“Una inmensa potencia explosiva”. Así titularon el historiador Roberto García Ferreira y sus colegas el proyecto de investigación que desarrollan, centrado en la “cuestión cubana” y el sistema interamericano entre los años 1959 y 1964. En el marco de sus investigaciones sobre Cuba, García Ferreira ha viajado en varias ocasiones a la isla para consultar archivos. En esta ocasión, el consultado fue él, por la diaria, a raíz de las repercusiones que tuvieron en Uruguay las protestas que se desataron en Cuba a partir del 11 de julio.
¿Por qué Cuba es recurrentemente objeto de debate en Uruguay, y no existe la misma sensibilidad respecto de manifestaciones o de regímenes de otros países de América Latina? ¿Cuál es la raíz histórica de esto?
Lo que denominamos, a partir de la Revolución cubana, como “cuestión cubana”, tiene una larga historia. Cuba fue un ícono del imperialismo estadounidense, de cómo Estados Unidos se pensó como imperio. La política exterior de Estados Unidos, a su vez, tiene algunos componentes teóricos, que son el temor a la revolución, el racismo, la consideración de los latinoamericanos y particularmente de los cubanos como personas a las que les cuesta gobernarse por sí mismos y les cuesta ser democráticos.
Algo que se pierde de vista es que, para Uruguay, más allá de la distancia que tenemos respecto del Mar Caribe, asuntos como los de República Dominicana, Cuba o la misma Haití fueron importantes. Fulgencio Batista, un militar cubano que ya era una figura relevante en los 30 y que en 1952 dio un golpe de Estado, genera mucho rechazo en las autoridades políticas uruguayas, particularmente en los senadores y diputados del Partido Nacional y del Partido Colorado. Cuando se debate en el Senado sobre si reconocer o no reconocer a Batista, tienen palabras desagradables hacia él, y lo califican como un profesional del golpe de Estado. El embajador de Batista en Montevideo decía que Uruguay iba a ser el país de América Latina más difícil para que los reconocieran, porque hay una tradición antimilitarista, pero por otra parte Uruguay es un celoso defensor de la democracia regional. Finalmente, en el contexto de que todos reconocieron al régimen cubano, Uruguay lo reconoció también.
En este tema Uruguay jugó una especie de rol mediador, porque éramos una democracia que tenía partidos más estables, una institucionalización más estable que la de otros países de América Latina. Manteníamos relaciones con el mundo comunista, había embajada de la Unión Soviética y de otros países de la cortina de hierro en Montevideo, entonces teníamos esa suerte de buena imagen en el concierto latinoamericano.
En Cuba, la represión, sobre todo a partir del año 1956, era terrible. Los informes del embajador de Uruguay en Cuba son impresionantes acerca de lo que era el estado represivo en el que se vivía. Durante todo el período de la dictadura de Batista, la misión uruguaya en La Habana sirvió de refugio y asilo político para revolucionarios cubanos que estaban allí. Y uno de los que salvó su vida fue el rector de la Universidad de La Habana, Raúl Roa, más tarde uno de los cancilleres más importantes de Cuba, quien tenía un excelente vínculo con el embajador uruguayo. No sólo el embajador uruguayo se dedicó a salvarles la vida a varias personas, sino que las instrucciones del Consejo Nacional de Gobierno fueron muy claras: “Uruguay tiene una tradición muy amplia para intentar salvarles la vida a refugiados políticos, todo lo que usted pueda hacer, lo hace”.
Uruguay se involucró mucho en el proceso cubano. En la prensa de los años 50 está la cuestión cubana desde el lugar de la solidaridad. Por ejemplo, Luis Batlle Berres recibe a un enviado de Fidel Castro durante la ofensiva final [de la Revolución] de 1958, quien le presenta un memorándum buscando el reconocimiento internacional en caso de que efectivamente se triunfara. En cambio, el representante diplomático de Batista se quejaba de que hacía como tres meses que estaba pidiendo una entrevista al Consejo Nacional de Gobierno sin éxito.
Y todo eso explica por qué, cuando la Revolución cubana triunfa, se produce un inmediato reconocimiento, una especie de consenso; la Revolución cubana es saludada por todo el espectro político: el Partido Colorado, el Partido Nacional. Llegan los primeros revolucionarios cubanos y el gobierno hasta les paga la estadía. Hay un acto importante, con muy numeroso público, en la plaza Libertad, y el gobierno es muy cálido. Cuando Fidel Castro llega a Montevideo, los actos son muy masivos, va mucha gente al aeropuerto. Hasta el diario El País saluda a Fidel Castro.
¿Y por qué razones se produce el quiebre, y el Partido Colorado y el Partido Nacional le retiran su apoyo a la Revolución cubana?
Hay un primer punto de quiebre que es la reforma agraria en Cuba. Ahí es el inicio de alguna sospecha de comunismo, y comienzan las preguntas insistentes sobre cuándo va a haber elecciones. En julio o agosto de 1959 se comienza a tratar el tema cubano en el sistema interamericano, como parte de las preocupaciones en el Caribe.
El momento inicial de crispación con la cuestión cubana es a partir de la visita [del presidente estadounidense Dwight] Eisenhower a Montevideo, en marzo de 1960. Hay manifestaciones muy fuertes en la Universidad de la República, en el Parlamento. Recién asumía la presidencia rotativa del Consejo Nacional de Gobierno Benito Nardone [dirigente nacionalista ruralista y anticomunista], y con él llegaba como jefe de Policía de Montevideo Mario Aguerrondo. La policía reprime muy duramente las manifestaciones contrarias a la presencia de Eisenhower. El presidente de Estados Unidos trae para discutir en privado con los presidentes del Cono Sur un proyecto para intervenir en Cuba, de la misma forma que lo había hecho en Guatemala. Y cuando regresa del Cono Sur, le firma la orden a la CIA para que el equipo de trabajo que había implementado la operación encubierta en Guatemala se pusiera a trabajar en una operación similar contra Cuba, que va a ser Bahía de Cochinos.
A partir de la cuestión cubana, hay un manejo muy fuerte de la gran prensa, sobre todo de los diarios El País y La Mañana, de que adentro de la Universidad de la República se estaba conformando una especie de soviet pro cubano. La documentación de la inteligencia policial uruguaya muestra ese proceso que llamamos de radicalización anticubana de la Policía, en diálogo con la CIA y con otros servicios de inteligencia similares de la región.
El anticomunismo tradicionalmente se expresaba mirando a la Unión Soviética, a Moscú. Pero la cuestión cubana fractura esto claramente, y hay un desplazamiento desde Moscú a La Habana como centro de gravedad. Lo sucedido en Cuba es radical porque similares condiciones de desnutrición, analfabetismo, inequidad y problemas estructurales hay en todos los países de América Latina, y el proyecto cubano estaba mostrando la alternativa de un proyecto diferente, y era muy seductor porque había problemas similares a los de Cuba en muchos otros países de América Latina.
¿Cuál fue el papel que jugó Estados Unidos en todo este proceso?
El papel de Estados Unidos es claro, porque hay una relación privilegiada y estrecha de la Policía, que viene de la Segunda Guerra Mundial y desde el inicio de la Guerra Fría, primero con el FBI y después con la estación de la CIA en Uruguay desde 1947. Pero en el caso de Cuba, más allá de Estados Unidos, son las propias agencias latinoamericanas las que están compartiendo información, porque Cuba está generando un problema interno, incide en la agenda doméstica, es un foco que permite discutir la viabilidad de la revolución armada latinoamericana. Eso se toma muy en cuenta por parte de la Policía. Antes, cualquier apellido eslavo o cualquier cosa que tuviera que ver con el mundo comunista era registrado, pero ahora vemos una centralidad muy evidente a partir de Cuba. A muchas personas que no tenían antecedentes policiales registrados ‒por ejemplo, periodistas o activistas estudiantiles‒ a partir de que empiezan a firmar cartas de solidaridad respecto de Cuba, ya desde 1959, se les inician prontuarios policiales. Carlos Quijano no tenía antecedentes policiales; el primero es a partir de su identificación o su defensa de la Revolución cubana, y así con mucha otra gente. Eso va a ir creciendo a lo largo de la década, con mucha intensidad. Los cubanos decían que el Comité de Solidaridad con Cuba en Uruguay era el más importante de América Latina, no por su tamaño, sino por el nivel de movilización y por la gente que estaba en él. Uruguay era un país interesante para la CIA y para la Unión Soviética.
Actualmente, en los discursos críticos con Cuba, uno de los énfasis está puesto en la no realización de elecciones en ese país. ¿Ese argumento también estaba presente en los años 60?
Estaba presente la temática de las elecciones, pero lo que más pasó a estar presente después fue el alineamiento [de Cuba] con la Unión Soviética. El alineamiento es lo que fractura definitivamente: “Bueno, ahora sí, a diferencia de Guatemala, Cuba se está alineando, está quedando entonces por fuera del sistema interamericano”. Hay un documento cubano muy interesante, en el que [el expresidente del Consejo Nacional de Gobierno, Eduardo Víctor] Haedo dice: “Bueno, yo le dije a Fidel Castro que ese fue el error, alinearse con la Unión Soviética, porque ahora sí que les iban a tirar con todo”. Eso desata el viejo anticomunismo, los viejos temores, que fogonea la prensa desde el año 1961. El anticomunismo, de acuerdo a lo que vemos en la prensa y en entrevistas, trascendía a Montevideo, en el sentido de que cualquier expresión de solidaridad con Cuba en departamentos como Tacuarembó, Rivera o Maldonado, generaba un amplio rechazo de las poblaciones locales, y eso lo vemos muy especialmente en la documentación cubana, que era muy puntillosa en anotar las expresiones de anticomunismo que estaban creciendo de manera desproporcionada en 1961, con un protagonismo de la Iglesia católica muy importante también. Ese es el punto de quiebre.
¿Cómo deben analizarse los argumentos actuales a favor y en contra de Cuba en perspectiva histórica? Para cualquier persona que se considera demócrata, si alguien sostiene que en Cuba no hay elecciones, podría ser un argumento perfectamente atendible. ¿Ha cambiado el sustento de las críticas, o es el viejo anticomunismo que sigue vigente?
Yo creo que es el viejo anticomunismo que sigue vigente, y que se expresa en otros procesos latinoamericanos y globales. Pensemos, por ejemplo, en España, o en otras cosas que están aconteciendo en Europa, donde hay un reverdecer del anticomunismo. Hay una nueva apelación en clave anticomunista que es bastante propia de la Guerra Fría y que es interesante analizarla históricamente, y que vuelve a aparecer. Y ojo que el anticomunismo es anterior a la Guerra Fría, es un dique de contención ante cualquier proyecto que busque cuestionar o erosionar un orden social. Entonces, la cuestión de las elecciones es un argumento atendible, pero claro, ese argumento atendible debe estar atravesado porque hay otros procesos eleccionarios en América Latina, u otros procesos golpistas, que no merecen tanta atención como Cuba, y eso es lo que llama la atención. El hecho de que se haya descubierto la asistencia del gobierno de [Mauricio] Macri al golpe en Bolivia, que se encuentre un documento con evidencia del apoyo de ciertas armas para reprimir, más la participación de la OEA [Organización de los Estados Americanos], más el hecho de que el avión presidencial boliviano fue 32 veces a Brasil...
La derecha uruguaya ni siquiera calificó de golpe de Estado lo que pasó en Bolivia.
Nada. Entonces, es complejo, ¿verdad? Esas cosas lamentablemente no generan tanto rechazo, o parecen ser naturalizadas, o son ignoradas o banalizadas, pero en realidad es un hecho grave. En clave presente, la historia explica mucho por qué Cuba moviliza tantas cuestiones que otros procesos latinoamericanos no. Otra cosa, lo de Haití: imaginate vos que se hubiera descubierto que militares formados por Cuba asesinan al presidente de Haití. ¿Qué dirían las cadenas internacionales? Bueno, pasó lo mismo con Colombia: militares colombianos, relacionados con el narcotráfico, participaron directamente de un magnicidio, y esas cosas no generan rechazo, no generan información. O las elecciones fraudulentas en Honduras y su proceso posterior.
En cuanto al posicionamiento del gobierno uruguayo, primero resulta complejo explicar la prontitud para expresarse contra la “dictadura” cubana y en pro de la defensa del derecho a la protesta, y el manifiesto silencio ante protestas mucho más masivas en Chile, Colombia, Ecuador, Bolivia y Honduras, que han sido sistemática y duramente reprimidas. Esas manifestaciones derivaron en crecientes mutilaciones oculares, violaciones a mujeres, apaleamientos e incluso desapariciones. Por no mencionar la deriva crecientemente autoritaria y golpista del propio Jair Bolsonaro en Brasil, secundado por grupos militares que semana a semana amenazan con boicotear el proceso eleccionario. Algo similar puede apreciarse en el silencio presidencial y de la propia cancillería ante el descubrimiento del envío de armas a Bolivia por parte del expresidente argentino, o acaso ante la confirmación de la participación de militares colombianos ‒formados en la ex Escuela de las Américas‒ en el magnicidio del presidente de Haití.
¿Y cómo se explica el posicionamiento de la izquierda respecto de Cuba? Muchas veces está atravesado por un sentimiento que parece que impidiera analizar críticamente la situación en ese país. Desde una visión liberal, el gobierno cubano puede calificarse de autoritario, pero las visiones liberales dentro de la izquierda tampoco lo cuestionan, ¿por qué?
Y porque ese sentimentalismo, que arranca desde el clásico intervencionismo de Estados Unidos derrotando procesos latinoamericanos permanentemente, produce lo contrario en el caso de Cuba. Cuba sigue siendo algo así como el ícono de la resistencia al poder del imperialismo. Evidentemente, Cuba, al ser parte de América Latina, tiene problemas similares a los de otros países, agravados por el bloqueo. Ahora, la tramitación de estos temas dentro de la izquierda históricamente ha sido compleja. No es nuevo esto. Y yo pienso que hay cálculos políticos permanentes. De todas maneras, han existido algunos que han dicho alguna cosa sobre Venezuela, por ejemplo. Pero yo lo ato con esa historia también problemática, y lo ato a que Cuba es un tema todavía demasiado sensible para la izquierda latinoamericana.
Para muchos liberales esta posición respecto de Cuba los aleja de la izquierda, no se comprende cómo se puede apoyar el control sobre las manifestaciones culturales, sobre la libertad de expresión, que son valores muy importantes desde esta perspectiva.
Sí, y que forman parte además de cómo me parece a mí que la vieja dirigencia cubana no está entendiendo ciertos procesos locales. Y no está calibrando el impacto de las redes sociales y el impacto que tiene el hecho de que se va perdiendo la sensibilidad por aquellos viejos procesos revolucionarios, porque es evidente. La distancia te va alejando, y las nuevas generaciones parecen no tener un compromiso tan radical con lo que era la Revolución cubana. Eso no supone cuestionar el nacionalismo cubano y la defensa de la soberanía.