Gustavo Salle comenta un programa periodístico del canal 12 que entrevista al expresidente Julio María Sanguinetti. Está parado en el living de una casa, y a sus espaldas hay un cartel con el lema que lo identifica: “Identidad soberana”. En el video, colgado en su Facebook esta semana, utiliza uno a uno los conceptos que según los politólogos Camilo López (Universidad de la República) y José Antonio Sanahuja (Universidad Complutense de Madrid) caracterizan a las nuevas “derechas neopatriotas”.
No es el único dirigente político en Uruguay que repite ideas y conceptos manejados a nivel internacional por la ultraderecha. Algunos referentes de Cabildo Abierto (CA), como los senadores Guillermo Domenech y Guido Manini Ríos, comparten una manera similar de concebir la política internacional, la soberanía y lo popular.
Estas características de los “neopatriotas” son descritas por López y Sanahuja en un artículo publicado el año pasado en la revista Conjuntura Austral, del Programa de Posgraduación en Estudios Estratégicos Internacionales de la Universidad Federal de Río Grande del Sur. Para los autores, el eje que mejor separa estas nuevas derechas del resto del espectro político es el eje globalización-antiglobalización.
“La categoría de neopatriota abarca a distintos partidos y movimientos políticos de extrema derecha que reivindican el nacionalismo y, en consecuencia, se oponen al multilateralismo y a cualquier norma global o regional que limite, en cuanto régimen internacional, la soberanía nacional”, describen los politólogos en el artículo denominado “La nueva extrema derecha neopatriota latinoamericana: el internacionalismo reaccionario y su desafío al orden liberal internacional”. En ese marco, “la globalización, las normas internacionales y el cosmopolitismo se definen como amenazas existenciales, que disgregan la comunidad y destruyen la tradición que la define”. Esto explica, entre otros factores, la oposición de estos sectores a la agenda de género y diversidad, que definen como “ideología de género”.
Los neopatriotas son también antielitistas y reivindican lo popular. En sus discursos, se dirigen a ciudadanos frustrados o desconformes con el sistema político y la globalización, en una lógica narrativa que constantemente construye al “enemigo”. Actores tan diversos como organizaciones de la sociedad civil, líderes políticos progresistas y organizaciones multilaterales son acusados de ser parte de “una supuesta élite globalista que propaga el marxismo cultural”, indica el artículo.
En el mencionado video, Salle promete explicar, en forma práctica, “cómo funciona el nuevo orden mundial, es decir, esa tecnoestructura que han generado los megarricos para la dominación total y absoluta”. Cuestiona al “periodismo mercenario al servicio de la élite hegemónica” y a la “putrefacta casta política, títeres de esa élite”. Se queja de que el “nuevo orden mundial liquida” a la familia y a la propiedad privada y denomina “plan macabro” a la agenda 2030 de las Naciones Unidas.
En una lógica similar pero sin tantos adjetivos, Manini Ríos dijo en el Parlamento en agosto del año pasado, en el marco de una crítica a la actuación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el caso Gelman, que anteponer tratados internacionales a la Constitución “es aceptar que se nos gobierne desde afuera” y es propio “de quienes exhiben con orgullo su cipayismo apátrida. Habrá uruguayos genuflexos felices de este tipo de dependencia, pero no es ese nuestro caso. Por eso reivindicamos nuestra soberanía nacional”. Un mes después, también en el Parlamento, Domenech aseguraba que hasta el surgimiento de CA la ciudadanía uruguaya estuvo “obligada a consumir un menú político insulso, cuando no destructivo, de las tradiciones sociales, políticas y jurídicas de nuestra nación, que pretendía la imposición de modelos foráneos, ajenos a los deseos y las necesidades de nuestro pueblo, muchas veces alentado por organizaciones privadas generosamente financiadas desde el exterior” y cuestionaba “consignas impuestas internacionalmente por los grandes centros de poder mundial que, sin chistar, han seguido gobiernos que se autocalifican de izquierda o derecha”.
Sobre la presencia de esta nueva derecha neopatriota en Uruguay, la diaria conversó con Camilo López, doctor en Ciencia Política, docente e investigador.
¿El discurso de Gustavo Salle puede considerarse de derecha “neopatriota”?
Es profundamente neopatriota. Viene en clave de lucha contra los valores de la globalización. ¿Por qué es de derecha y entronca con los antivacunas? Porque hay un combate a las teleologías del progreso, del avance. Hay una especie de mirada nostálgica hacia una Arcadia regresiva, hacia un pasado en que todo era distinto y no se alteraba el orden. Estas derechas son animales diversos que tienen como elemento central la reacción. Son derechas antiglobalistas y, por lo tanto, profundamente nacionalistas, y más que nacionalistas, soberanistas, con una redefinición de qué es lo nacional y qué es lo popular, con un discurso antielitista.
¿Qué similitudes hay con los discursos de CA, y qué diferencias también? Porque el ministro de Salud Pública es de CA y no tiene una posición anticientífica ni antivacunas.
Creo que lo que los asemeja es el antiglobalismo, que tiene expresiones diferentes. Cuando uno mira el antiglobalismo en el discurso de Salle, es un antiglobalismo que, en términos sanitarios, tiene un cuestionamiento al orden internacional liberal en términos de gobernanza de los temas de salud, a la Organización Mundial de la Salud, a los procesos políticos multilaterales. Hay un descrédito de las instituciones del orden liberal internacional de la globalización pos Segunda Guerra Mundial. Ese es un primer componente, que se asemeja a CA, que también en algunas cosas va a discutir el orden liberal internacional, también en clave de soberanía, pero no en el ámbito de la salud. Por ejemplo, cuando desde CA discuten el papel del derecho internacional en temas de derechos humanos, la idea de la no intervención.
Por otro lado, está el cuestionamiento a las élites, y una construcción de imagen de las élites. Esa construcción de imagen son las banderas en el Obelisco en Argentina que dicen: “Soros o Perón”. De alguna forma, cuando Salle levanta una crítica contra las élites transnacionales, contra la cleptocorporatocracia global o el Estado narco-forestal-celulósico, es esta idea antielitista de una élite nacional entreguista, traidora a la soberanía nacional –cuando dice, por ejemplo, que los legisladores son reos de lesa nación o de lesa patria–. Cuando hace ese discurso anti Bill Gates y anti George Soros, es ese antielitismo. Esta cuestión se asemeja a discursos de otrora, con carga antisemita, sobre la burguesía global. Es la derecha que está yendo contra la derecha globalista del Foro de Davos. También rechazan la noción del experto, del técnico, del tecnócrata, y de alguna forma promueven la devolución del poder a la persona común. Es aquel discurso del brexit que te decía: “Tome usted el control de vuelta, usted que está en un pueblito en el interior de Birmingham”. Y CA también tiene un discurso contra el capital transnacional y contra la extranjerización en clave soberanista, que también es una crítica a las élites, con un perfil distinto pero con un contenido similar. Es esta idea de soberanía y de nación homogénea, que desconfía de las diversidades, que homogeniza en función de un sentimiento patrio que está por encima de los individuos. Es una reivindicación de una construcción política en clave de nosotros y ellos, en que “ellos” amenazan la tradición, los valores, la nación, y son antipueblo. Es una crítica a las élites de afuera y de adentro, y por lo tanto tiene ciertos componentes antipolítica.
En el caso de CA, la derecha uruguaya también es vino nuevo en odres viejos: tenemos nuevamente un Manini, tenemos una línea de larga duración de la derecha uruguaya que muta y se transforma, que levanta legados, pero que se junta y actúa llamada por la reacción.
¿Cómo se explica el hecho de que a la última manifestación antivacunas que convocó Salle hayan asistido personas que se autoidentifican de izquierda? ¿Este tipo de discursos son sólo de derecha?
Mi sensación es que en una marcha como la que hubo el otro día confluyen antiglobalistas en general, que algunos pueden tener autoidentificaciones de izquierda y criticar la globalización neoliberal. Se puede ser antiglobalista de izquierda, el problema es que no se puede ser antiglobalista de izquierda cuando se ataca la agenda posmaterialista y se combate, por ejemplo, la “ideología de género”. Y de alguna forma, cuando se coloca el tema de la salud global desde una mirada hiperconspirativa –esto se emparenta con la alt-right, con la derecha radical gringa, con QAnon– están convergiendo en una agenda con la derecha antiglobalista. Cuando vos ves la acción de la derecha antiglobalista en temas de salud global, ves que votan en Naciones Unidas en contra de la gobernanza en salud, sacan temas de salud sexual y reproductiva. O sea, terminan convergiendo hacia un lado. Probablemente Salle mueva mucho antiglobalista en general, que se siente en distintos lugares, pero después ese movimiento tiene un efecto, una convergencia con una agenda que hoy es una agenda de la nueva derecha uruguaya. Yo me puedo decir de izquierda, pero puedo hacer cosas que contribuyen a la construcción de una agenda de derecha en Uruguay.
¿Pensás que esta nueva derecha puede volverse más masiva en Uruguay en un futuro?
No tengo ni idea, es muy difícil de pronosticar. Desde el punto de vista global, las nuevas derechas son un fenómeno que se puede explicar como un fenómeno internacional. Estas nuevas derechas son hijas de la crisis de la hegemonía del orden de la globalización. Mi sensación es que, si esto tiene una cuestión de cambio estructural, capaz que la pandemia no los mata. Yo no sé si la pandemia, el mal desempeño o la derrota electoral los termina como movimiento. Representan una porción de la sociedad, de Uruguay. De alguna forma CA se transformó en una opción para un electorado que ya existía, que votaba en otro lado pero que ahora tiene un espacio propio. Hay una explicación global de este fenómeno, pero también hay una explicación nacional, un derrotero de la derecha uruguaya que se ha unificado desde la reacción. En el siglo XX, son la república conservadora del freno al batllismo del 16 en adelante, es el pacto de [Gabriel] Terra y [Luis Alberto de] Herrera en el golpe de marzo de 1933, es la derecha anticomunista que empieza a crecer en los 50 con el ruralismo, y después se estabiliza en los 60 con una derecha que se transforma en golpista en los 70. Esta idea de reacción, que va cambiando de piel pero teniendo esta línea de larga duración. Esta nueva derecha uruguaya está ambientada por un proceso de cambio global y revive las raíces que vienen del ruralismo, de esa interpretación de la hispanidad, de lo latinoamericano, de lo nacional-popular, hasta en una clave “antimperialista”.
En el artículo sostienen que estas derechas neopatriotas son antidemocráticas. Pero CA se integró al sistema electoral y hoy tiene representantes en el Parlamento. ¿En qué sentido dirías que es antidemocrático?
Hay un discurso en general de estas derechas, que creo que les cabe a las dos, que por antielitistas, tienen una visión reaccionaria frente a la política. Cuando uno empieza a considerar la actividad de los políticos como una actividad con atisbos de corrupción o ciertos elementos, eso desprestigia a la política, y en ese sentido degrada la democracia. Y después hay agendas que se promueven que tienen tintes antidemocráticos. La democracia es algo más que las reglas de juego. Las reglas de juego son básicas y son hipernecesarias en términos de cómo procesamos nuestros conflictos. Pero cuando estos grupos atentan contra derechos que fueron construidos y disputados políticamente en el espacio público, están afectando la democracia. No necesariamente estas nuevas derechas destruyen u horadan la democracia de la misma forma en que lo hacían otras en otro momento. Creo que la nueva derecha uruguaya tiene discursos que al oponerse a ciertas agendas de derechos o al reivindicar elementos autoritarios de nuestro pasado, lentamente va impactando sobre el discurso democrático en el país.
¿Cómo ha reaccionado el sistema político tradicional uruguayo frente a la emergencia de estos actores? Algunos politólogos, como Daniel Chasquetti, insisten en la idea del cordón sanitario. Pero CA no sólo conforma la coalición de gobierno, sino que ha convergido puntualmente con el Frente Amplio en el Parlamento, en el tratamiento de algunos proyectos de ley.
En el mundo ha ocurrido una estrategia doble: la idea de incorporarlos al sistema o de hacerles un cordón sanitario. Hay algunos analistas y trabajos que muestran que aliarse con la ultraderecha a largo plazo es un problema. Yo tiendo a pensar que estas nuevas derechas tienden a horadar el sistema de una forma mayor, pero es mi percepción, el futuro dirá. CA además es un partido que es necesario para la coalición para mantener la gobernabilidad, para poder tramitar una agenda, y eso va a afectar y afecta la agenda de políticas públicas del gobierno. Y, por otro lado, CA y estas nuevas derechas en este perfil antiglobalista corren el eje en algunas discusiones y pueden parecer atractivas para algún tipo de acercamiento o de acuerdo con una izquierda con la que pueden coincidir en temas puntuales. Ahí me parece que en el fondo hay una discusión muy conceptual: si los actores se van a mover con base en intereses y cálculos estratégicos para mover la agenda o van a tener elementos ideológicos que les permitan mantener ciertas fronteras.
El crecimiento de la nueva derecha en Uruguay tiene mucho que ver con el desempeño de la centroderecha uruguaya, porque si la centroderecha uruguaya tiene un muy mal desempeño gubernamental puede generar un espacio para el crecimiento de esta derecha radical, como pasó en Brasil.