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Enrique Rubio.

Foto: Federico Gutiérrez

Enrique Rubio: “Estábamos haciendo una política de izquierda y estaba ganando una cultura de derecha”

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Para el senador frenteamplista, autor de Repensar el progresismo, la pérdida de hegemonía cultural incidió “enormemente” en la derrota electoral del Frente Amplio.

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Con un diálogo permanente entre la coyuntura global y la realidad local, el libro del senador de la Vertiente Artiguista (Frente Amplio, FA) Enrique Rubio, recientemente editado por Vadenuevo, reflexiona sobre las causas de la derrota de los progresismos y aventura ideas, proyectos y líneas de acción para el presente y el futuro. Para Rubio, el FA abandonó la militancia en la sociedad “por falta de relevos” y “por la estatización de la fuerza política”, y todo eso lo llevó a desvincularse de la sociedad. Pero se muestra confiado en que a nivel local se puede aprender de los errores, y a nivel global “es posible diseñar o esbozar una alternativa poscapitalista que resulte convincente”.

¿Por qué resolviste hacer este libro en este momento? ¿Forma parte del proceso de autocrítica del FA tras la derrota electoral?

Yo diría que arranca en la derrota electoral. En cierta medida, la relativa sorpresa –porque la luz amarilla se prendió en 2015–, fundamentalmente el impacto emocional que para uno significa la derrota del FA, me llevó a esa reflexión. Porque yo creo que el documento de autocrítica iba a llegar hasta cierto punto, pero que había que ir más lejos. El documento base [de autocrítica del FA] es bueno, pero los acuerdos internos no permiten ir en profundidad en determinados puntos, entonces la autocrítica queda limitada. Y después vino la pandemia, y ahora venimos con el referéndum, entonces mi temor es que no se profundice [la autocrítica], con las consecuencias que eso tiene para el futuro.

El libro es un aporte teórico en momentos en que este tipo de producción parece ser escasa en el FA. ¿Existen espacios suficientes de formación y producción ideológica en el FA?

No, para nada. Ha habido tentativas, pero ha sido una agenda pendiente terrible del FA. No ha sabido formar a las nuevas generaciones. Los partidos han hecho algo en su interna, pero para pocos, y ese relevo no se dio. Es un error de visión política muy importante. Uno de los pocos que insistía en esto era [Liber] Seregni, mirando más del lado de la gestión. Pero insistió no sé cuánto tiempo en crear una escuela de gobierno, cosa que no se hizo. Si se hubiera hecho, no hubiéramos cometido muchos errores puntuales de gestión aquí y allá. No hicimos caso a lo que dijo el general, que si algo tenía era visión estratégica, por algo era profesor de estrategia. Eso bloqueó los relevos, y es uno de los factores del proceso de fragmentación política del FA, y al mismo tiempo de desvinculación de la sociedad y de estatización de la fuerza política. E incluso de inconsistencia interna en muchos aspectos.

En el libro planteás que el FA no dio una disputa por la hegemonía cultural. ¿Considerás que ese es un factor que explica la derrota electoral, y en qué sentido?

A la salida de la dictadura, todos nos volvimos gramscianos, por la propia reconsideración de la cuestión del poder y de las instituciones democráticas que produjo el impacto de la dictadura, y adherimos mucho al concepto de hegemonía. La izquierda fue entendiendo a través de Gramsci que eran muy importantes las instituciones de la sociedad en las que se forman los valores y la visión de la realidad. Pero en realidad hay una tercera ola que viene con las nuevas plataformas tecnológicas, los sistemas de control, que me hizo pensar que hay otro jugador. En realidad, hay que reformular o por lo menos actualizar a Gramsci a la luz de estas nuevas realidades, que formatean culturalmente al ciudadano o intentan hacerlo. Entonces, tiene vigencia [el concepto de hegemonía], pero los instrumentos que gravitan no son sólo aquellos. Siguen siéndolo en gran parte, porque las iglesias tienen un rol muy importante, y los medios masivos y los sistemas educativos también. Pero se le incorpora esto [las plataformas tecnológicas], y esto tiene una peculiaridad, y es que llega a cada uno sin que cada uno se dé cuenta, y además cada uno es el productor de la información que permite incidir sobre él mismo.

Siempre que surge un nuevo medio masivo de comunicación hay como una especie de fantasía de la incidencia total. En el caso de las redes sociales, se plantea la cuestión del control, pero los sentidos se renegocian permanentemente. ¿Es sólo un cambio de medio, o es un cambio cualitativo de la hegemonía al control?

Yo creo que es un cambio de medio. Decir que es un cambio cualitativo es un poco exagerado. Y además estos nuevos medios, a su vez, permiten el movimiento contrario. Son un instrumento enorme para poder incidir, difundir. A veces se convierten en herramientas de acción política que distorsiona la realidad o los vínculos. Lo que no se animaría nadie a decir cara a cara lo dice bárbaramente y descalificando en una red. Pero son un instrumento que son una maravilla, y han habilitado una irrupción de lo que estaba bloqueado en la sociedad a través de movimientos de protesta ciudadana. El tema es cómo eso se vincula con los movimientos clásicos y se convierte en una acción permanente. Hay que verles las dos caras, así como también a los medios. La izquierda uruguaya tuvo una especie de gran prejuicio desde este punto de vista, porque siempre estuvo criticando el oligopolio de las tres familias [que controlan los canales de televisión privados], pero siempre fue incapaz de generar una alternativa. Hizo muy poca cosa en cuanto a alternativas. No tuvimos una estrategia del poder en la sociedad, pero tampoco del consenso en la sociedad.

Cuando en la izquierda se habla de alternativa en materia de medios enseguida surge: “Vamos a hacer un medio que difunda los logros del gobierno”. Hay un problema de concepción, capaz.

Claro. Hubo dos problemas. Un problema de concepción, que es la idea del medio como instrumento de propaganda. Es una visión totalmente equivocada, porque además hace algo poco interesante, que no tiene nunca atractivo, que no seduce a nadie. Porque a la tercera vez que leés lo mismo en otra versión, ya no te interesó más. Es subestimar la inteligencia de la gente. Pero el segundo problema que tuvo es que como el FA es una coalición, entonces los celos internos han hecho que no se haya podido hacer cosas en común. Se dijo en todas las reuniones internas de balance que había que hacer un instrumento de difusión, pero nunca se hizo. Y por algo nunca se hizo. Y cuando han nacido cosas, fue dentro de la cultura de izquierda pero por fuera de las estructuras. Me parece mucho más interesante que nazca por fuera, que tenga capacidad de crítica de la propia izquierda.

Te preguntaba antes si considerás que la pérdida de hegemonía cultural explica la derrota del FA.

Atrozmente, enormemente incidió. La izquierda fue muy inconsecuente con esta visión de la hegemonía que tenía tan asumida. Estábamos haciendo una política de izquierda y estaba ganando una cultura de derecha. Esto entró en colisión en determinado momento, y era evidente que iba a entrar. No lo vio el FA pero tampoco lo vieron los movimientos sociales. Los movimientos sociales llevaron al gobierno banderas y la fuerza política no fue capaz de convencer de la legitimidad de estas banderas a la sociedad, por lo menos a sectores enteros en el territorio, fundamentalmente en el interior. La única causa que yo creo que tenía masividad era la interrupción voluntaria del embarazo, pero para otras banderas de la agenda de derechos había que hacer un proceso de convicción, de transmisión. Había una cultura que venía siendo ganada por el individualismo posesivo, estimulado en nuevas plataformas, y esa cultura fue ganando cabezas, y por otro lado había políticas públicas de izquierda. Y el abandono de la militancia en la sociedad, por falta de relevos, por la estatización de la fuerza política, todo eso llevó a la desvinculación de la sociedad.

Pero esa cultura del individualismo posesivo, ¿es correcto calificarla como “de derecha”? ¿No permeó también gran parte de la izquierda, hasta sus políticas eventualmente?

Permeó gran parte de la izquierda, y eventualmente algún toque puede haber tenido en sus políticas. Es una cultura de gran parte del mundo contemporáneo, o por lo menos de los centros que la promueven en el mundo occidental, pero que también influye en el resto del planeta, China incluida. Es una cultura hegemónica, la cultura del descarte, que lleva a que los vínculos humanos sean descartables. Eso tiene un sedimento, una raíz, que es más profunda que el consumismo. Es una manera de ver y de ubicarse en la realidad que no privilegia el nosotros y el proyecto colectivo, y los vínculos. Entonces, hicimos mucha cosa avanzada, pero no fuimos capaces de inducir un proceso de cambio cultural profundo.

“Hay mucha cosa emergente que muestra que hay posibilidades, no hay ningún determinismo. Hay posibilidades de desarrollar sociedades diferentes, más inclusivas en un sentido fuerte”.

¿Eso no se hizo sólo porque no se contó con los instrumentos de difusión, porque no se estuvo en el territorio, o también porque no se ha construido una alternativa desde el punto de vista ideológico y cultural?

Yo creo que por las dos cosas. Porque a veces la propia gente te retroalimenta para encontrar los caminos para eso, para producir el cambio. Y hay mucha gente que hace cuestiones solidaristas, que nacen de abajo. Las ollas son un caso típico. Pero también la falta de debate y de profundización ideológica ha sido notoria. Y la idea de la alternativa quedó muy difuminada. Luchamos por las banderas de la Revolución francesa en el largo plazo, y ese largo plazo quedó sin mediación, porque todavía persiste la cultura de los modelos. Entonces se busca un modelo para replicar, y como no se encuentra ningún modelo, quedamos perdidos. Entonces, hacemos la fase intermedia relativamente bien, pero no profundizamos en el horizonte. Y yo creo que hay mucha cosa emergente que muestra que hay posibilidades, no hay ningún determinismo. Hay posibilidades de desarrollar sociedades diferentes, más inclusivas en un sentido fuerte. Los problemas globales van a ser muy profundos y a su vez el cambio tecnológico ayuda enormemente, entonces es posible diseñar o esbozar una alternativa poscapitalista que resulte convincente, y no simplemente decir “las cosas están mal pero vendrán días mejores”.

Foto: Federico Gutiérrez

En otro pasaje del libro hablás de la privacidad y del control de los datos. ¿Cuál te parece que debería ser una agenda de izquierda en ese campo?

Esta es una de las claves de ese cambio de la izquierda que se está procesando. La izquierda en general ha estado focalizada en lo público, en lo colectivo, y el mundo de lo individual venía ligado ideológicamente al mundo de lo privado. El tema de la privacidad no ha sido un tópico especialmente desarrollado desde una cultura de izquierda, y creo que llegó el momento de advertir que ahí hay una cuestión clave. Una cultura democrática debe proteger la privacidad y el escalón siguiente, que es la intimidad de las personas. Esto hace que debamos tener un espectro suficientemente amplio que va desde las causas colectivas a la privacidad, que pasó a ser una agenda pública, porque ahí se está vulnerando un derecho humano fundamental.

En un momento decís que los progresismos tuvieron “debilidades éticas y vulnerabilidades políticas e ideológicas”, como por ejemplo, las “derivas autoritarias”. ¿Cómo se avanza en superar esto si muchas veces no hay coincidencia en este diagnóstico? Por ejemplo, sobre las derivas autoritarias.

Claro. Eso es producto de una especie de estado de transición. La izquierda en materia programática hizo muchos cambios desde 1971. Ahora, el problema, más que en lo programático, ha estado en lo ideológico. Los costos que pagó por problemas éticos que hubo fueron tan fuertes que al mismo tiempo provocaron una reacción. El perfil ético en cierta medida se ha fortalecido como exigencia, como consecuencia de la propia dinámica política. Hoy, frente a este tipo de cosas, hay una reacción de decir: “Nos equivocamos, había cosas que teníamos que haberlas condenado de pique y admitido de entrada”. Es la única manera de mantener legitimidad.

Pero en el caso reciente de Óscar Andrade, por ejemplo, ¿no hubo reflejos un poco lentos respecto a admitir que fue un error?

Sí, puede ser que haya habido reflejos un poco lentos. Yo personalmente escribí en Twitter: “Excelente compañero, generoso que da miedo, pero tendría que haber dicho en la primera frase que le erró, y luego desarrollar eso, y después decirle que le vamos a dar una mano para que salga”. Demoramos. Ahora, demoramos mucho menos...

Que con Sendic, por ejemplo.

Sí, claro, que con Raúl y otras cosas. Pero todavía nos falta.

Pero cuando me refería al diagnóstico iba más por el lado de las derivas autoritarias.

Ahí hay un problema de desacuerdos dentro de la coalición. Hay visiones muy diferentes sobre lo de Venezuela, entre las corrientes y dentro de ellas. Algunos creemos que hay una deriva autoritaria, yo creo eso. Otros compañeros piensan que no. Acá estamos mirando de distintas maneras. Y en otros casos también. Esa mezcolanza entre el progresismo y la deriva autoritaria ha sido un problema muy grande. Uno de los pocos que ha hablado con claridad de esto ha sido Lula [da Silva]. [José] Mujica lo ha dicho también, y algún otro también, pero hay que decirlo con más fuerza. Porque cada vez que se plantea un debate sobre algún problema de Cuba o Venezuela, los problemas afectivos y generacionales, más el bloqueo criminal, más esto y lo otro, no puede ocultar otras cuestiones. Y hay que decirlas con cierta claridad.

“Si tenemos problemas globales en materia ecológica, sanitaria, financiera, de desigualdad, el internacionalismo es una bandera que deberíamos cultivar con enorme esfuerzo”.

Izquierda, globalización y producción

En el libro mencionás cómo las neoderechas tomaron la bandera del antiglobalismo, que también han tomado parte de las izquierdas en el mundo. En este contexto, ¿te parece que el camino de la izquierda debe ser reivindicar el internacionalismo, la gobernanza mundial?

Es por ahí. En ese sentido hay que volver a lo más clásico, actualizado. Pero a lo más clásico. Es mucho más demandante ese camino, por aquello de que “a los problemas globales, respuestas globales”. Porque los problemas globales se han agudizado tremendamente. Si estamos con estos problemas ambientales, y la previsión es que esto empeora, entonces la calidad de la sobrevivencia de la especie está desafiada, y fundamentalmente de los más pobres. Si tenemos problemas globales en materia ecológica, sanitaria, financiera, de desigualdad, el internacionalismo es una bandera que deberíamos cultivar con enorme esfuerzo. Y hemos sido débiles en ese sentido. Ahora me parece que se retoma el camino a través de los movimientos de protesta, que en algunos casos se convierten en movimientos organizados, que buscan otros caminos en distintos países. Pero la conexión entre ellos es un tema clave, no podemos luchar aislados. Y creo que hay esbozos de corrientes que tienden a internacionalizarse.

En un momento hacés algunos cuestionamientos a la teoría de la dependencia, pero también hablás del problema de la primarización de la economía. ¿En qué sentido la teoría de la dependencia sigue teniendo vigencia?

La teoría de la dependencia no se sustenta en el modo en que fue planteada en el origen, pero que hay centros, los hay. Y que hay zonas excluidas de las herramientas más importantes de avance tecnológico, es clarísimo. Que hay una concentración del poder en determinados lugares, y no sólo en las multinacionales sino en determinados países, a mí me parece que es clarísimo. Entonces, hay dependencia. Ahora, también estos problemas globales, y la pandemia es un ejemplo, muestran que si no se desarrollan los recursos propios, si no se hacen cambios endógenos, uno queda postergado en el mundo. Tenemos que meternos en estas redes internacionales y no estar primarizados, eso supone valor agregado. Pero estas redes internacionales están estructuradas por las multinacionales, y las multinacionales dejan en los centros los dos puntos clave de la llamada “curva sonrisa”, que es la innovación, y después la venta y el marketing, y a nosotros nos dejan en el fondo, donde hay menos valor agregado. Por lo tanto, uno debe diversificar su matriz para generar productos que enganchen con las cadenas mundiales, pero en lugares donde se genera valor agregado de forma interesante. Eso supone mucha ciencia, tecnología, innovación y educación. Eso te permite diversificar la matriz productiva. Y eso es lo que nosotros hicimos hasta cierto punto, pero nos quedamos a medio camino. Pero les pasó a todos los progresismos, no diversificaron, y por lo tanto se volvieron dependientes de los commodities, y por lo tanto de los ciclos de los centros demandantes de commodities.

En un momento te detenés en el tema de la forestación en Uruguay. ¿Había posibilidad de hacer otra cosa que no fuera consolidar el modelo forestal-celulósico?

Yo creo que había posibilidad de hacer otra cosa. Con el diario del lunes es fácil, pero hoy tenemos el diario del lunes. Yo creo que se podría haber negociado en condiciones más exigentes, que implicaran mayores condiciones a las empresas que vinieron en cuanto a darnos espacio en los eslabones hacia atrás, o sea, los productos y las empresas nacionales ligadas a estos complejos, y hacia adelante. Si a nivel mundial se está discutiendo que este es el siglo de la biología, uno entiende claramente por qué UPM no vino a buscar celulosa solamente, vino a buscar materia prima para producir toda clase de productos. Bueno, en esa línea nosotros tendríamos que haber enganchado, y espero que podamos enganchar. Se negoció mucha cosa [con UPM], institutos, transferencias, pero nos quedamos a medio camino. Y no sólo en la negociación, sino en la regulación de la forestación. No haber visto que sacarles los subsidios llevaba a que les fuera más atractivo comprar en tierras de alta productividad, por ejemplo. Se hicieron algunas cosas, como los planes de uso y manejo del suelo, pero todo eso requería mayor consistencia y mayor continuidad. Ese es uno de los problemas que critico, la inconsistencia estratégica.

“El tema de la inconsistencia estratégica yo lo veo en algunas marchas y contramarchas en materia de políticas públicas, y también en errores en la construcción de equipos”.

¿En qué consiste esta “inconsistencia estratégica” que está mencionada en el libro?

En la medida en que la fuerza política perdió capacidad de conducción, no tuvo una supervisión estratégica sobre sus gobiernos, porque sus propios cuadros estaban integrados dentro de la gestión de gobierno. Entonces, no estuvo esa cabeza de la fuerza política, teniendo esa mirada del mediano plazo, por encima de cada equipo de gobierno. Segundo, cada equipo de gobierno tuvo énfasis distintos. Tuvo continuidades; por ejemplo, en el Ministerio de Economía y Finanzas [MEF] estuvo Astori siempre, pero fue notorio que hubo distintas visiones en el segundo gobierno sobre la política económica, y eso llevó a muchas tensiones, incluso a apuestas en proyectos que no eran compartidos desde el MEF. Entonces, hubo continuidad relativa. En Defensa no hubo continuidad, porque las concepciones de los ministros fueron... Teníamos esta diferencia ideológica dentro del FA sobre la cuestión de los derechos humanos y las Fuerzas Armadas: la teoría de los dos demonios versus la teoría del terrorismo de Estado. En materia de seguridad comenzamos en distintas direcciones hasta que encontramos un camino, que fueron los ministerios [Eduardo] Bonomi. El tema de la inconsistencia estratégica yo lo veo en algunas marchas y contramarchas en materia de políticas públicas, y también en errores en la construcción de equipos. Tuvimos equipos muy fuertes en algunos lugares, y otros con debilidades.

Agenda de derechos y educación: síntesis y bloqueos

En el libro sostenés que la agenda de derechos no generó síntesis política, y que es más temática que global. ¿Por qué te parece eso?

La agenda de derechos fue un notable avance, pero los derechos aparecen impulsados en general por distintos movimientos sociales. El ritmo en que se fueron incorporando como políticas públicas fue muy variable, dependió de la fuerza de los movimientos sociales. Entonces, por ejemplo, el movimiento sindical logró incorporar rápidamente muchos de los derechos de los trabajadores. La diversidad demoró muchísimo más tiempo. Pero la síntesis en el ciudadano es una síntesis política, que tiene que incorporar todas las políticas públicas, desde las cuestiones económicas, productivas y redistributivas, hasta los derechos ganados. Y eso supone un cambio cultural. El cambio cultural supone síntesis política, que el ciudadano entienda que desde distintos lugares está defendiendo de cierta manera lo mismo: el derecho de los trabajadores, la cultura de la producción, de la redistribución, los derechos en materia de género. Si no se incorpora en la cabeza de los ciudadanos, queda un problema, porque de repente el ciudadano se vuelve muy partidario de lo que está haciendo un gobierno progresista en materia de producción y redistribución, y muy reactivo frente a lo que hace en materia de seguridad o derechos de las minorías. Y a veces los movimientos sociales que impulsan la agenda de derechos confunden el espacio que ganan dentro de las cabezas de la izquierda y de sectores liberales-progresistas con el espacio que no ganan en los ciudadanos. Y el vínculo entre la fuerza política y los movimientos sociales no fue el mejor. Es cierto que la fuerza política tomó gran parte de las banderas de los movimientos sociales, pero es cierto también que tuvo grandes desencuentros, y que incluso para hacer algunos cambios tuvo bloqueos. En enseñanza media hubo un bloqueo.

¿De los sindicatos?

De la conducción mayoritaria, por lo menos, de algunas fuerzas gremiales. No pudimos incorporar al profesor-cargo, no pudimos hacer unidades estables de docentes trabajando en el mismo lugar como comunidad docente. Hubo resistencia, porque, desde el punto de vista económico, no tener un cargo sino una colección de horas permitía ingresos superiores. No se quiso enfrentar esa resistencia, y cuando se la enfrentó, se equivocó el camino, como con la declaración de emergencia de la educación, que realmente fue un error político muy grande del presidente. Y después se dio cuenta de que ese no era el camino. ¿Cuál es el resultado? Que tenemos un proceso de privatización de los niveles medios muy importante. ¿Por qué no podemos resolver el problema estructural que significa un ciclo integrado, una currícula que arranca a los 3 años y termina a los 17? No lo pudimos hacer, porque hubo un sistema de vetos y de bloqueos. Eso es un problema en el interior de la izquierda, no es solamente un problema de cierta conducción sindical.

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