Graciela Barrera es comerciante. Tiene una avícola en Barros Blancos, en la entrada a Los Aromos. Allí mataron a su hijo, Alejandro Novo, hace diez años, en el marco de una rapiña. Alejandro repartía pollos de la avícola en un camión. Una tarde de enero, frente a varios testigos del barrio, le dispararon tras intentar robarle.
A Graciela se le cayó el mundo. “Nos cambió la vida, cuando te pasa algo así te cambia todo”. Tocó seguir adelante. Mantuvieron abierta la avícola porque es lo que sostiene a la familia. Fabián, el otro hijo de Graciela, tomó la posta y siguió con el trabajo de reparto que hacía Alejandro. Uno de los motores para seguir fue Melina, la hija de Alejandro, que en aquel entonces tenía apenas dos años. “Ella pasó a estar en el centro de atención, al principio no sabíamos cómo enfrentarla”. La mamá de Melina murió de cáncer en 2017.
El 15 de enero de 2009, al otro día del crimen, Graciela abrió la avícola y escribió en la pizarra de promociones: “Hoy no tenemos ofertas, sólo tenemos dolor y tristeza; tres o cuatro bestias nos quitaron a Ale”. Un tiempo después se arrepintió de lo escrito.
En aquel entonces, empezó a buscar centros de atención para las víctimas del delito y se dio cuenta de que en Uruguay no había nada. Resolvió llenar ese vacío y junto con otras dos familias golpeadas por el delito fundó la Asociación de Familiares y Víctimas de la Delincuencia (Asfavide), organización que preside.
Uno de los tantos logros de Asfavide fue la aprobación de la Ley 19.039, que establece una pensión para las víctimas de delitos violentos. La pensión, a cargo del Banco de Previsión Social, se aplica ante ciertos delitos: homicidio en el marco de una rapiña, copamiento o secuestro. También corresponde cuando una persona resulta incapacitada en forma absoluta para trabajar por haber sido víctima de cualquiera de estos delitos. La pensión, que se otorga a algunos familiares bajo ciertas condiciones, es mensual y equivale a 6 BPC (24.924 pesos). La ley también establece que 10% de los ingresos salariales que perciben las personas privadas de libertad se destinen al Centro de Atención a las Víctimas de la Violencia y el Delito.
Con los cambios en el Código del Proceso Penal (CPP) la víctima dejó de ser objeto para ser sujeto de derechos, pasó a ser parte. “El nuevo CPP permite que la víctima esté acompañada. Falta mucho. Pero más que nada falta que nosotros como ciudadanos cambiemos la mentalidad que tenemos”.
Cree que la empatía es muy importante para las personas que atraviesan por situaciones asociadas al delito. “En esos momentos el abrazo solidario que le brindás a la persona, cuando lo acepta, porque cada uno tiene su tiempo, es fundamental. Que sepan que estás con ella, que la vas a ayudar, que no está sola, que hay un montón de trámites que hay que hacer y que te pueden ayudar a hacerlos”.
Graciela tiene un trabajo fuerte en cárceles. Visita los centros penitenciarios, da charlas y aporta para que las personas que están presas reflexionen y reduzcan la posibilidad de cometer delitos y generar daños.
Diez años después del homicidio de Alejandro, la Justicia procesó a los responsables. Son dos hombres que ya estaban en prisión cumpliendo condena por otros delitos. Fueron procesados por homicidio muy especialmente agravado y receptación por el vehículo robado que usaron para la rapiña.
En la investigación, además de paciencia, hubo varias claves: los testigos, la confianza en la Justicia y el relato de una mujer que un día le dijo a Graciela en la sede de Asfavide que sabía quién había matado a su hijo. “Cuando me dijo eso se me aflojaron las piernas”. Un dato determinante fue que el homicida, vecino de la avícola, se había borrado las huellas digitales para no ser identificado.
Cuenta que esto cierra un círculo y que “la vida sigue igual”. Cuando se conoció la noticia, con fortaleza y llena de la dulzura que la caracteriza, me dijo en privado: “Sigo siendo la misma Graciela, la misma Graciela que quiere dignidad para las personas que se equivocan, que quiere que las víctimas cada vez sean menos y para eso trabaja”. Dignidad es, justamente, la palabra que mejor describe a esta madre que perdió a su hijo y que no detiene su pelea para que las cosas cambien.
¿Seguís pensando que son bestias?
No. Uno con el tiempo ve las cosas de otra manera. No puedo entender que una persona le quite la vida a otra, bajo ningún aspecto. Pero hoy no utilizo esa palabra, porque no creo que sean bestias. Las personas que están privadas de libertad están en lugares muy reducidos, sin condiciones, sin poder salir. Eso hace que nosotros los tratemos como bestias. No podemos hacer con ellos lo que no queremos que hagan con nosotros, porque nos convertimos en bestias. Si mataron a mi hijo y yo por eso salgo a matar, ¿en qué me convierto? En asesina. Es un círculo, no puede nunca ser así.
¿Cómo empezaste a trabajar en cárceles?
Un señor que trabajaba en mi casa, que cuidaba a mis perros, un día vino llorando desesperado porque los hijos de su pareja, a los que había criado, estaban presos. Chiquilines divinos que se equivocaron, por consumo más que nada. Le dije a mi esposo: “Algo tengo que hacer”. Si los dejábamos en las condiciones en las que estaban en la cárcel iban a salir peor. Entonces, hice una solicitud para que los trasladasen a un lugar en el que pudieran estudiar, trabajar, hacer algo. Ante este pedido, me invitaron a integrar la Comisión Honoraria de Apoyo al Liberado, que integro hasta hoy. Se trabaja en las cárceles. Cuando me sumé quise empezar a ir y así conocí varias unidades de privación de libertad.
¿Con qué te encontraste?
Vi cosas que nunca me hubiera imaginado. Sentí un olor nauseabundo, que hoy tengo presente, como si estuviera ahí. Viví la degradación humana. Parecían campos de concentración, no cárceles para que quien comete un delito sea rehabilitado y no vuelva a cometer otro delito. Tengo recuerdos muy feos de las primeras veces que fui. Había una mirilla en la puerta de la celda por la que salían montones de manos. Es imposible que alguien salga mejor de ahí. En esas condiciones ponés cinco gatitos y salen cinco fieras. Volvía muy mal de ese lugar. Cuando vi todo eso empecé a tratar de ver cómo se podía cambiar. Empecé a charlar con las personas privadas de libertad. Iba y me presentaba como quien era: Graciela Barrera, mamá de Alejandro Novo, que murió víctima de la delincuencia. Al principio me miraban como pensando “¿qué hace esta mujer acá?”, y yo les decía: “Simplemente vengo porque quisiera que realmente pudiéramos arreglar un poquito esto. Quiero encontrar soluciones, nada más que eso”.
Decís que querés ayudar a que no cometan más delitos para que no haya más Alejandros.
La mejor forma es prevenir. Un día me dijeron: “Graciela, usted nos está enseñando la palabra dignidad”. Eso es lo que les hace falta: dignidad. Les hace falta que sean tratados como personas. Hace falta que los niños tengan lugares acordes para ver a sus familias, porque es un castigo enorme para los niños ir a la cárcel. Tampoco estoy de acuerdo con las filas eternas que tienen que hacer las familias en las visitas. Las familias no tienen por qué pasar las penas que pasan. Yo vi todo ese destrato y no estoy de acuerdo. Cambiaría muchas cosas en las cárceles.
El castigo recae sobre la familia de las víctimas y de los victimarios.
Hay dos familias que sufren: la de las víctimas y la de los victimarios. Creo que la mayoría de las personas pueden salir adelante y que la familia no tiene la culpa. Tenemos que ayudar para que cuando salgan tengan herramientas, para que puedan trabajar. Si cuando una persona sale, después de haber cumplido una condena, todos le cerramos las puertas, nosotros como sociedad somos los que estamos haciendo el daño.
Cuando ibas a las cárceles no sabías si podías cruzarte con los homicidas de Alejandro.
No le pregunto a nadie por qué está privado de libertad. Veo a la persona, no veo el delito. Lo único que quiero es que no vuelvan más a la cárcel. Me ha pasado de personas que van a salir y me piden trabajo, pero yo no tengo trabajo para darles. Esas personas me están diciendo: “Yo no quiero volver a la cárcel, quiero trabajar”. Pero si no encuentran trabajo, ¿qué hacen? Si no tienen una vivienda en la que vivir, ¿qué hacemos? ¿Acaso no somos todos nosotros los responsables?
¿Estarías dispuesta a encontrarte con quienes mataron a tu hijo?
Lo dije desde un principio: quiero ver los ojos que vio Alejandro por última vez. Ahora se supo que uno de ellos es un vecino de la avícola, quiere decir que esos ojos ya los conozco. Estoy esperando que sea el momento para ir a verlos. Ahora no es el momento, cada cosa tiene sus momentos. Pero voy a ir. Quiero ir y quiero hablar con él. Pero no para mal ni desde el odio, al contrario, quiero construir.
¿La seguridad es un problema de todos?
Obviamente, no tengo dudas de que es un problema de todos. No vamos a lograr la paz que todos necesitamos mientras no nos preocupemos por cada niño que pasa frío, cada niño que es violentado, cada chiquilina que tiene un hijo porque nunca tuvo nada en su vida y eso es lo que tiene. No vamos a tener seguridad mientras no entendamos que las cárceles no son para hacer más daño sino para reeducar. Hay que enseñar que no hay mejor arma que un libro, porque con un libro podés hacer mucho más que con un arma. Mientras no nos preocupemos como sociedad por todos los problemas que tenemos ahí, mientras esto no sea una política de Estado, no vamos a poder salir adelante. No lo vamos a lograr mientras haya jóvenes que no sepan si van a vivir dos horas o 20 años, que sólo pueden vivir la adrenalina del momento. Para todo eso, trabajar por el cambio de las cárceles es fundamental. Las pruebas de que las cosas se pueden hacer distinto están: hay experiencias como la cárcel de Punta de Rieles o el Polo Industrial del Comcar, que funcionan de otra manera y tienen niveles mucho más bajos de reincidencia. Ahí ves que cuando tratás a la gente de otra forma las cosas cambian. ¿Pero la sociedad abre las puertas para que esas personas puedan salir adelante? Yo creo que no; eso es lo que tenemos que cambiar.
¿Qué pensás de los discursos que piden más mano dura?
No estoy de acuerdo. Y no respondo por ningún partido político, porque la seguridad no es una cuestión de política partidaria. Hablo desde el momento en que perdí a Alejandro. Considero que las leyes existen, que quienes imponen la justicia también existen, y que lo que nos falta es ayudar a la gente a salir adelante. Es al revés, no es más cárcel. Para muchos casos debería existir la justicia restaurativa. Hay muchos casos en los que no precisamos que una persona vaya a la cárcel, podemos trabajar con ella desde la justicia restaurativa. Tenemos que cuestionarnos qué justicia queremos los uruguayos. No es cobrar al grito, sino realmente cuestionarnos qué justicia queremos.
¿El aumento de penas tampoco es una solución?
No. Las penas existen y ya son duras. Por más penas que existan, ¿me traen a Alejandro de vuelta? Tenemos que cuestionarnos cuál es el cometido de la privación de libertad. Es que alguien no cometa delitos como los que ya cometió. Entonces, es ridículo todo el planteo sobre el aumento de penas.
¿Que pensás de quienes dicen “que se pudran en la cárcel” y que “cuanto peor mejor”?
Creo que esas personas no se han embarrado mucho para saber cómo es la realidad. A medida que uno se va embarrando se va dando cuenta de las cosas. Allá ellos, yo no estoy de acuerdo. Muchas veces son confrontaciones que tengo con las personas.
Muchos de los que dicen eso se excusan diciendo que “si te hubieran matado a un hijo no pensarías así”.
A las pruebas me remito: conmigo no corre.
¿Hay un uso político de las víctimas?
Siempre que se pudo se utilizó a las víctimas con fines políticos. Nosotros dejamos de ir a marchas por el uso político que se les daba a las manifestaciones cuando había una muerte.
Prometiste vestir de negro hasta que hubiera justicia en el caso de Alejandro. Ahora vestís colores.
Siempre pensé que mi rebeldía era demostrarle al mundo que Ale se había ido. Mi rebeldía fue vestir de negro hasta que la Justicia no actuara, para que cada vez que me vieran se acordaran de que Ale no está. Entonces hoy, que la Justicia actuó, puedo mostrarme al mundo como soy: de colores. Mi nieta está contentísima de verme con ropa de color.
¿Cómo sigue tu vida?
Igual que siempre, lo único que cambia es la paz de saber que la Justicia actuó. Pudimos cerrar un ciclo y esa espina que uno tiene clavada se la pudo sacar. El dolor lo tenés igual, y lo vas a tener siempre. Te tenés que acostumbrar a vivir con el dolor de no tener físicamente a tu hijo. Yo lo tengo acá adentro [se señala el pecho]. No cambié ni voy a cambiar para nada, mi trabajo sigue igual, mi presencia en la cárcel y lo que pienso sobre este tema no cambian. Esto sirve para que las personas que han sufrido como nosotros vean que se puede. Les da esperanzas a otros; si nosotros pudimos esperar diez años por Justicia y llegó, otros pueden lograr lo mismo.
Los perdonaste.
Sí. ¿Qué hago yo si no? Así me libero del odio.
¿Por qué es importante reducir la impunidad?
Si sabés que no hay impunidad vas a estar más seguro, así sí vas a vivir sin miedo.
¿Qué pensás de la propuesta del plebiscito?
No estoy de acuerdo. Las herramientas para trabajar en seguridad están, lo que hay que hacer es saber utilizarlas. Tenemos una Policía con un cuerpo especializado, como es la Guardia Republicana. Tenemos leyes. Tenemos que hacer que las cosas funcionen. En seguridad, tienen que intervenir mucho más los ministerios. Tenemos que darnos cuenta de que esto tiene que tener un abordaje integral; es una cuestión de trabajo, educación, salud, vivienda, etcétera. Una persona tiene que vivir lo más dignamente que pueda, hay que enseñar que con trabajo se puede. Lo que importa es que se den cuenta de que pueden vivir tranquilos y felices.
Formas de contacto | Línea gratuita: 0800 9907. Teléfono: 2209 9797 – 2203 0343. Celular: 093 607 310. Correo electrónico: asfavide@gmail.com Sede: General Flores 2419 esquina Domingo Aramburú
Sobre Asfavide
Desde su creación en 2012, más de 3.000 personas recibieron apoyo de la organización. Además de ser un espacio de contención colectiva, se prestan distintos servicios.
Uno de ellos es asistencia legal, que se brinda mediante un consultorio jurídico en convenio con la Universidad de la República y el Ministerio del Interior. La cátedra está integrada por tres docentes y 18 estudiantes. Además, se suman docentes honorarios y egresados que participaron en experiencias en años anteriores. Funciona de martes a jueves de 18.30 a 20.00.
La atención psicológica es prestada por diez psicólogos honorarios. Pueden recibir asistencia personas a partir de los dos años. Hay especialistas en niños. Destacan un espacio de cuidados para las niñas y los niños que es dinamizado por estudiantes mientras sus familias son asistidas.
En el área social, dos estudiantes avanzadas de trabajo social acompañan los procesos de realojo, documentación y vinculación con las instituciones.
A través de un convenio con el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional, se facilita el acceso a capacitación laboral para aquellos que fueron víctimas del delito y ven afectados sus ingresos tras sufrirlo. Se accede a esta oportunidad previa consulta y derivación en Asfavide.
Otra institución conveniante es Cutcsa, la empresa de transporte capitalino. Se otorgan boleteras mensuales para los usuarios y técnicos de Asfavide. Se usan unos 200 boletos por mes.
El local de la organización, situado sobre la calle General Flores, es un comodato con el Ministerio del Interior y el Banco de Previsión Social, que comparten con Mujeres de Negro. Además de la sede, en la que están hace siete años, se cubren los gastos básicos, como son la luz y el agua.
El resto de los gastos de la organización (insumos de papelería, teléfono) son financiados por un aporte de 10% de las ganancias del supermercado que funciona en el Comcar.
Además, ahora la organización se sumó a la ley de donaciones especiales, a través de la cual se establece una nómina de organizaciones a las que donarles dinero genera una devolución fiscal.
A través de esta nueva forma de financiación, de la que esperan que genere el interés de empresas privadas, pretenden ampliar la propuesta en Montevideo y poder pagarles a técnicos, además de generar insumos para cursos, talleres, capacitación. También quieren cumplir el gran debe que siente que tiene la organización: llegar al interior. La idea es expandirse a Canelones, Maldonado y San José.