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Rambla del Parque Rodó, frente a la playa Ramírez, durante la jornada electoral del 27 de octubre de 2019.

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La autocrítica, los nuevos liderazgos y el rol opositor: los desafíos de la izquierda en una nueva etapa

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Politólogos observan una agenda “reactiva” y dificultades para encauzar las reivindicaciones en un año marcado por la pandemia, que monopolizó la opinión pública.

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Leído por Abril Mederos
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A poco de cumplir 50 años de existencia y luego de 15 años en el gobierno, el Frente Amplio (FA) se enfrenta desde el 1º de marzo al desafío de volver a ser oposición, en medio de un dilatado proceso de autocrítica y de renovación de sus liderazgos, al que se agrega la reciente pérdida del ex presidente Tabaré Vázquez, referente indiscutible del partido. Paralelamente, los movimientos de izquierda aún buscan encauzarse, en un año marcado por la pandemia de covid-19, que monopolizó la agenda de la opinión pública y opacó los intentos de las organizaciones sociales por establecer sus propios reclamos.

El FA “tardó bastante tiempo en asumir la derrota”, consideró en diálogo con la diaria la politóloga Victoria Gadea, directora de Redes y Política en la consultora Ciudadana. En su opinión, la postergación de las elecciones departamentales por la pandemia, de mayo a setiembre, generó un retraso en el proceso de autocrítica que el FA había anunciado luego de las elecciones nacionales y afectó también la configuración de nuevos liderazgos. Ese proceso, sostuvo, sufrió un vuelco con la derrota de Daniel Martínez en los comicios departamentales. “Los líderes que hoy aparecen más claros son quienes asumieron las intendencias de Montevideo y de Canelones, Carolina Cosse y Yamandú Orsi, pero no hay una figura superadora que no se encuentre gobernando, que pueda dirigir también el proceso de autocrítica y reconfiguración de la izquierda” analiza.

El politólogo Daniel Buquet, del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República), coincide en que “Cosse y Orsi son, claramente, de la línea de aspirantes a liderar el FA en conjunto o con sus sectores mayoritarios”, aunque advierte que “el FA se quedó sin una vocería única y reconocida” y “pasó a tener un coro de voces no siempre afinadas, que no trabajan coordinadamente”. “Tabaré apareció un par de veces por su cuenta, Mujica apareció un par de veces por su cuenta, y después tenés algunos voceros legisladores, como Charles Carrera o Mario Bergara”, mientras que el presidente del FA, Javier Miranda, “aparece cada tanto, pero no con la fuerza de decir ‘este es el líder del FA y cuando habla Miranda habla el FA’”, indica.

Para Gadea, la “muerte política y física” de algunos de los líderes históricos frenteamplistas, como Vázquez, “va a interpelar al FA” porque “supone un cuestionamiento a la interna de la fuerza política: los líderes tienen que morir para que se abra ese espacio y se configuren nuevos liderazgos”; se trata de una interpelación necesaria en una izquierda que “siempre tiene excusas para generar espacios de renovación”. “Hace diez años, el temor a perder el gobierno hacía necesario reimpulsar las figuras históricas del FA; en el tercer gobierno parecía que si no se proponía a Vázquez nuevamente como candidato no se iba a ganar. La izquierda siempre encuentra alguna excusa exógena para no pasar por ese proceso de reconfiguración de liderazgos, que obviamente tiene un componente bastante doloroso para la institucionalidad”, explica.

El FA como oposición

¿Qué se puede esperar y qué se destaca, hasta ahora, del rol del FA como oposición? Gadea observa “una agenda reactiva” a las acciones del gobierno, en lugar de una agenda “proactiva” de temas propios. “La izquierda en Uruguay todavía tiene una agenda muy reactiva, que la construye en función del otro y que lo único que propone es la restauración del modelo anterior, o sea, del que construyeron y dejaron. Es muy pronto, pero no hay todavía una construcción de la propuesta de cambio que tiene la izquierda para ofrecer a la ciudadanía uruguaya en 2024 o de la agenda de resistencia de los movimientos sociales, más allá de defender lo conseguido hasta el momento”, analiza. Paradójicamente, señala Gadea, “es una agenda reaccionaria en tanto y cuanto pretende volver a un estadio anterior, pero además no logra ocupar el espacio contracultural”.

En tanto, Buquet considera que el FA “estuvo durante muchos meses sin poder ubicarse como oposición y definir una estrategia clara, y la pandemia no ayudó a que pudiera marcar una posición diferente a la del gobierno con claridad”. “Creo que tiene un punto en el costado socioeconómico de la pandemia; ahí el discurso del FA ha sido más consistente y en todo caso más de recibo, en la medida en que exige que el gobierno gaste más plata para ayudar a los sectores más afectados”, apunta el politólogo.

Entre el conflicto interno y la unidad

Mientras que “históricamente” el FA ha demostrado la capacidad de “ser su propia oposición [y] de generar los argumentos y los contraargumentos dentro de su propia fuerza política”, en el escenario actual “este proceso de oposición interna y de dialéctica interna no está tan presente”, observa Gadea. Estos “procesos dialécticos, que los hacía públicos”, eran uno de los factores que fortalecían al FA “como partido catch all, lo cual hoy está en un segundo plano”.

En su opinión, “la unidad frenteamplista es un valor de marca del frenteamplismo, un ponderable muy grande”, pero también es cierto que “dejar abierto el espacio para que la coalición multicolor sea la que logra generar esos procesos dialécticos y catalizar mayor cantidad de apoyo ciudadano puede ser un juego que termine siendo contraproducente para el FA, porque es el juego que sabía jugar el FA”. “Obviamente, el FA está tratando de mostrar que la coalición multicolor no logra ese nivel de cohesión interna porque, entre otras cosas, sus socios, a diferencia de los del FA, son socios competitivos: todos quieren posicionarse de forma tal de que en 2024 el candidato a la Presidencia sea de su partido”, añade Gadea.

Las organizaciones sociales se rearman

Al cambio de gobierno y de signo político se le sumó ‒sólo 13 días después‒ la llegada de la pandemia de coronavirus, que trajo aparejada una crisis socioeconómica. En este contexto, la actividad de la militancia social se vio afectada, como todas las actividades que implican movilidad, y las organizaciones y colectivos de izquierda debieron reconfigurar sus reivindicaciones y métodos de lucha. Desde hace al menos tres meses, el referéndum contra la ley de urgente consideración (LUC) se convirtió en la causa unificadora de buena parte de los movimientos populares, aunque un eventual fracaso podría significar la legitimación de lo que se pretende revocar.

Gadea señala que “todavía la izquierda social no ha logrado rearmarse”, lo cual está directamente vinculado a que el “año covid” hace difícil “posicionar cualquier tema en la agenda, porque cualquier tema es opacado automáticamente por la cantidad de muertos o contagiados que hay por día”. Para Buquet hay un “fuerte interés” de las organizaciones sociales de izquierda en “reflotar su actividad militante y reactivar su funcionamiento a través del referéndum contra la LUC”. “No es que hayan estado inactivas, pero haber tenido un gobierno amigo por un lado los hizo crecer en afiliados e influencia, aunque también las hizo descansar un poco en la actividad de la militancia”, explica. “Creo que las organizaciones sociales están fortaleciéndose rápidamente y en alerta. Al estar el FA fuera del gobierno, estos ámbitos, donde predominan las posiciones de izquierda, funcionan mejor, porque no hay que olvidarse de que las organizaciones sociales más grandes tienen, en su mayoría, dirigentes frentistas. Entonces es más fácil ponerse de acuerdo contra el gobierno cuando no es del FA”, apunta Buquet.

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