“Si quiere leer algo sobre Winston Churchill, esa es la mejor biografía”, dice Julio María Sanguinetti mientras señala un libro de Roy Jenkins, uno de los tantos textos que pueblan su estudio, ubicado en pleno Punta Carretas. El ex presidente volvió al ruedo político hace medio año, como líder de Batllistas, y vive de acto en acto, pero se hizo un hueco en su agenda para conversar con la diaria sobre la actualidad del Partido Colorado (PC) y alguna que otra cosa más.
Hace casi seis meses que volvió a la política electoral. ¿Cuál es el balance que hace por el momento?
Me incorporé a la actividad electoral del partido en función de una situación que para mí era inesperada: el alejamiento de Pedro Bordaberry, el vacío que se produjo y la desaparición del partido en el escenario y en el debate público. Eso generó un estado que condujo a un conjunto importante de ciudadanos del PC a reclamarme que saliera a la palestra, para aglutinarlos a ellos y tratar de movilizar nuevamente a la colectividad. El resultado lo veo muy positivo. Lo empiezan a decir las encuestas y los observadores políticos, y uno lo percibe. En el PC hubo un cambio de humor: se salió del pesimismo hacia un clima de optimismo y de esperanza.
Las encuestas más optimistas le dan al PC 12%, el mismo porcentaje que obtuvo Bordaberry en la última elección. Es un avance relativo.
Naturalmente. Lo que ocurre es que, cuando arrancamos, esas mismas encuestas hablaban de entre 5% y 7%, de modo que pensar que ya hoy se recuperó la posición que se tuvo en la última elección, sin ser el paraíso, representa claramente una mejoría. Y vuelvo a decir: sobre todo, hay un cambio de humor. Eso lo veo en cada reunión a la que voy: no hay una en la cual no aparezca un ciudadano que me diga: “Yo era colorado, después me fui, desalentado, y ahora vuelvo”. Y también mucha gente joven que expresa curiosidad frente al partido y que ya no encuentra en el Frente Amplio [FA] aquella expectativa que hubo en la generación anterior, de hace diez o 15 años.
En el repunte en las encuestas, ¿puede haber también algún aporte de la incorporación de Ernesto Talvi al partido, y el lanzamiento de su candidatura con Ciudadanos?
Eso todavía no se reflejó en las encuestas, porque son un poco anteriores a su aparición, pero yo confío en que sí, que represente otra mejoría que se añada. Esa es la esperanza, que la sumatoria se produzca no sólo por el lado de Batllistas, sino también por las otras ramas.
¿Cómo le cayó que Talvi no quisiera su apoyo?
Con Ernesto vengo hablando largamente desde el fallecimiento de Jorge [Batlle]. Lo conocía desde antes, pero no tenía una cercanía. En cambio, él sí la tenía con mi colega. Cuando falleció, lo llamé, le dije que estaba dispuesto a ser su interlocutor válido en el tema político, y empezamos a reunirnos. Él siempre expresó la idea de que quería hacer algo nuevo y distinto, lo cual respeté y entendí. Mi consejo era: “Largá vos solo, con tres o cuatro nuevos, distintos, hacé un planteo, y después, el resto te apoyamos desde afuera”. Cambió un poco esa orientación cuando luego puso en los primeros planos políticos a figuras ya tradicionales, como el secretario general del PC [Adrián Peña] y el doctor [Ope] Pasquet, figuras muy respetables pero que no encajaban tanto en ese esquema. En cualquier caso, son opciones políticas que se toman, y hay que asumirlas como tales. La táctica política nunca es dogmática. Esa misma situación es la que me llevó a algo que hace seis meses para mí era impensable; sin embargo, acá estoy.
Hablando de cosas impensables: cuando usted volvió, varios dirigentes de Batllistas decían que todavía no manejaban nombres para un precandidato. Ahora ya hacen explícito que le insisten a usted para que se lance.
Me insistieron siempre, lo que pasa es que al principio mi posición era tan clara... Ya lleva 18 años. Cuando salí de la segunda presidencia [1995-2000] dije que no iba a ser más candidato, pensando en que no quería llegar a viejo y que me dijeran “usted es un viejo de los que no le da espacio a los jóvenes”, y porque quería dedicarme a otras cosas que también tienen valor político, en un sentido amplio: el debate de ideas, la historia reciente, que es tan polémica, en fin... Además, después de dos presidencias, pienso que el currículum ya está completo. Pero acá estoy, en la pelea, y veremos cómo encontramos soluciones el año que viene.
¿Pero está pensando en ser candidato?
No estoy pensando en nada. Estoy sembrando y, en todo caso, el año que viene veremos cómo se puede resolver esa situación de las candidaturas del partido. Estamos más lejos de junio de lo que parece. Hay tiempo para todas las definiciones que haya que hacer.
¿Es un “no” rotundo?
Sí, es el mismo “no” de siempre.
Usted nunca perdió una elección como candidato presidencial. Desde el punto de vista del ego, ¿lo tiene en cuenta?
Si estoy en esto, es por un sentido de responsabilidad cívica, de pertenencia y del deber. Cuando vimos que el PC, con todo lo que significa en la historia del país, iba a una situación de declinación, sin que hubiera un atisbo de salida, nos introdujimos. Es lo que [José] Ortega y Gasset llamaba “las verdades del destino”: aquellas que no emanan de la razón y que, si no se cumplen, uno no se reconoce. Salí a levantar el partido con la esperanza de ser un factor decisivo en la alternancia: por un lado, electoralmente, porque el Partido Nacional solo no va a producir el resultado necesario, y además, desde el primer momento dije que la oposición debe construir una alternativa, porque el tema no es oponerse al FA por el FA mismo, sino que hay que ofrecerle al país cierta concordancia, en cuatro o cinco puntos fundamentales. Si estamos en la oposición es por algo, y, para resumirlo en una sola frase... Si somos los que creemos que Venezuela es una dictadura, hay elementos suficientes de acercamiento como para pensar en que esos factores de concordancia son más que los de discrepancia. Esas son las razones que me movieron. No tengo vocación de recordman.
Pero hay grandes diferencias entre el batllismo y el herrerismo.
Naturalmente, es obvio que tenemos diferencias. Por ejemplo, no nos vamos a poner a discutir sobre cuál es el sentido de las empresas públicas: un herrerista piensa que deberían ser privadas, en términos generales, y nosotros pensamos que deben reformarse y estar en competencia, pero sobrevivir. La república laica tampoco la miramos desde los mismos ángulos. Ahora, podemos abrazarnos a esas diferencias, pelearnos y quedarnos a la vera del camino, mirando como la caravana pasa. Pero eso no tiene sentido político.
¿Cómo ve el avance de algunos grupos evangelistas en la política?
Las estructuras religiosas siempre han intentado proyectar su visión sobre la sociedad, y eso tiene alguna repercusión pública. Naturalmente, quienes miramos el Estado desde una concepción estrictamente laica preferimos que, así como el Estado no se introduce en el debate religioso, el debate religioso no se traslade a la política, y eso hace no sólo a estas iglesias, sino a todas.
Cuando se revindica al batllismo desde el PC, ¿no hay algo de nostalgia?
En el FA hay mucha nostalgia del batllismo, porque constantemente se vive invocando como una expresión válida aún para ciertos sectores. Lo que pasa es que hay una diferencia esencial: el batllismo está sustantivamente basado en la democracia liberal, y medio FA cree que ese no es el ingrediente esencial; por eso puede pensar que Venezuela es algo parecido a una democracia.
¿Cómo tomó la salida de Fernando Amado del PC, sobre todo teniendo en cuenta que él señaló su regreso como uno de los factores más importantes para tomar esa decisión?
Lo lamenté, sobre todo por él, porque creo que no ha abierto un camino que le vaya a ser conducente.
Hace un mes entrevisté a Amado y me dijo que Jorge Batlle “ganó la batalla ideológica en el PC”, y que usted hace 30 años planteaba un partido que fuera “mucho más socialdemócrata”.
Nunca abandoné mi concepción socialdemocrática. Ahora, el que no advierta que el mundo cambió, que la construcción de la riqueza cambió y que hoy las cinco empresas de mayor cotización en bolsa del mundo no producen bienes materiales, es alguien que no está entendiendo lo que ocurre. Entonces, hoy hay que tener una actitud de apertura. Yo me formé en los tiempos en que el Estado era inevitablemente proteccionista, porque el mundo entero era así. Hoy, en el mundo, proteccionistas quedan [Donald] Trump y el PIT-CNT, nada más. A tal punto que el mayor líder de la libertad de comercio es la única potencia que todavía se declara comunista.
Pero en China, por más que digan que son comunistas, los medios de producción no los tiene el proletariado.
Por eso, se siguen declarando... Del comunismo preservan el partido único, nada más y nada menos.
En el acto en el que Batllistas presentó medidas sobre seguridad, Luis Hierro López se refirió varias veces al gobierno del FA como populista. ¿Usted también lo ve así?
Hay medidas populistas, pero no un régimen populista. Por ejemplo, justamente, en la concepción de seguridad pública. Cuando entró el gobierno del FA, y mi colega el Flaco [José] Díaz [ex ministro del Interior] largó 700 presos en nombre de toda una concepción de la sociedad responsable del delito, era una medida populista. Pero no es un régimen populista porque la institucionalidad sigue siendo fuerte.
Se le suela achacar que usted alguna vez dijo: “Nunca perdí una huelga”. ¿Fue tal cual?
No, cualquiera que sabe, sabe que la primera persona del singular no la uso mucho, me gusta más la primera persona del plural.
Como a Rául Sendic.
Y a los borbones, si vamos a poner ejemplos... En aquel momento [primer gobierno de Sanguinetti, 1985-1990] había una gran agitación sindical, la transición todavía estaba en vías de consolidación, y los sectores del Ejército que notoriamente no habían sido proclives a la salida –y que, desgraciadamente, siguen queriéndome muy poco– estaban difundiendo el rumor de que el gobierno democrático iba a terminar mal. Entonces dije que el Estado no había sido desbordado, que “el gobierno no ha perdido huelgas”. Quizá la expresión “perdido” no sea la adecuada, mirada desde una perspectiva de explotación de mala fe.
Cuando algunos se refieren a aquel primer gobierno como una “democracia tutelada”, ¿cómo le cae?
Como un error de concepto. Los que hablan no saben de lo que están hablando. Es tan claro como eso. ¿Qué hacían los parlamentarios de una “democracia tutelada”? ¿Eran cómplices de ella, cuando iban a cobrar todos los meses el suelo e iban todos los días al “congreso tutelado”? Vivimos una transición con todas las dificultades inherentes. Si hay una transición feliz, es la uruguaya. Mire a Chile, que tuvo que aceptar los senadores nombrados por [Augusto] Pinochet y aceptar que el dictador siguiera como comandante del Ejército. Yo no me imagino revistando las tropas un 18 de julio con el Goyo [Gregorio] Álvarez al lado.