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Paulo Ravecca y Marcela Schenck .Foto: Amaia Guridi

“A la ultraderecha el odio le sale muy bien, y competir en ese terreno parece inconveniente”

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Los politólogos Marcela Schenck y Paulo Ravecca, coautores de un artículo que analiza los discursos de la extrema derecha en Twitter, sostienen que esta “entiende el poder de un modo muy potente”

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“¿Qué es lo que están haciendo bien? La interseccionalidad de la derecha en Twitter en América Latina” podría ser una traducción posible para el artículo que los académicos y profesionales uruguayos Paulo Ravecca, Marcela Schenck, Bruno Fonseca y Diego Forteza publicaron este año sólo en inglés. En él explican el foco de su interés: el ataque simultáneo de la extrema derecha a la izquierda, al feminismo y a la diversidad.

En el artículo plantean el concepto de “interseccionalidad” de la extrema derecha. ¿Qué significa?

Paulo Ravecca (PR): Para explicar el concepto de interseccionalidad de la extrema derecha tenemos que remitirnos al concepto de esa palabra en su significado original. El enfoque de interseccionalidad es una forma de activismo, pero también es una mirada desde las ciencias sociales que trata de leer la desigualdad desde su multidimensionalidad. Por eso reflexiona y estudia las relaciones entre diferentes posicionamientos e identidades, como la raza, el género, la clase, la etnia, la diversidad sexual. Agrega esta idea de la necesidad de entender el poder y los mecanismos de opresión en sus distintos registros, sin privilegiar uno sobre el otro, que es una discusión con el marxismo, por ejemplo. La interseccionalidad de derecha también actúa interseccionalmente, pero en sentido inverso. Es una especie de inversión normativa de la interseccionalidad, un ataque simultáneo a los distintos activismos y teorías igualitaristas. En este sentido, es una defensa de la jerarquía, y la jerarquía puede manifestarse en cualquier escenario: el género, la raza, la clase. Y a la vez conecta estas dimensiones también. La interseccionalidad de extrema derecha anuda lo que comúnmente se conoce como los aspectos distributivos y no distributivos; atraviesa lo económico, lo social y lo cultural. Entonces, por ejemplo, la defensa de la propiedad privada, la resistencia contra las políticas redistributivas, la promoción de la familia tradicional, la afirmación de las diferencias “naturales” entre hombres y mujeres, por nombrar algunos temas típicos, se tematizan como una agenda política unificada. Y eso es muy potente. Incluso nos parece que las izquierdas y los pensamientos críticos podrían hasta aprender de esto en lugar de pelearse por si es la clase o es el género. En cambio, la derecha nos está diciendo que el discurso igualitarista, empiece por donde empiece, es peligroso, porque cuando se empiezan a desmontar las jerarquías, no se sabe hasta dónde vamos a llegar.

Partiendo de este concepto, ¿qué observaron al analizar los comportamientos en redes sociales de activistas y líderes de la extrema derecha?

Marcela Schenck (MS): Lo que hicimos en el artículo fue utilizar un enfoque de métodos mixtos, guiarnos por la complejidad de la pregunta. Con base en eso, elaboramos una muestra de carácter teórico de 20 activistas, influencers, políticos de América Latina. En total terminamos analizando 30.858 tuits de personas de Argentina, Brasil, México, Colombia, República Dominicana, Ecuador, Costa Rica, Perú, Paraguay y Uruguay, para estudiar cómo operaba este discurso. Tomamos Twitter porque hay varios estudios en relación a Twitter, sobre cómo ha bajado las barreras para la participación, para hacer campañas, para coordinar protestas, para diseminar, para discutir, y en particular sobre cómo genera agenda. Hicimos dos tipos de análisis con los tuits: ver cómo se correlacionaban los términos que se empleaban y ver los sentimientos en cada tuit. Además, analizamos los tuits cualitativamente, haciendo una cuasi etnografía digital para ver cómo operaba ese discurso.

PC: Lo que fue más impresionante fue cómo la técnica ilustraba el argumento teórico, porque lo que buscábamos era la correlación entre términos teóricamente significativos: por supuesto que género e ideología, porque la noción de ideología de género es clave en este discurso, pero después el vínculo que hacen entre izquierda y feminismo, que es mucho más fluido que como lo conciben las propias izquierdas y los movimientos feministas.

El discurso anticomunista es de larga data, pero ¿por qué les parece a ustedes que la extrema derecha se ensaña de igual modo con el feminismo y con la diversidad sexual?

MS: Uno de los elementos novedosos de la “nueva derecha” –que es una autodenominación de esta extrema derecha– es justamente ese, la ideología de género, la relectura de ese concepto de ideología de género. Este concepto fue originalmente acuñado desde los feminismos, pero a partir de que es tomado desde una lectura conservadora que se hace desde el cristianismo y el Vaticano, sobre todo a partir de los 90, así se entiende desde el sentido común, lo que también es una victoria conservadora.

¿Pero por qué tiene esta centralidad la “ideología de género”, que hasta la llaman “nuevo marxismo”?

PR: Porque tienen razón. A lo que le tienen miedo es a la igualdad. Y si bien a nivel intelectual la extrema derecha simplifica, y esta simplificación es un elemento central en este discurso, desde el punto de vista de su praxis política entienden el poder de un modo muy potente, que es precisamente esta idea de que un proyecto conservador tiene que ser holístico. Hay una defensa de las estructuras jerárquicas en la sociedad, y esas estructuras están todas interrelacionadas. Y entienden que incluso el feminismo liberal es peligroso, porque en cualquier momento se te puede correr para otro lado. Para algunos el feminismo pareciera ser el marxismo de nuestros tiempos, son como las mismas fuerzas reconvertidas. Pero también para ellos implica materialidad, porque Agustín Laje [politólogo argentino coautor de El libro negro de la nueva izquierda] en un momento dice que la ideología de género requiere el estatismo.

“Una de las estrategias de la extrema derecha ha sido aprovechar eso y ampliar sus públicos. Apuntar, por ejemplo, a través de la forma irreverente, de presentar la violencia como una forma de honestidad y la ironía como una crueldad admisible, a empezar a expandir esos públicos y a correr las fronteras de la violencia que es públicamente admisible”. Marcela Schenck

El discurso de estas extremas derechas es por momentos incoherente. Por un lado, proclama la libertad, pero por el otro lado niega la libertad de ser a otras personas. Sin embargo, no parece ser impugnado por ello.

PR: En parte porque la desigualdad está naturalizada, entonces vos podés tener, por ejemplo, gente de centro que dice cosas como que el lenguaje inclusivo no cambia nada: “¡Pero por favor, el lenguaje inclusivo destruye nuestra cultura!”. Y es impactante. Es como que el trabajo para desactivar mecanismos que reproducen desigualdad es muy bravo, porque tenés que ir contra el sentido común. Las jerarquías establecidas tienen todo a su favor, porque encontrás un popurrí de argumentos que pueden ser contradictorios, pero funcionan políticamente. Es interesante, porque la respuesta, muchas veces incluso en ámbitos académicos, es decir que “eso está mal” o “eso es incoherente”. Pero, en realidad, la contradicción no invalida políticamente un argumento. Es interesante ver cómo funciona y qué efectos genera.

¿Cómo entran los libertarios en todo esto?

PR: Entran porque hay una especie de política de coalición. Hay un “nosotros” que se genera que es diverso, que tiene atributos liberales, conservadores y cristianos, y que proyecta un “ellos”, porque es también una política de amigo/enemigo, y el enemigo son el marxismo, el feminismo y otros puntos de vista identificados como radicales. Y hay una especie de generación de afectos positivos entre distintas causas conservadoras y una neutralización de las diferencias. A veces el antifeminismo canaliza el lenguaje cientificista, y hay un montón de hombres a los que les encanta la ciencia y se indignan porque no es lo suficientemente científico todo el territorio de las humanidades feministas. Pero después tenés el lenguaje religioso y el lenguaje de los derechos. Es como que las feministas hacen todo mal, porque por un lado hacen mala ciencia, pero después violan los derechos de libertad de expresión, y además violan los valores sagrados. Pero al discurso cientificista parece no molestarle el discurso religioso. El enemigo neutraliza diferencias.

En un momento del artículo ustedes sostienen que las feministas son retratadas como histéricas o tontas, los sindicalistas, como perezosos o parásitos, y los gays y las lesbianas, como una influencia peligrosa para los niños. Suena muy similar a los términos que se emplean actualmente en el debate público en Uruguay. ¿Hasta qué punto este discurso ha permeado en la discusión pública en Uruguay?

MS: Nos parece que sí permeó y que está muy presente en el debate público, en parte por lo que decía Paulo al principio, que se moviliza mucho desde la emoción, desde los temores, desde el apego por los privilegios y por estructuras de desigualdad que están naturalizadas, y eso trasciende a la extrema derecha. Una de las cosas que se han estudiado a nivel internacional y que se aplican también acá es cómo este tipo de lenguaje, de discurso que se expresa en las redes sociales trascendió los ámbitos más encapsulados en que circulaban antes y se extendió muchísimo más. Y trasciende Twitter y forma agenda en los medios tradicionales de difusión. Una de las características que tienen las redes sociales, y Twitter en particular, es que mucha gente las emplea como forma de información también. Y una de las estrategias de la extrema derecha ha sido aprovechar eso y ampliar sus públicos. Apuntar, por ejemplo, a través de la forma irreverente, de presentar la violencia como una forma de honestidad y la ironía como una crueldad admisible, a empezar a expandir esos públicos y a correr las fronteras de la violencia que es públicamente admisible. Podemos ver cómo se dan las características de la interseccionalidad de derecha en Uruguay en el caso concreto, por ejemplo, de la presentación de un proyecto de ley para prohibir el lenguaje inclusivo [impulsado por Cabildo Abierto]. Por un lado, quienes son detractores y detractoras de que se avance en este tipo de cuestionamientos sobre el lenguaje dicen: “Es completamente irrelevante”. Pero, por otro lado, gastan tiempo y recursos en dar la discusión, elaboran un proyecto de ley. También es un buen ejemplo para ver las raíces de estos discursos: nos remite a esto de “hablemos correctamente nuestro idioma” que ocurrió en la última dictadura en Uruguay. Hay una suerte de obsesión con la palabra, en que a la vez que se afirma que no cambia nada importante se usa como forma de reescribir, sea el pasado –por ejemplo, la relectura de las violaciones a los derechos humanos en la dictadura– o también el presente. Y también vemos esta idea de que la subversión es cultural.

“Hay como una expansión de la propia noción de política, una politización de otros espacios. Es una política conservadora que además de apuntar a las políticas públicas, disputa en el terreno de la sensibilidad y el sentido común”. Paulo Ravecca

Esta derecha que le da tanta importancia a la cultura también está muy enfocada en la educación pública, con el discurso de que en la educación se baja línea y que los docentes adoctrinan. Estos discursos tampoco son nuevos, se vieron en la dictadura y antes de ella.

PR: Claro, porque esto forma parte de un proceso de densificación cultural de la política de derecha. Yo estudié las ciencias sociales durante parte del pinochetismo en Chile y estaba esta idea de que “entendimos a Lenin, pero no a Gramsci”, “derrotamos a la izquierda a nivel material, pero no a nivel cultural”, un proceso de aprendizaje, de percibir que la izquierda era mucho más pedagógica, que generaba cultura, y de incorporar la relevancia política de la cultura y la educación. Mencionan a [Paulo] Freire, a Gramsci. Hay como una expansión de la propia noción de política, una politización de otros espacios. Es una política conservadora que además de apuntar a las políticas públicas, disputa en el terreno de la sensibilidad y el sentido común. Y en ese sentido abre preguntas de cómo responder al fenómeno, porque no se trata solamente de ganar elecciones o de implementar políticas de forma jerárquica. Imponer el lenguaje inclusivo tampoco es la respuesta, porque además genera más rechazo y refuerza los argumentos que ellos están planteando.

¿Y cómo se debe responder al fenómeno? Da la impresión de que la extrema derecha ha ganado terreno en algunas redes sociales, ¿cuál es el peso de lo comunicacional en esta disputa?

PR: Hay algo que es bastante poderoso, que es desmantelar algo analíticamente. Mostrar cómo funciona, entenderlo antes de indignarse, tratar de suspender un poco el juicio y no saltar tanto al ataque. Porque hay algo así como la trampa de la indignación, eso de responder inmediatamente, y a veces individualmente, no pensar en el carácter organizacional y colectivo de la respuesta en redes sociales. Pero a la ultraderecha el odio le sale muy bien, y competir en ese terreno parece inconveniente en varios sentidos. No solamente porque a ellos les suele salir mejor, sino también porque está el peligro de convertirse en algo que no querés ser. Hay una dimensión ética en cómo nos relacionamos con los adversarios políticos que es importante. Pero también hay algo así como la trampa del diálogo racional. Porque muchas veces se va a espacios de diálogo en los que te van a destruir, en los que está todo armado para que te destruyan, y después sacan un pedacito en que dijiste una tontería –porque siempre decimos alguna tontería, es inevitable– y hacen un recorte y luego aparecen decenas de videos de Youtube en que un influencer conservador humilla a la feminista, destroza al izquierdista, muestra lo ridículo de los argumentos del académico.

Otra respuesta de dirigentes políticos ha sido: “Yo me retiro de estos ámbitos”. Por ejemplo, el caso de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. ¿Qué piensan de esa respuesta?

MS: Es un tema, porque de hecho yo he escuchado a Ada Colau en otros ámbitos en los que sí se permite un diálogo distinto, por ejemplo, a través de podcasts, y claro, no tiene la misma llegada que tenía antiguamente, cuando era una de las políticas que tenía más seguidores en Twitter. Creo que retirarse completamente no es la respuesta; no hay que demonizar el medio, se pueden hacer muchas cosas. Lo que no puede pensarse es que se va a tener un diálogo genuino con estos influencers de derecha, porque no es posible. Lo dice Agustín Laje: la idea es que las redes sociales son la nueva selva donde los guerrilleros digitales de extrema derecha tienen que combatir. Entonces, no se está planteando un encuentro con el otro, se está planteando la eliminación del otro, eso hay que tenerlo en cuenta. El interlocutor no es con quien se está teniendo esa conversación, sino quienes están mirando esa conversación alrededor.

Volviendo a la comunicación, ¿hay algo también de que la izquierda no entendió las nuevas lógicas comunicacionales, que pierde mucho terreno allí?

PR: Claro, porque ¿cómo desarrollar discursos que compitan con la simplificación en entornos en los que la simplificación es algo que te da fuerza? ¿Es con sentido del humor? Hay una tensión entre la eficacia y la profundidad que es muy difícil.

MS: Creo que tenemos que entender que este tipo de discurso no es sólo reactivo, es productivo también, es creativo, y a veces se termina respondiendo en los términos que este mismo discurso impone. Por ejemplo, hablar de lo políticamente correcto, decir que la rebeldía está hoy en la forma que tiene [el economista y político argentino Javier] Milei de hacer política…

¿Están cuestionando el libro de Pablo Stefanoni ¿La rebeldía se volvió de derecha??

MS: [Se ríe]. No estaba refiriéndome específicamente a Stefanoni, pero sí a pensar en esto de los términos en que se presenta este tipo de performatividad, que es profundamente defensora del statu quo y del privilegio. ¿Y dónde está lo rebelde en defender el statu quo?

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