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Políticos, empresarios y sindicalistas consideran que impuesto a la riqueza sería “injusto” pero no argumentan “razones de peso”, concluye informe

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Si bien es conocido por ser el libro menos leído —probablemente debido a sus más de 600 páginas- El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, constituye una obra que explica de manera clara el proceso de acumulación de la riqueza y sostiene que uno de los factores que más contribuye a su concentración es la reproducción de las herencias.

Una de las innovaciones que propone es un impuesto mundial y regresivo sobre el capital de manera de regular el capitalismo y evitar la “espiral de desigualdad sin fin” que este sistema acarrea. El economista reconoce que es una solución utópica, pero al mismo tiempo defiende su utilidad para “preservar la apertura económica” y “regular eficazmente”.

En este sentido, sugiere avanzar por etapas en cada región y con alícuotas para nada fuertes: el monto mínimo no imponible sería un millón de euros; los propietarios de hasta cinco millones aportarían 1%, los de hasta un billón 2% y quienes acumulen más que este capital, 5% o 10%.

Si bien su obra se centra en las economías de Europa y Estados Unidos, un grupo de investigación orientado por la abogada y profesora de Derecho Financiero en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República (Udelar), Sol Agostino, se propuso indagar acerca de las posibilidades de su implementación en Uruguay.

El primer paso fue realizar una entrevista entre legisladores de los Partidos Nacional e Independiente, asesores del Partido Colorado y de la Cámara de Comercio y representantes del secretariado ejecutivo del PIT-CNT —el Frente Amplio no quiso participar— en la que se realizaban diversas preguntas en torno a si “un impuesto a las grandes fortunas sería aceptado en el país”.

Según Rodrigo Rey, uno de los integrantes del grupo, “la mayor parte de los entrevistados dijo que sería absolutamente inaplicable”, pero también observó que la “gran mayoría” de las respuestas no sólo “no tenían ninguna vinculación con las preguntas”, sino que “tenían un fuerte componente de emotividad”, sostuvo ayer durante una jornada de debate sobre iniciativas globales en tributos y gasto público.

Los actores consultados consideran a Uruguay como “un país de cercanías”, donde “reina la clase media”. “No hay ricos, sino ‘riquitos’”, fue una de las respuestas que justificó que la teoría no sería extrapolable a esta tierra. Otra aportó que, en caso de que existieran fortunas, una intervención sería “inadecuada”, porque “distorsionaría la competitividad”.

Sin embargo, Rey establece que “faltaron razones de peso”: “en términos jurídicos, no hay pruebas ni de estadísticas ni lecturas que lo justifiquen”. “Y es verdad: de hecho, se comprobó que el impuesto que justifica la desestimulación de las inversiones es el de la Renta de las Actividades Económicas (IRAE)”, agregó el docente e investigador del Instituto de Economía de la Udelar, Mauricio de Rosa.

En Uruguay, los datos sobre riqueza e ingresos son recientes e indican que 1% de la población concentra 14% de los ingresos —lo mismo que el 40% más pobre— y 34% del capital nacional, mientras que 0,1% se apropia de 20%, lo que muestra que estamos lejos de ser el “país de cercanías” que algunos actores perciben. “Si bien hubo una caída muy fuerte de la desigualdad en los últimos años, la posición del 1% más rico no se modificó”, estableció De Rosa, quien además recalcó que sólo países como Estados Unidos, Sudáfrica y Colombia serían más desiguales que el nuestro. Según el economista, “el sistema impositivo uruguayo es progresivo en ingresos pero no en riqueza, lo que en definitiva lo hace menos progresivo”.

Piketty propone gravar todo el ciclo de producción y reproducción del capital y lo más interesante es que no sería por sus efectos recaudatorios ni redistributivos, ya que las tasas son muy bajas, sino que sería un impuesto de control, para buscar un equilibrio más sustentable entre la tasa de rendimiento del capital y la de crecimiento de la economía, ya que es esta contradicción —que la primera sea más grande que la segunda— lo que ha permitido que la humanidad acumule capital y aumenten las brechas de ingresos entre pobres y ricos.

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