Alfredo Clavijo es el director nacional de la Guardia Republicana (GR). Tiene 40 años y es de Minas. Su madre es maestra y su padre policía. Por su edad y su formación se lo presenta como una “rara avis” y una “promesa”; su perfil en este cargo jerárquico es una señal de la “nueva Policía”.
Su formación combina lo operativo y lo académico. Cuando egresó como oficial de policía en 1999 comenzó a trabajar en una seccional de Montevideo. Continuó su carrera en la Guardia Metropolitana, donde funciona el grupo táctico. Se especializó en distintas áreas, en particular asociadas a situaciones de crisis. Se formó en otros países, sobre todo en Argentina y Chile. Es explosivista, paracaidista, buzo y rescatista en alta montaña.
Aprendió que un policía cuanto más preparado está técnica y tácticamente “desarrolla más conocimiento que músculos”, cuestión que le ha servido para entender que tiene que haber una visión integral, que se da con la suma de la inteligencia y la fuerza. Así, rompe con la idea de que lo que tiene que primar en la Policía es la fuerza bruta y la agresividad.
Durante su niñez y su adolescencia estudió teatro y participó en varias obras. Cuenta que tenía maestros que lo alentaban para que siguiera estudiando, pero no pudo; le gustaría seguir explorando y está tentado con algunos cursos. “La actuación es algo sanador, que puede llevarte a tomar diferentes roles y ejercitar la empatía, poder sentir lo que siente el otro, cosa que en nuestra profesión es fundamental”.
Cree que la comunidad tiene que “sentir confianza y seguridad por la institución policial que tiene”. Apunta a las nuevas generaciones como provocadoras de esperanza. “También para reafirmar la razón de ser de una institución fundamental para la coexistencia social y para la democracia”.
A tres años de haber asumido este rol, Clavijo conversó con la diaria sobre el rol de la Policía, el uso de la fuerza, la corrupción policial, el aumento de los delitos y los sistemas que operan sobre el control.
¿Qué es la GR?
Es una fuerza policial de reserva operacional que trabaja en todo el territorio nacional. Podemos apoyar desde la situación más regular a la más crítica. Tenemos equipamiento para patrullar por diversas vías y tecnología para responder ante cualquier realidad. Es la única unidad policial con capacidad de movilidad y de respuesta en todo el país. Desde lo operativo, no te podés quedar con un solo tipo de resolución de conflictos, hay que manejar variables para contener, disuadir y reprimir las conductas delictivas. Intentamos apoyar a las policías locales, que a veces incluso se enfrentan a una población delictiva que vive en los mismos barrios. Tratamos de apoyar y contener, para que con mayor inteligencia se puedan resolver las situaciones.
¿Cuál es la diferencia entre lo policial y lo militar?
La policía se encarga de la seguridad interior y del servicio a la comunidad en casos de emergencia, que muchas veces no tienen que ver con conductas delictivas, sino con necesidades. También trabajamos dentro del hogar, con temas muy sensibles, como la violencia de género. Es difícil relacionarse con la comunidad desde la autoridad, pero tenemos el desafío de hacerlo. Nosotros miramos hacia adentro para servir, cuidar y asistir a la comunidad. La esencia militar mira hacia afuera. Trabaja desde un concepto de soberanía, sobre las fronteras, ante una posible invasión o apoderamiento del territorio. Esa sería la principal diferencia entre lo policial y lo militar en democracia. También hay diferencias de formación y de desarrollo de las actividades. Lo policial tiene que ver netamente con la relación con la comunidad y lo militar debería referir netamente a la atención ante amenazas externas. Hay diferencias entre lo que protege uno y lo que protege el otro. Lo que ha estado mal es relacionarlos. La policía es un servicio comunitario de emergencia permanente. El sistema de salud y el sistema de seguridad son los dos sistemas de emergencia que responden ante el riesgo de vida y que funcionan las 24 horas los 365 días del año. Habría que revisar la percepción de la comunidad sobre un sistema y el otro. También la percepción sobre el profesionalismo necesario en cada institución. Hay lugares donde un móvil policial es lo que está más cerca de la gente. No relacionaría a la policía con las fuerzas armadas, son cosas diferentes. A nosotros nos dicen “milicos”, pero somos policías; milicos viene de milicia, y nosotros no somos una milicia. Hay una gran diferencia. Cada proceso que ha tenido nuestro país, en los que lo militar se apodera del manejo del Estado, por lógica genera doctrina en una institución que también es armada.
¿Existe una “milicofobia”?
Con este uniforme pixelado acabo de ir a la escuela a dejar a mis hijos. Obviamente, las primeras veces me miraban raro, creo que porque no estamos acostumbrados. Hay que romper con esa idea y generar un cambio. Eso tiene que partir de nosotros, no le puedo pedir a la comunidad que me mire con otros ojos sólo porque quiero que me perciba diferente; tenemos que hacer cosas que hagan que nos perciban diferentes. Lograr eso está en nosotros.
Cuando asumió dijo que quería modificar “la asociación con lo militar” y “la violencia no justificada”.
Hemos logrado instaurar a la GR como un servicio únicamente policial y tenemos presencia en todo el territorio nacional, sin tener denuncias sistemáticas por el mal uso de la fuerza. La gente entiende que somos policías y que no estamos asociados a lo militar. No somos una policía militarizada, somos una policía especializada. Tenemos armamento y equipamiento que también es de uso militar pero nuestra genética es totalmente diferente. Tenemos una valoración positiva sobre nuestro uso de la fuerza y sobre el respeto por el derecho de todas las personas, tanto de las víctimas como de los victimarios. Obviamente tenemos que estar siempre atentos y ocuparnos de que las conductas estén dentro del marco normativo. Hoy no se puede decir que el mal uso de la violencia es una práctica común dentro de la GR; puede ocurrir, pero va a ser aislado e individual. No es lo que queremos generar ni lo que inculcamos. A veces haciendo un uso excesivo de la fuerza te olvidas de las víctimas o las pones más en riesgo.
¿Entonces por dónde va el liderazgo policial?
Por un trabajo constante, horizontal y empático. La horizontalidad se transforma en vertical solamente cuando hay que tomar una decisión compleja o necesaria. Se trata de humanizar la gestión. Hay cierta simbología y ciertos ritos que se practicaron que daban un mensaje de opresión hacia los subordinados. Hay que entender también que somos necesarios para la comunidad, no para nuestros superiores. A veces eso sale de la lógica de nuestra formación paramilitar o militar, que tiene otras simbologías y ritos.
Ha dicho también que otro de los desafíos es abordar la corrupción policial.
Como decía Julio Guarteche, “la corrupción es el peor delito que le toca combatir a cualquier país”, y por ende a cualquier institución. Más aun en una institución como la nuestra, que tiene que reprimir las conductas delictivas. En nuestro caso, tener un peligro interno nos debilita para poder contener y enfrentar los peligros externos. La transformación de la policía ha logrado disminuir la corrupción y la percepción que tiene la comunidad sobre la corrupción policial. Tenemos que prevenir y combatir la corrupción policial, y para eso se necesitan mecanismos de control. La creación de la GR, con competencia en todo el país, fue un mecanismo contra las corrupciones locales. Si antes había un problema en un departamento no tenías otra fuerza con la que intervenir. Antes, en las seccionales todo el poder lo tenían los comisarios y había hechos muy graves de corrupción. Si un comisario tenía una desviación, todo el accionar en ese territorio estaba perdido. En esos casos había que desmantelar toda una jurisdicción porque estaba enquistada la corrupción en nuestro accionar. A veces no hay memoria para recordar las cosas que pasaban. Una estrategia de la nueva Policía fue lograr que varios actores tengan roles en los distintos territorios. Ese trabajo en equipo genera transparencia, certezas, garantías y disminuye los riesgos.
Recibió críticas por decir este tipo de cosas.
Hay críticas, inventos y formas de amedrentar. No es contra mí, es contra una forma de hacer. Es triste que se digan ciertas cosas o que se cuestione la edad que tenés para lo que vas a hacer, y no se mire lo que hiciste y lo que hacés. Es duro para la familia que tiene que soportar todo eso, pero no hay que darle más importancia de la que tiene. Lo que se diga no importa, importa lo que hacemos.
Ha dicho que hay personas con melancolía de regímenes ya perimidos. ¿Existe una melancolía militar?
La melancolía no es por lo militar, es por una doctrina policial que provenía de lo militar. Vienen de una época en la que lo militar tomó el control. A veces esa melancolía está dada porque hay una costumbre de años de hacer lo mismo, entonces las personas se convencen de que eso era lo mejor. En la interna hay muchos que se resisten a cambiar; deberían reflexionar sobre lo que se hacía antes y cómo se hacía, también sobre los problemas que eso nos traía, sobre lo mal vistos que estábamos por la comunidad y cómo se nos complicaba el relacionamiento. Si veo un grupo humano en el que no puedo confiar, que en vez de cuidarme me amenaza, que es corrupto, que tiene vicios institucionales es difícil construir algo positivo con la sociedad.
Habló sobre el manejo del miedo.
El manejo del miedo es muy importante. Aprendemos a manejarlo desde muy pequeños y está durante toda la vida. Para la mayor parte de la población el miedo es una constante, algo que está siempre presente. Tenemos miedo a no obtener algo, a perderlo, a que algo nos amenace o nos ataque. Cuando somos pequeños le tenemos miedo a la oscuridad, por ejemplo. Cuando mi hijo quiere entrar al cuarto y está oscuro me dice que tiene miedo. Entonces le digo que para dejar de tener miedo tenemos que entrar y prender la luz. Me agarra la mano, porque siente esa seguridad conmigo, y juntos prendemos la luz. Así tenemos que trabajar el miedo con la comunidad. Hay oscuridad, siempre va a haber lugares oscuros. Ahora, si Policía y comunidad trabajamos juntos, vamos a lograr entrar a ese lugar oscuro y vamos a prender la luz. Y somos nosotros los que tenemos que dar esa seguridad, intentando contener las situaciones, con mejores respuestas, con más personal desplegado atendiendo los puntos más críticos. Pero también tenemos que ver dónde está la producción y reproducción de la conducta violenta. Los policías también somos parte de la comunidad; no somos máquinas, tenemos las mismas necesidades. Tenemos que tener la confianza de que podemos trabajar con el miedo.
Va más allá de la Policía.
Hay todo un colectivo de la comunidad que tiene la oportunidad de trabajar en las causas de estas situaciones. Nosotros sólo podemos contener, reprimir estas conductas y aportar para que estas personas que cometieron un delito sean sometidas al sistema de Justicia y vayan por un período de tiempo a una cárcel; pero lo más importante es lo que hacemos con la reproducción de esas conductas, y eso se hace desde otro colectivo. Hoy, la teoría de prevención criminal habla de una estrategia de gobernanza en seguridad ciudadana llevada adelante por todos los actores. Todos unidos, entendiendo cuáles son las causas para poder pensar en posibles soluciones de contención. La lógica del miedo es algo natural, lo triste es que puede ser manipulado, y cuando se pierde la objetividad se complica. Históricamente hemos usado el miedo como forma de crear hábitos o costumbres. Tendemos a ser manipulados bajo la lógica del miedo y ahí empezamos a creer que además de oscuridad hay un lobo. Creemos que no vamos a poder prender la luz, entonces mejor no entrar. A veces parecería que hay que temer para cumplir, lo vemos en la familia, en la interna de las instituciones y cuando creemos que eso es una solución también para el delito.
¿El miedo persuade el delito?
Se cree que el miedo es una herramienta contra el delito porque se considera que el delincuente debe temer para cambiar su conducta delictiva. Ese no es el camino. Usar esa forma que infunde el miedo como norma genera trauma, y está lejos de ser una solución. En 23 años de carrera he comprobado que el temor no cambia a una persona que tiene una conducta delictiva, menos a quien tiene una conducta delictiva violenta, porque, tal vez, el temor es con lo que se han manejado desde que nacieron: temor a no tener para comer, temor a quien los estaba criando, temor a que los golpeen. Con temor no se han amedrentado; entiendo que va por otro lado. Generarles temor sería aplicarles más fuerza para imponernos a ellos. A veces tenemos que usar la fuerza, pero principalmente tenemos que tener una cuota muy importante de estrategia y creatividad para poder trabajar con las conductas delictivas y para poder rehabilitar a esas personas. Necesitamos inteligencia, dedicación, empatía con los colectivos en los que más se reproducen estas conductas para tratar de hacer una prevención desde las causas.
¿Qué piensa de la situación de las cárceles?
Si no le ganamos a la cárcel, no le vamos a ganar a la calle. Pero ganarle a la cárcel tampoco es imponer temor ni fuerza en la cárcel. Tenemos que mejorar las cárceles para que mejore la seguridad en la calle. Con la reforma penitenciaria ha cambiado mucho la situación, pero hay que profundizar los cambios. Necesitamos mostrarles que existen otras formas de vivir, y por eso es necesario no repetir dentro de un centro de privación de libertad la forma en la que viven afuera. También hay que trabajar con las familias de quienes están privados de libertad. Precisamos mucho más que desarrollar habilidades de trabajo, tenemos que desarrollar hábitos y costumbres con estímulos y análisis adecuados; tiene que haber un trabajo técnico profesional dentro y fuera de la cárcel. En la cárcel tenemos una muestra real de lo que hoy está ocurriendo la calle, por eso tenemos que trabajar ahí. No lo tiene que hacer la Policía, que de hecho no debería estar trabajando en eso, sino todo el colectivo institucional que tiene que ver con la promoción de otras cosas. Se tienen que abordar cuestiones como la salud mental, el bienestar social, la contención, visualizando que esas personas pueden vivir mejor sin tener conductas delictivas. Tiene que haber oportunidades de trabajo y aceptación por parte de la comunidad. Siempre volvemos al mismo lugar: esto no se soluciona sin la comunidad. Si queremos aislar de la sociedad a las personas que están teniendo estas conductas, es un grave error pensar que podemos dejar de preocuparnos por ellos encerrándolos. No podemos llegar a eso, no podemos abandonarlos así. No podemos dejar de lado a miles de personas de quienes no sabemos qué pasó con ellos cuando nacieron. No podemos determinar que alguien nació para ser un delincuente, porque al hacer eso estamos recurriendo a teorías criminológicas de muchos siglos atrás, que está comprobado que no eran reales. El tema son los estímulos que le damos al bebé, al niño, al adolescente y al adulto para que se aleje del delito.
Hay un avance y una complejización de la criminalidad en Uruguay y en la región. ¿En qué estrategias se están pensando?
Los datos, en Uruguay y en la región, muestran que la situación delictiva es cada vez más compleja: por cómo se da, por su frecuencia y, principalmente, por el aumento de la violencia en las conductas delictivas asociadas a los delitos contra la propiedad. Hay un aumento del “hacerse de algo que les dé dinero” por medio de un uso excesivo de violencia, que es una característica delictiva que se observa en toda la región. Hay que analizar cuáles son las causas que reproducen la conducta criminal e incrementan la violencia. Se deben tomar estrategias para contener y reprimir esas conductas. Necesitamos fortalecer el sistema de seguridad y el de Justicia, así como también reducir la idea de impunidad que puede repercutir en el aumento de los delitos y de la violencia. Estos sistemas tienen que trabajar con mayor sinergia, algo que ha dado resultado en otros países. Las personas que cometen delitos no pueden percibir impunidad, tiene que haber certezas sobre la represión de la conducta delictiva. Cuando hablo de represión me refiero a la investigación criminal, al sometimiento a la Justicia con las pruebas necesarias para sancionar y a que la persona pueda atravesar un proceso de rehabilitación durante la pena que se le impuso. En los delitos en los que se aplica violencia se puede considerar que las penas sean más graves. Se tiene que trabajar con eficiencia, con un ida y vuelta entre el sistema de seguridad y el de Justicia. Si alguien es detenido porque cometió un delito, pero el sistema de Justicia no hace un buen trabajo, hay algo que falla.; la percepción de impunidad podría producir que las conductas se reiteraran. Son sistemas que deben retroalimentarse, que deben trabajar con mayor inteligencia y coordinación, en equipo, con el objetivo final claro: mejorar la seguridad ciudadana. Además, el sistema de Justicia debe buscar alternativas y aplicar penas con una severidad acorde. Si hay desconexión entre el sistema de seguridad y el de Justicia aparecen los problemas. El nuevo Código del Proceso Penal apunta a mejorar este aspecto. Estábamos acostumbrados a un sistema más compartimentado; ahora tenemos un sistema que demanda nuevos desafíos que dependen de la apertura y del crecimiento profesional de todas las partes, también de la empatía con la problemática para generar el mayor esfuerzo de todos y así dar un mensaje de Justicia y de no impunidad de las conductas delictivas.
¿La Policía y el sistema penal están solos para resolver los conflictos sociales?
Trabajamos todos los días para que los delitos ocurran en la menor medida posible y si ocurren, responder de la manera más rápida. Más allá de las responsabilidades del Estado, tiene que haber una reflexión comunitaria sobre esta problemática, que es real. No estamos teniendo esa reflexión y no estamos haciendo sinergia. Para avanzar tenemos que visualizar el problema y las causas. Cada uno tiene su cuota parte; esto lo solucionamos si nos unimos, no si nos separamos. Y no va a ser aplicando fuerza irracional o desmedida sobre un territorio, que lo que va a hacer es afectar a otra porción de comunidad que no tiene conductas delictivas, que de hecho es la mayor cantidad de población que hay en todos los territorios.
La violencia se derrama.
Cuando sacás una respuesta que es de fuerza sin inteligencia –y pasaba mucho antes, era una práctica común–, afectás al que no tenés que afectar, porque no sos inteligente y sos excesivamente fuerte. Con el uso de la fuerza puede haber un beneficio muy temporal en un territorio, pero después esa conducta criminal se va a adaptar a la fuerza que ejerciste y lo que perdiste con la comunidad no lo podés revertir, porque ya te enfrentaste a esa comunidad. El delito está mimetizado en la comunidad, las personas que tienen conductas delictivas forman parte de la comunidad. No tenés un escáner de delincuentes, entonces, si vas a ejercer una fuerza desmedida dentro de un territorio vas a terminar controlando a todas y todos. Estamos siendo demasiado lombrosianos; estamos siendo primitivos, tenemos que ser evolutivos, más inteligentes, con más información, mejor calidad de investigación y de Justicia. Y, obviamente, seguir mejorando la Policía. Seguro no es con mecanismos que nos alejen de la comunidad. También hay que considerar que hay hechos delictivos que se dan con personas de trabajo. A veces asociamos las conductas violentas únicamente con quienes delinquen asiduamente o con quienes no trabajan, pero el colectivo que comete delitos es mucho mayor. El año pasado tuvimos un número alto de femicidios que se dieron en el contexto del hogar, con personas trabajadoras. Eso es un delito también.
Decía que antes la Policía creía que “si tiene pelo largo y barba, no es como yo” y por eso había que perseguirlo, otro elemento de génesis militar.
Hoy ningún policía va a pensar que alguien va a tener una conducta criminal porque tenga pelo largo y barba, porque la misma sociedad lo va cambiando.
Ahora tiene gorrita y se depila las cejas.
La gorrita está en todos lados. Lo que se debe hacer, tenga gorrita o no tenga gorrita, en una práctica legal de control de identidad es manejarse en un ámbito no selectivo, educado, amable y respetuoso. Se deben manejar los mecanismos de control partiendo de la base del respeto, porque estás controlando a alguien que es parte de la comunidad. Lo que estás verificando es si tiene algún tipo de conflicto con la ley. Cómo haces eso hace la diferencia. A veces, ese tipo de estigmas se van profundizando mucho más en el colectivo social que en la institución policial. Por eso insisto en que hay que analizarlo, porque es peligroso. El policía es parte de esa comunidad y recibe estímulos constantes con los que va creando una percepción contra esas personas. Luego de tener 16 horas libres, toma el rol de policía durante ocho horas, es difícil que se desprenda de toda esa recarga social que le transmitió esas demandas, esa impotencia y esa subjetividad sobre las posibles soluciones. Ahí es cuando las jerarquías tenemos que hacer un trabajo muy importante, que es hablar sobre estos temas con las y los policías. Tenemos que tener mucho cuidado con la manipulación de las percepciones, pues no todo lo que se dice es lo correcto o lo que va a traer una solución, porque también puede traer un perjuicio grave. Incluso para los funcionarios, que siguiendo esos estímulos pueden tener un acto desmedido y hacer un uso de la fuerza ilegal, cuestión que tendrá que responder luego ante el sistema de Justicia, que, por suerte, existe. Todo accionar tiene que estar dentro un marco normativo para mantener el equilibrio y cuidar la democracia.
Sobre la impunidad en los abusos, dijo que “como institución que pone límites tiene que cumplirlos”.
Si trabajamos con este tipo de problemáticas, tenemos que dar el ejemplo. Hemos sido pioneros en implementar los protocolos de acoso laboral, de violencia de género, de cómo se atiende esta problemática cuando nuestros funcionarios están involucrados. Si no somos ejemplo es inmoral y no es creíble. Ha habido una política clara del Ministerio del Interior para fiscalizar y tomar medidas en ese tipo de conductas, que tal vez otrora se tapaban; había una especie de aceptación de que eso era algo correcto. Las permisividades son impunidad y la impunidad reproduce estas conductas. Ha sido difícil, porque a veces el colectivo no lo ve con buenos ojos, pero hay cosas que son indefendibles. Lo importante es que se cumpla la norma y no lo que puedan estar pensando. Para eso hay que tener los sistemas de fiscalización y poder tomar medidas cuando las conductas no son ejemplares y exponen a la institución a la falta de confianza y honestidad. Más allá de que también hay melancólicos de eso, ha sido algo que se ha ido superando.