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Gerardo Caetano.

Foto: Gianni Schiaffarino

Gerardo Caetano: “No creo mucho en la diplomacia presidencial, creo mucho más en la diplomacia profesional”

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El historiador opinó que el acuerdo del Mercosur con la UE “hay que valorarlo en clave positiva” y consideró que salir a decir “tan rápidamente que no” es “un error”

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El gobierno que asumirá el 1° de marzo de 2025 tendrá desafíos en diversas áreas, entre ellas, la política exterior, en un contexto internacional complejo. Para el politólogo e historiador Gerardo Caetano, “la perspectiva de un gobierno de Trump 2.0” en Estados Unidos es “preocupante”, América Latina está “en el mayor momento de desintegración que recuerde” y hace falta “pragmatismo y un realismo fuerte, sin abandonar principios”. En entrevista con la diaria, Caetano opinó que Uruguay debe tener “autonomía estratégica” y que “no puede hacer seguidismo con nadie, y menos con un actor como Brasil”.

¿Qué importancia tiene el acuerdo técnico firmado entre el Mercosur y la Unión Europea?

Hay que valorarlo en clave positiva, pero también con los recaudos analíticos necesarios. Es un acuerdo técnico que requiere un conjunto de pasos para su entrada en vigor y que ya tiene adversarios. Recordemos que se requiere el acuerdo del Consejo Europeo, en el que Francia va a hacer jugar su rol de resistencia, pero también otros países, y luego requiere el respaldo del Parlamento Europeo. También requiere el respaldo de los parlamentos de los países socios del Mercosur. En el caso de Francia, [el presidente Emmanuel] Macron ha marcado una postura de franco rechazo al acuerdo, postura que respaldó la ministra de Comercio, pero que además respaldan en términos generales tanto la ultraderecha como la izquierda de La Francia Insumisa. Italia ayer [por el jueves] se manifestó contraria al acuerdo. También hay reticencias fuertes en Polonia, en Países Bajos, en Austria, presumiblemente en Irlanda, tal vez en Hungría. No es seguro que estas oposiciones logren bloquear al acuerdo, pero tampoco es seguro que el acuerdo no sufra nuevos contratiempos en esta fase de confirmación. Si todo fuera bien, si todo siguiera la trayectoria más plena, estaría entrando en vigencia con cronogramas graduales recién dentro de un año y medio, en el mejor de los casos, y luego los cronogramas de desgravación arancelaria tienen distintos períodos. Hay algunos de cuatro años, hay algunos de diez años. O sea, hay que entender la evaluación positiva entre los signatarios, pero también hay que entender lo difícil del contexto que sigue.

A eso podríamos sumarle esta situación tan especial de la actuación y del discurso de [el presidente argentino Javier] Milei, que es el nuevo presidente pro témpore del Mercosur, que prácticamente lo que anunció es la necesidad de romper, la necesidad de terminar con la jaula, postura que fue genéricamente respaldada por el presidente uruguayo. No quiero pasar por bicho de mal agüero, pero tampoco ignorar las dificultades.

¿Qué te parecieron las críticas del PIT-CNT al acuerdo?

Recuerdo en el segundo gobierno del Frente Amplio [FA], que [José] Mujica en un discurso dijo: “Bueno, entendemos las razones, pero ya no es tiempo de decir que no solamente, hay que mostrar las alternativas”. Y en verdad, hoy, en este marco de un nuevo orden geoeconómico en materia comercial y de la geopolitización de las políticas comerciales de las grandes potencias, Uruguay como parte del Mercosur tiene que encontrar alternativas. ¿Esto qué significa? Que me parece que decir tan rápidamente que no es un error. Por otra parte, el FA casi con seguridad en su gran mayoría va a adherir a este acuerdo, o sea, el nuevo gobierno ya está en buena medida comprometido con este acuerdo y, por otra parte, la postura del FA siempre fue acompañar un acuerdo en bloque del Mercosur. Hemos visto que este gobierno actual y saliente de Lacalle Pou defendió la postura de la unilateralidad, que es la postura que defiende Milei. Bien, decir que no, ¿qué alternativa deja? Siempre en un acuerdo comercial de este tipo y en este contexto tan incierto hay costos, lo que hay que medir bien y de manera fundada es cuáles son mayores, los costos del acuerdo o los costos del no acuerdo. Y de verdad creo que hoy, después de todo lo que ha pasado y en el contexto internacional actual, los costos del no acuerdo para Uruguay son mayores que los costos del acuerdo.

¿Qué perspectivas le ves al Mercosur con gobiernos con visiones tan distintas?

Siempre he defendido una postura integracionista. Desde esa postura, cualquier diagnóstico nos plantea que estamos en el mayor momento de desintegración que recuerde en América Latina. El Mercosur está en una situación muy deficitaria, y no es de ahora. Desde hace muchos años no cumple en la realidad lo que dice la letra del tratado. Por supuesto, el horizonte del mercado común es absolutamente utópico, la unión aduanera, aún imperfecta, no está funcionando y, en general, cuando funciona perjudica a los pequeños. E incluso la zona de libre comercio tiene dificultades para funcionar. Entonces el diagnóstico sobre el Mercosur no puede sino ser crítico. ¿Eso qué está queriendo decir? Que el Mercosur necesita un cambio de funcionamiento inmediato y que ese cambio, por otra parte, está reforzado por el contexto internacional actual. Recordemos que el 20 de enero asume [Donald] Trump, con todo lo que esto implica en términos geopolíticos y de la geopolitización de las políticas comerciales. Vamos a ver un reforzamiento del proteccionismo. No estamos en una época de libre comercio, como algunos suponen. No están esperando todos para ver si Uruguay o el Mercosur están disponibles, no, el mundo es otro. Y creo también que obviamente tener a un Milei en la presidencia argentina o haber tenido a un [Jair] Bolsonaro en la brasileña es problemático. Pero hay que hacer un enorme esfuerzo, sobre todo desde Uruguay, por evitar la ideologización de la política exterior, la ideologización de la política comercial y, particularmente, de la inserción en el Mercosur. Si nosotros creemos que el Mercosur solamente va a funcionar desde gobiernos afines ideológicamente, estamos decretando su muerte. Porque el Mercosur es una asociación de estados democráticos, y las elecciones implican el cambio de los gobiernos. Por ello, antes que en la afinidad ideológica hay que pensar en los intereses estratégicos comunes, sobre todo en un contexto geopolítico como el actual, en el que las políticas comerciales y las políticas de inversión están definidas por eso.

En Uruguay siempre hemos sabido que un presidente uruguayo tiene que, entre otras cosas, aprender a convivir entre dos gigantes inestables como Argentina y Brasil, gobierne quien gobierne, y que llevarse mal con uno de los dos genera perjuicios al país. Es difícil imaginar la convivencia con Milei. Hoy Milei rechazó reunirse con quien es el presidente electo de Uruguay [Yamandú Orsi]; es algo inexplicable y ya ha generado reacciones, pero es lo que es. Entonces, verdaderamente estamos en tiempos de antropología pragmática, y en materia de política internacional, el pragmatismo y un realismo fuerte, sin abandonar principios pero desde realidades, es lo que se impone.

Decías que estamos en el mayor momento de desintegración de América Latina. En ese contexto, ¿Uruguay tiene que seguir apostando a reforzar mecanismos de integración como la Celac o la Unasur?

Creo que el nuevo gobierno tiene que seguir apostando a la integración, incluso por realismo. La mejor manera de defender el interés nacional hoy no es salir solo en este mundo tan complejo. Ya hemos visto que la vía de la protesta unilateral y de golpear la mesa y de decir “vamos a un TLC con China, que nos está esperando” o “Vamos a ser el hub de China en la región”, o tantas otras cosas, no funciona. Tampoco funciona esa enfermedad que tiene América Latina que es la integración retórica: todos somos integracionistas, la Patria Grande, Bolívar... Entonces Uruguay tiene que apostar a la integración desde una visión realista, desde una visión exigente. La integración para un país básicamente exportador como Uruguay no puede ser cualquier integración. Una zona ampliada de sustitución de importaciones con países tan proteccionistas como Argentina y Brasil a Uruguay no le sirve, y eso no es una visión ideológica, es una visión realista. De todas maneras, lo que menos le sirve a Uruguay es cortarse solo. Y esta tentación que hemos visto tanto en este gobierno actual, que es la idea de salvarse en solitario, la idea de “bueno, me voy”, es una idea que no es sólo equivocada, sino que es infundada. Uruguay tiene que pensar mucho y tiene que ser muy realista, y entre Argentina y Brasil tiene que aprender a buscar convivencias viables. Hoy Brasil está gobernado por Lula y Argentina está gobernada por Milei, no sabemos qué va a pasar en cuatro o cinco años, por eso no hay que confundir la idea de que una integración funciona sobre la afinidad ideológica de sus Estados miembros. Eso no es bueno. La Unión Europea hubiera sido imposible desde esa lógica.

El año que viene tenemos una reunión muy importante entre la Celac y China, que es el principal socio comercial de la mayoría de los países de América del Sur. Es una buena oportunidad, pero hay que trabajarla con mucho realismo, con muy buena diplomacia profesional. Ratifico esto de “diplomacia profesional” porque realmente no me parece que sea bueno apostar a la diplomacia presidencial en contra de la profesional. Creo que los presidentes muchas veces aparecen como elefantes en el bazar –Milei hoy, por ejemplo–. Creo que los presidentes tienen que aparecer al final, laudando o impulsando acuerdos largamente entretejidos por una diplomacia fuerte, sólida. En buena medida, lo que hoy pudo ocurrir es por eso.

Esta semana, Álvaro Padrón, que fue designado asesor en política internacional de Yamandú Orsi, dijo en M24 que el presidente electo desarrollará una diplomacia presidencial. ¿Qué pensás de eso?

Bueno, yo tengo bastante recelo frente a la idea misma de la diplomacia presidencial. Creo que los presidentes por lo general no son buenos negociadores en el plano internacional, y creo que por eso la política internacional de un país la tiene que hacer el presidente con su canciller y con su soporte calificado de diplomáticos. Cuando se intenta saltear eso, lejos de ir más rápido, se cometen errores. Por cierto, si tú tienes un presidente como Lula, y amistad con Lula, bien, pero eso no quiere decir que para mover cualquiera de sus piezas un gobierno de izquierda en Uruguay tenga que mirar a Lula. Y ojo, es muy bueno tener la amistad de Lula, que es un protagonista. Ya hemos visto el peso negativo para Uruguay que tiene un gobierno como el de Bolsonaro en Brasil, que entre todos sus estropajos abandonó el escenario internacional. Pero, de verdad, no creo mucho en la diplomacia presidencial, creo mucho más en la diplomacia profesional. La diplomacia presidencial a América Latina le ha generado más problemas que soluciones, y a Uruguay, las pruebas están a la vista. He sido crítico de la política exterior de este gobierno, entre otras cosas, porque Lacalle Pou quiso hacer diplomacia presidencial con resultados a la vista. Y este acuerdo Unión Europea-Mercosur no se lo puede atribuir ningún gobierno, porque es una política que Uruguay viene acumulando. Por eso, lo que fundamentó una crítica a gobiernos de otro signo, por mínima coherencia tiene que mantenerse ante gobiernos de izquierda: la diplomacia presidencial la veo con preocupación.

Decías que Uruguay debería tener cuidado de no estar excesivamente pendiente de lo que Brasil haga. ¿Ves un riesgo ahí también por la cercanía de Orsi con Lula, más allá de la ventaja que también supone?

No lo creo. Lula es muy importante, porque es un actor internacional con mucho vigor. En buena medida este acuerdo no es que sea por Lula, creer eso sería equivocarse, pero obviamente que el peso internacional de Lula jugó su rol. Pero las responsabilidades de Uruguay son muy diferentes a las de Brasil. Brasil es un actor global o por lo menos pretende serlo, por eso habla fuerte en los BRICS, a veces con suerte y a veces sin suerte, por eso propone mediar sin suerte en el conflicto de Rusia y Ucrania, por eso hace lo que hace. Uruguay no puede hacerlo, y no puede hacer seguidismo con nadie, y menos con un actor como Brasil. ¿Esto qué quiere decir? Por ejemplo, yo entiendo que Brasil frente a Venezuela tenga otras responsabilidades, entre otros aspectos, porque tienen enormes fronteras con Venezuela, pero Uruguay no puede asociarse en clave de seguidismo absoluto a lo que plantea Lula, porque Lula como presidente de Brasil tiene otras responsabilidades, y Uruguay tiene que mantener su autonomía estratégica también frente a sus vecinos, gobierne quien gobierne.

En el caso de Venezuela, ¿estás diciendo que, por ejemplo, Uruguay está habilitado a ser más crítico con el gobierno venezolano?

Y claro, por cierto. Yo entiendo a Lula, pero Uruguay tiene que ser mucho más crítico, del mismo modo que [el presidente chileno Gabriel] Boric tiene que ser más crítico. Y al mismo tiempo entiendo que Lula juegue en dos planos, porque tiene fronteras de miles de kilómetros con Venezuela. Pero las responsabilidades frente a un conflicto de esa naturaleza de Uruguay y de Brasil no son las mismas. Entonces, efectivamente la autonomía estratégica vale con todos. Si nosotros hiciéramos seguidismo, imagínate, como a veces [hacemos] con Argentina, ¿dónde hubiéramos terminado? ¿Dónde terminaríamos hoy? No hay que hacer seguidismo, hay que mirar en una perspectiva más larga y ver que Uruguay tiene que pensar en esa lógica de los círculos concéntricos. Siempre se dice que ser uruguayo es una profesión, que es aprender a hacer entre Argentina y Brasil. No es fácil, gobierne quien gobierne.

Te referiste a los efectos de la asunción de Trump en la región y hablaste del proteccionismo. ¿Qué efectos de carácter más político o geopolítico te parece que tiene el triunfo de Trump para la región del sur?

Enormes enormes. Por un lado, tenemos a un presidente como Milei que ha hablado de que su eje en la política exterior –y estamos hablando de quien hoy ejerce la presidencia pro témpore del bloque Mercosur– es el Estados Unidos de Trump, y es Israel. Bueno, si será importante. Trump ha nombrado como secretario de Estado a Marco Rubio; es toda una señal. No es solamente una señal para el Caribe y Centroamérica, es una señal para América Latina, que hay que decodificarla con mucha precisión. Lo que podemos esperar en este trumpismo 2.0 es que América Latina va a tener una centralidad mayor para Estados Unidos. Lo vemos en su visión de Puerto Rico, a la luz de lo que hemos escuchado que ha dicho Marco Rubio, a la luz de lo que ha sido un poco la tradición del trumpismo, que es meterse para adentro, pero ver con malos ojos que, por ejemplo, América del Sur tenga otros socios, ver con malos ojos cualquier vínculo comercial con China o cualquier otra presencia de potencias extrazonas. Creo que cuando en forma muy poco discutida el sistema interamericano ha asumido como doctrina estratégica la establecida en la última etapa de [el expresidente Barack] Obama, confirmada bajo Trump y bajo [el presidente Joe] Biden –y seguramente confirmada por este trumpismo 2.0, que es nada menos que establecer como enemigo estratégico a China y luego como enemigo más cercano a Rusia, y olvidar por completo al Sur global...–, creer que eso es inocuo para América Latina o aun para el Cono Sur es un grave error. Y además lo hemos visto: cuando viene la generala de la Cuarta Flota, lo que viene a pedir son cosas muy concretas. Y esta asociación privilegiada con Milei ya ha dado cosas muy preocupantes. La perspectiva de un gobierno de Trump 2.0 es una perspectiva preocupante. Ahora, digámoslo también con mucha firmeza, los demócratas, la presidencia de Biden, la verdad es que no significó ninguna alternativa firme para América Latina, y eso revela que, más allá de quien gobierne, Estados Unidos mira de manera muy distante y muy restringida a América Latina.

¿Qué te ha parecido la posición que ha adoptado el gobierno uruguayo respecto del conflicto en Gaza y qué perspectivas tenés sobre la actitud que adoptará el próximo gobierno?

La postura de Uruguay en Naciones Unidas es inexplicable para la tradición uruguaya. La política exterior uruguaya siempre ha estado asociada con ciertos principios ordenadores. Entonces, la abstención en un punto tan crucial creo que fue un error importante. No hay que confundir cercanías con vacilación respecto de la defensa de ciertos principios inalienables, y Uruguay siempre ha sido eso: respeto al derecho internacional, respecto al orden internacional sobre cualquier otro tipo de consideración. Y tiene que seguir siendo eso, porque eso es la política de los pequeños, es la política de los débiles, y Uruguay es un país muy débil en términos internacionales. Tengo la expectativa firme de que cambie en el nuevo gobierno, y no por una cuestión ideológica, no, que cambie asociándose a los viejos principios ordenadores de la política internacional uruguaya, que, por ejemplo, siempre han reivindicado muy enfáticamente la no intervención, la autodeterminación de los pueblos, el rechazo a la violencia y a la guerra, la defensa del orden internacional. Estamos en un momento en el que toda esa noción de multilateralismo está en la crisis más absoluta. Entonces, Uruguay tiene que estar entre quienes defienden esos principios.

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