina a las 9.10, me enteré por medio de hojas de papel pegadas en los muros que desde agosto de 2013 el sistema de atención sería mediante la repartición de 100 números a partir de las 9.00. Una funcionaria me aconsejó “llegar mucho antes” porque los números se terminan muy pronto. Lo cual parece ser verdad, porque a las 9.15 ya no había números ni repartidor.
Así que me armé de valor y de mi dichosa carta de no antecedentes penales y me fui al siguiente día bien tempranito, dispuesta a ser de las primeras en la fila. Pues sí que llegué tempranito: 7.39 apuntaba mi reloj, pero no fui de las primeras, me tocó el número 31. Se imaginarán que llegar a las 7.39 y estar de pie afuera de esas oficinas durante una hora y 20 minutos exactamente, en el invierno austral y con un ventarrón de espanto -carteles de “NO ESTACIONAR”literalmente salieron volando ante los azorados ojos de los enfilados-, no puede dar como resultado otra cosa que un gran resfriado. Lo peor del asunto es que no era la única ahí, helada de pies a cabeza. Había decenas de extranjeros, viejos, jóvenes, abrigados y no tan abrigados. Solos y acompañados, todos padeciendo las inclemencias del nuevo sistema, que la DNM tuvo a bien comenzar a implementar en esta fría estación del año.
¿Será una estrategia para disuadir a los extranjeros -la mayoría, de países latinoamericanos más al norte y con climas más amigables- de quedarse por estos lares?