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Intervención urbana de FUCVAM, en Plaza del Entrevero (Archivo Agosto de 2018)

Foto: Ricardo Antúnez, adhocFOTOS

La otra ciudad: una aproximación histórico-conceptual al cooperativismo de vivienda por ayuda mutua en el Uruguay

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Más que unas casas

Las cooperativas de vivienda integran el paisaje urbano uruguayo desde hace más de cinco décadas. Fácilmente identificables, generalmente se alude a determinadas características constructivas, ordenamiento espacial y funcionalidades de convivencia, que hace que las cooperativas sobresalgan en el entramado urbano. Las originales banderas, la “casita de Fucvam”,1 protestas y marchas pautadas por la presencia masiva de familias, la alegría y los colores, la perseverancia, asambleas multitudinarias y jornadas de trabajo solidario son otros de los signos de identidad del movimiento cooperativo de viviendas. ¿Qué hace tan particular a este actor social, cuyo modelo ha sido replicado en más de una docena de países, visitado de manera permanente por técnicos y activistas, estudiado en muchas universidades, dos veces premiado en UN Hábitat y activo animador de los movimientos antiglobalización y altermundistas?

Los orígenes

Las primeras cooperativas de vivienda se originan en 1966 en el interior del país: Cosvam en Salto (integrada por trabajadores ferroviarios), Isla Mala en 25 de Mayo, Florida (con mayoría de trabajadores de tambos) y Éxodo de Artigas I en Fray Bentos (trabajadores municipales). No eran más de 90 familias en total y, al carecer de marco jurídico, realizaron su gestión como cooperativas de consumo.

Uno de los antecedentes del surgimiento de estas experiencias está relacionado con las tareas que llevaba adelante la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), a la que se había encomendado la realización de un diagnóstico amplio de la situación del país, incluida una mirada específica en la temática de vivienda. La CIDE fue una suerte de respuesta a la crisis que comenzaba a afrontar Uruguay al inicio de la década de 1960, a partir de la redistribución internacional de posguerra, el inicio del camino de los empréstitos y las transformaciones políticas que van a sobrevenir en los años siguientes.

El diagnóstico de vivienda realizado por la CIDE dejó al desnudo una cruda realidad en la que se evidenciaba un progresivo aumento de la pobreza urbana con su consecuente demanda social y la falta de planificación e institucionalidad para afrontar el problema. Una de las virtudes de este trabajo estriba en que el enfoque llevado adelante se hizo de manera integral y permitió visualizar el estado de cada uno de los factores que componen el problema de la vivienda, y al mismo tiempo sentar las bases para proponer planes y soluciones.

Las tres cooperativas fueron promovidas por el Centro Cooperativista Uruguayo y financiadas con un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Mucho se ha especulado sobre el origen de la idea y resulta difícil establecer con claridad el punto de inicio. Daría para pensar que en la coyuntura analizada confluyen varios actores tales como el BID, la Organización de Estados Americanos, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y las corrientes desarrollistas, además de la promoción del asociativismo por parte del social cristianismo.2

Gran parte de la experiencia asociativa estaba ligada a las corrientes migratorias de fines del siglo XIX y principios del XX. Hacia 1966 Uruguay ya acumulaba unos 80 años de cooperativismo en diversas manifestaciones y grados de desarrollo. Las mutualidades de asistencia médica, las cajas de ahorro popular, las sociedades de fomento y un sinnúmero de expresiones solidarias, como la asistencia familiar y vecinal a los procesos de autoconstrucción, constituían una verdadera “cultura” de la solidaridad y el apoyo mutuo. Un número muy importante de los nombres de los barrios de nuestras ciudades refieren a las colectividades que originalmente allí se asentaron o las obras sociales que se encararon a los efectos de fortalecer los lazos y preservar las identidades culturales de la población migrante.

El emprendimiento colectivo que proponían las cooperativas no era ajeno ni impropio en el imaginario popular. Numerosos cooperativistas de la generación fundacional reafirman la naturalidad con la que la masa social adhería al proyecto cooperativo y cómo “desde afuera” se les tildaba de quijotes o “locura” sin que a ellos les afectara en lo más mínimo (ver recuadro).

Los sindicatos

En 1965 se celebró el Congreso del Pueblo y se concretó el largo proceso de unificación sindical por medio de la Convención Nacional de Trabajadores. En el programa emergente del Congreso se propone avanzar en un plan de viviendas, para lo que luego la Convención llamaría a formar departamentos de Vivienda en los sindicatos y federaciones. Otra resolución importante es el reclamo de una reforma urbana, asociada a la reforma agraria y cuestionando de la misma manera la tenencia de la tierra. Esta propuesta se adelanta al menos unas dos décadas a la irrupción de los movimientos pro reforma en las ciudades latinoamericanas.

Estos elementos van a colocar, de manera permanente, el tema de la vivienda en la agenda de los sindicatos.

También hay que señalar algunos episodios más empíricos y escasamente registrados, como las numerosas visitas de delegaciones sindicales a las tres primeras experiencias cooperativas que se menciona en este artículo.

Las territoriales

Además de las cooperativas de origen sindical, existe otro tipo de cooperativa a las que se denomina “territoriales”. Estos grupos se originan a partir de otras organizaciones sociales o en episodios focalizados territorialmente.

Corresponde señalar que en la etapa fundacional las cooperativas territoriales eran minoría en relación a las sindicales. En los últimos años esa ecuación se revirtió y las cooperativas que surgen en el territorio son amplia mayoría. Muchos de estos grupos han surgido en ocupaciones de tierra, en desalojos o, en el caso de Montevideo, al amparo de los organismos de descentralización como han sido los Centros Comunales Zonales y los Concejos Vecinales.

La “Ley madre”

Durante parte de 1967 y todo 1968 el Parlamento uruguayo discutió en un proceso abierto y participativo, como pocas veces, un proyecto de Ley Nacional de Vivienda. La Ley 13.728 fue aprobada horas antes de la Navidad de 1968 y entre otras cosas generó una ingeniería institucional muy importante y avanzada para la época.

A los efectos de concentrar los esfuerzos financieros crea el Fondo Nacional de Vivienda (FNV), sustentado por impuestos a las retribuciones y obligaciones reajustables. Para una mejor administración y como plan maestro, instituye el Plan Nacional de Vivienda y para el manejo de este andamiaje crea la Dirección Nacional de Vivienda (Dinavi) como organismo político responsable de las propuestas habitacionales del país.

En el contexto de crisis de 1968, la ley prevé un instrumento financiero de gran utilidad: la unidad reajustable, una “moneda de vivienda” que irá absorbiendo los costos inflacionarios a los que el país estará expuesto durante buena parte de la vigencia de la ley.

El capítulo 10 de la ley está consagrado a las cooperativas de vivienda. En 1969 se promulga el Decreto 633/69, que establece las condiciones reglamentarias frente al masivo crecimiento del sistema cooperativo.

El período de vigencia de la Ley 13.728 se va a dar entre 1968 y 1975. A partir de entonces se sucedieron una serie de mutilaciones y mutaciones que cambiaron radicalmente su esencia y cometidos.

La Fucvam

El 24 de mayo de 1970 se inauguró la cooperativa Isla Mala y hacia allí partieron delegaciones de ocho cooperativas de todo el país. Durante 1969 había funcionado el Secretariado General de Cooperativas y se habían realizado tres encuentros nacionales. La inauguración de la primera cooperativa era la excusa más que indicada para dar un salto en calidad organizativa y fundar la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (Fucvam).

El propósito fundacional puede desdoblarse en dos objetivos: uno pragmático y otro programático.

En relación al primero, las cooperativas fundadoras visualizaban el enorme desafío que implicaba el desarrollo de los proyectos constructivos, pero al mismo tiempo no dejaban de apreciar la enorme oportunidad de transformarse en un gran actor movilizador de recursos.

En el aspecto programático, Fucvam no hace otra cosa que seguir el camino del Congreso del Pueblo y honrar la tradición unitaria que el movimiento sindical había puesto en práctica. En tal sentido los cooperativistas se reconocen como trabajadores en primer lugar y aspiran a “cambiar el mundo” y generar las condiciones para “una sociedad más justa”.

La Federación se concibe como una cooperativa de segundo grado por cuanto posee todos los órganos propios de una cooperativa y un sistema electoral y asambleario como base de su democracia interna.

Lo interesante del caso es que los integrantes de sus organismos son propuestos por sus cooperativas de base y van a ser electos por el conjunto de las cooperativas. Esto es bastante particular, puesto que, a diferencia de los sindicatos y otras organizaciones, en Fucvam no se pensó en organizar propuestas electorales por medio de listas o agrupamientos político-gremiales.3 Este mecanismo le garantizó a la Federación una mayor legitimidad y representatividad en sus cuadros dirigentes, al tiempo de preservar su independencia relativa del sistema político.

No obstante lo expresado anteriormente, es dable registrar en el período fundacional la actuación de referentes partidarios, tanto técnicos como cooperativistas, vinculados al Partido Nacional, el Partido Colorado, el Partido Demócrata Cristianos, el Partido Socialista (ilegalizado en 1968), los Grupos de Acción Unificadora, anarquistas y un sector del Partido Comunista que sobrellevaría un debate interno durante muchos años sobre el proceso autogestionario de las cooperativas.

El inicio del movimiento cooperativo estuvo sustentado en apoyos políticos amplios y diversos.

La resistencia

A partir del golpe de Estado del 27 de junio de 1973, las condiciones sociopolíticas del país cambiaron radicalmente y las cooperativas también sufrieron las consecuencias de ello. Durante la dictadura los cooperativistas emprendieron una serie de iniciativas con las que trataban de mantener la cohesión y solidaridad internas.

En este período se vieron obligados a presentar a las autoridades de Inteligencia y Enlace de la Policía diversos recaudos. Para realizar una asamblea, la cooperativa debía pedir permiso y presentar su orden del día. Muchos puntos de la agenda podían aparecer suprimidos por la Policía y era frecuente que en las asambleas permitidas irrumpieran efectivos a inspeccionar y hasta a grabar los debates.

Esta situación de atentado directo a los derechos estatutarios fue subsanada por la creatividad de las cooperativas, que promovieron el festejo de cumpleaños y aniversarios de sus asociados en los salones comunales, lo que permitía un intercambio fluido de opiniones e información eludiendo el acoso policial.

La dictadura clasificaba a la ciudadanía en categorías A, B y C, de acuerdo a su fe democrática. En las cooperativas sucedía algo similar: cuando se convocaba a elecciones, cada una debía enviar la lista de cooperativistas habilitados para ser electos. La Policía, a su propio criterio, eliminaba los nombres que le parecía que no podían ser electos para dirigir el grupo cooperativo.

Esta disposición evitaba que compañeros y compañeras con mayor experiencia, con antecedentes sindicales o políticos, integraran los cuadros directivos de las cooperativas de base y, por supuesto, de la Federación. Sin embargo, la disposición no regía para las Comisiones de Fomento, encargadas del desarrollo comunitario y las iniciativas culturales en los barrios.

Esta particular situación tuvo dos consecuencias inesperadas pero altamente valiosas para el movimiento cooperativo. Por un lado, la imposibilidad de asumir los puestos de dirección para los cuadros políticos naturales de las cooperativas aceleró el proceso de formación de una camada nueva de directivos que normalmente hubiera tardado mucho más tiempo en concretarse. Por otro lado, el desplazamiento de los y las cooperativistas con mayor experiencia y formación de los Consejos Directivos los llevó a ocupar los lugares en las Comisiones de Fomento y a promover un amplísimo abanico de iniciativas en los barrios, con creatividad y con el horizonte de la resistencia al oscurantismo y la represión.

Los salones comunales de las cooperativas pasaron a ser el escenario de ensayo de la rebeldía democrática. En las cooperativas se multiplicaron los eventos, movilizando de manera silenciosa a miles de personas en actividades sociales que eran imposibles de reprimir sin pagar un alto costo político.

La respuesta política de la dictadura4 fue el bloqueo a los préstamos para las cooperativas y la dilación en los trámites de personerías jurídicas, la suspensión de los Institutos de Asistencia Técnica (IAT) y la reestructuración de todo el sistema de vivienda previsto en la Ley 13.728, transfiriendo los recursos del FNV a la promoción privada a través del Banco Hipotecario del Uruguay.

A esta altura, las cooperativas comenzaban a tener un rol significativo en la organización material de la resistencia. Con barrios e infraestructura en prácticamente todo el territorio nacional, era ineludible proponerse una acción política y no considerar las cooperativas en algún aspecto.

Para optimizar las obras y lograr un mejor rendimiento de las partidas presupuestarias de los préstamos, Fucvam había organizado una Central de Suministros cuyo cometido era la compra común y el estoqueado de materiales de construcción, distribución y hasta importación de estos. Para ello contaba con galpones, una flota de camiones y numeroso personal. No es una referencia casual: nuestra intención es resaltar el potencial económico5 que representaba el movimiento cooperativo en aquella época.

Algunas palabras finales, que no son un cierre

Durante las décadas de 1980 y 1990 gran parte de la sociología urbana estuvo ocupada tratando de definir y caracterizar una serie de movimientos y organizaciones sociales que desplegaban su presencia en diferentes ciudades del mundo. Dichas organizaciones se caracterizaban por tener reivindicaciones no tradicionales relacionadas con el ingreso o las condiciones del trabajo, que se centraban en elementos vinculados al consumo colectivo, a condiciones materiales de vida, al ambiente, la etnia o el género. En muchos casos se estructuraban movimientos que actuaban sobre plataformas de reclamos o propuestas multitemáticas, en alianzas más o menos permanentes y con interlocutores diversos.

Esta movida internacional coincidió con los programas de reajuste del capital, con el arrecio de las políticas neoliberales que conllevaron el despojo de las economías nacionales, la desarticulación de los estados y las políticas públicas, la privatización y el desamparo de millones de personas a lo largo y ancho del mundo. Como si fuera poco, también se sucedieron la caída de paradigmas y muros y el vano intento de convencernos de que asistíamos al final de la Historia (de NUESTRA Historia).

Los movimientos sociales nacionales e internacionales son polimorfos, abarcativos, tienen estructuras organizativas y políticas diversas y están en un proceso de negociación permanente con las organizaciones tradicionales de la clase obrera, desconfiados del sistema político, lo que redunda en una reivindicación tajante de la autonomía.

Visto en esta perspectiva, no estamos hablando de una simple federación de barrios cooperativos: Fucvam se fragua en la lucha por las libertades públicas, la vigencia del Estado de derecho, la búsqueda de los detenidos desaparecidos, la pérdida de empleos, contra la exclusión.

Las luchas particulares de Fucvam tienen dos componentes: la permanencia de quienes ya accedieron a su vivienda (mejores condiciones, subsidios, etcétera) y el reclamo para aquellas cooperativas que todavía no han podido construir (tierras, préstamos, etcétera). Esta vasta gama de situaciones está compuesta por un amplio conjunto de personas en situaciones diversas, que traslada a su cooperativa y a su federación inquietudes y propuestas. Personas que están habituadas a debatir y elaborar colectivamente, que han crecido en términos de contemplación crítica y rebeldía y saben que la realidad es modificable.

Como si fuera poco, la hospitalidad de Fucvam, ensayada, como se dijo, durante el período dictatorial, también se mantiene como un faro para otras organizaciones y personas. Fucvam logra incorporar agenda y sumar alianzas como parte de una estrategia de sobrevivencia aprendida durante la dictadura militar y en el enfrentamiento a las políticas neoliberales. La capacidad de resiliencia demostrada por el movimiento cooperativo es asombrosa, lo que demuestra que su fortaleza política se asienta en la solidez de criterio, en la independencia de clase y en las lecciones aprendidas tanto de las derrotas como de las victorias.

Quizá es tiempo de comprender que el movimiento cooperativo, además de miles de casas, es una sola casa y así, como dice Mario Benedetti “esta es mi casa, en ella sucedo”.

¿Qué es una cooperativa?

Una cooperativa es una entidad jurídica, registrada, con obligaciones y derechos. Es una empresa de construcción, sin fines de lucro, no capitalista, que forma parte de la esfera de la economía social.

Su mandato es construir viviendas y entregarlas a sus socios y socias, garantizando su bienestar y promoviendo acciones que mejoren la calidad de vida tanto en el plano material como en los aspectos culturales, sociales, físicos y ambientales.

Esta última afirmación es la que da pie a los versos de una canción de Rubén Olivera, “la casa es el principio, no el final”, que los y las cooperativistas transformaron en himno.(1)

Para construir es necesario constituir un capital, que se compone en 85% de un crédito hipotecario y el restante 15% aportado bajo la forma de horas de trabajo de la masa social, la “ayuda mutua”.(2)

De ese 85% de capital se van a destinar recursos para la adquisición de materiales e insumos, pago de salarios y obligaciones sociales, el terreno (hasta 10% del capital total), asistencia técnica (3) (7% más IVA del capital total) y todas las eventualidades que normalmente surgen en cualquier proceso constructivo.

El capital aportado por los socios (15%, que se traduce en una veintena de horas de trabajo semanal) debe ser organizado y potenciado de manera tal que se transforme en una variable de incremento de calidad constructiva o reducción de costos. Esto quiere decir que los y las cooperativistas pueden hacer tareas auxiliares, no calificadas o repetitivas, o, por el contrario, pueden avanzar en un mejoramiento de habilidades y contribuir al mejor desempeño en algunas áreas de la construcción.

A las obligaciones de la ayuda mutua, los y las cooperativistas deben adicionarles el componente de autogestión, que tiene que ver con los procesos de administración, búsqueda de precios y condiciones, compras, planificación y evaluación, contralor de horas y vigilancia de las instalaciones fuera de los horarios de trabajo. Huelga decir que una buena autogestión redunda en un mejor aprovechamiento de los recursos y optimización de los resultados.

Para llevar adelante el proceso cooperativo los Estatutos prevén el funcionamiento de varios órganos, algunos permanentes y otros provisorios:

La Asamblea General es el órgano máximo y se constituye con las y los socios titulares o representantes; toma las decisiones estratégicas y decide en materia económica y en todos aquellos asuntos que sean aceptados en su orden del día.

El Consejo Directivo es el administrador y ejecutivo de la cooperativa, vela por el buen relacionamiento.

La Comisión Fiscal es el contralor interno de la cooperativa, audita los movimientos económicos y el buen funcionamiento de los órganos.

La Comisión de Educación, Fomento e Integración Cooperativa es responsable de los proyectos sociales y comunitarios, de la educación cooperativa y de promover el relacionamiento entre la masa social.

La Comisión Electoral organiza los actos eleccionarios de la cooperativa.

Todos estos organismos son de carácter permanente y se renuevan en períodos y fechas estipuladas en los Estatutos.

Hay, además, organismos de carácter no permanente. Durante el período de construcción se constituye un Comité de Obra, para dar seguimiento al cronograma de obras; el Comité de Compras; el Comité de Ayuda Mutua, para organizar y controlar las horas de trabajo y sereneadas, al tiempo que también pueden formarse comisiones específicas para determinados trámites o tareas.

Cuando la cooperativa está construida suelen conformarse “subcomisiones” que toman a su cargo tareas específicas, como la administración del salón comunal, mantenimiento, deportes, guarderías, policlínicos, etcétera.

Todas estas tareas se realizan de forma honoraria.

Esta somera descripción de los organismos y tareas, a lo que debe sumarse las vicisitudes de cualquier grupo humano, nos da una idea cabal del proceso personal y colectivo que se experimenta en una cooperativa, tales como la construcción de identidades, la cultura del debate y la tolerancia, el ejercicio de la democracia directa a diario; factores que contribuyen de gran manera a la formación de una ciudadanía crítica y responsable al tiempo de la adquisición de habilidades prácticas que pueden variar desde cómo clavar un clavo hasta cómo interpretar un balance o leer un plano.

  1. “La canción de las cooperativas” de Rubén Olivera fue escrita en 1982 en el marco de la Cocoteca, una coordinación de actividades artísticas promovida por jóvenes cooperativistas. La canción fue grabada por la murga de niños El Firulete (Contrafarsa, de grandes) y por Vale 4, además del propio Rubén.
  2. La fórmula original 85-15 está prevista en la Ley Nacional de Vivienda, durante la dictadura militar y en el segundo gobierno del Frente Amplio se bajó el aporte de ayuda mutua a 10% y se habilitó a que las cooperativas de ayuda mutua pudieran aportar ahorro previo. La enorme mayoría de las cooperativas, sin capacidad de ahorro, siguen aportando 15% en horas de trabajo.
  3. Las cooperativas tienen la obligación de contratar un IAT para desarrollar el proyecto de construcción. Es un equipo multidisciplinario, con personería jurídica y registrado en el Ministerio de Vivienda.

  1. La casita surge a principios de los 90 con la intención de hacer una gira nacional en reclamo de tierras y préstamos. 

  2. A manera de apunte, resulta interesante saber que un proceso muy similar se desarrolló en la misma época en Chile, con los mismos actores pero con resultados distintos. 

  3. Lamentablemente, para nuestro juicio, en 2017 el Estatuto de Fucvam fue modificado y se posibilita la presentación de listas. Dicho correctivo aún no ha sido puesto en práctica pues no está reglamentado, pero de hacerse la Federación seguramente perderá uno de sus atributos originales. 

  4. En 1977 el ingeniero Alejandro Vegh Villegas compareció en la Comisión del Consejo de Estado y citando al presidente del BHU afirmó que el movimiento cooperativo “no se adecua o condice totalmente con la idiosincrasia de nuestros ciudadanos” y agregó que “contiene algunas facetas que pueden afectar la seguridad”. 

  5. Años más tarde, Fucvam montó una planta de componentes de hormigón prefabricados para suministro de las cooperativas. Esa iniciativa no tuvo éxito, a pesar de trabajar varios años, porque fue demandada por las cámaras patronales por “competencia desleal” debido a que las cooperativas no hacen aporte patronal al Banco de Previsión Social. 

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